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Aproximación al testimonio político de Octavio Paz.

 

Ricardo Pérez Gómez.

Licenciado en Psicología y Magister Scientiarum en Relaciones Industriales por la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas (UCAB), y Diplomado en Derechos Humanos por la Asociación de la Organización de las Naciones Unidas (Venezuela).

 

 

Introducción.

¿Quién de nosotros, los autodenominados científicos sociales, no ha aprendido en ocasiones más de los aportes de la literatura que de los de nuestra propia disciplina académica? En el caso de la psicología, ¿qué mejor descripción se puede encontrar de la naturaleza humana que la que brota en las obras de Shakespeare y Dostoievski? Y si nos trasladamos al campo de la política, ¿qué mejor fuente de las realidades latinoamericanas que la lectura de El señor presidente, de Miguel Angel Asturias, Casas muertas, de Miguel Otero Silva, Canto general de Pablo Neruda, Yo, El Supremo, de Roa Bastos, Cien años de soledad, de García Márquez, o La fiesta del chivo, de Vargas Llosa? Escritores hemos tenido que decidieron lanzarse al ruedo de la política, como Rómulo Gallegos y Vargas Llosa, algunas veces con pasión desmedida como en el fascismo desembozado de Leopoldo Lugones y en el comunismo militante de Pablo Neruda. La reflexión sobre nuestra historia, para poder entender el presente y avizorar el futuro deseado, nunca ha estado lejos de los grandes escritores latinoamericanos. El mexicano Octavio Paz (1914-1998), Premio Nobel de Literatura en 1990, no fue la excepción.

Con la honestidad y sencillez que suelen caracterizar a los grandes pensadores Octavio Paz se reconocía apenas como un apasionado de la poesía y un literato de oficio, admitiendo que esta condición no le daba autoridad alguna para juzgar las turbulencias de las épocas y mucho menos considerarse un historiador. Tal vez temeroso como lo era de los corsés del dogmatismo y de las rigideces enciclopedistas, tan frecuentes en quienes provenimos del campo de las ciencias sociales, Paz afirmaba que sus opiniones y análisis sobre lo que en el mundo ocurría debían de considerarse como un testimonio y nunca como una teoría:

… la relación entre sociedad y literatura no es de causa y efecto. El vínculo entre una y otra es necesario, contradictorio e imprevisible (…) La sociedad no se reconoce en el retrato que le presenta la literatura (…) La literatura es una respuesta a las preguntas sobre sí misma que se hace la sociedad pero esa respuesta es, casi siempre, inesperada.[1]

Se puede decir con casi absoluta certeza que el gusanillo de la política le corría a Paz por las venas; no en balde su abuelo paterno fue un intelectual porfirista y su padre llegó a ser asistente, diputado y representante de Emiliano Zapata y posteriormente seguidor de ese torbellino ideológico que fue José Vasconcelos. Con poco más de veinte años de edad, Octavio Paz se dirige a España para dar su apoyo a la Segunda República en la guerra civil, imbuido por la interpretación que del pensamiento marxista hacía León Trotski. Medio siglo más tarde simpatizaría con las políticas neoliberales de Salinas de Gortari, todo hay que decirlo, antes de que se descubrieran las prácticas mafiosas de este mandatario mexicano. Un viaje de ida y vuelta que no ha sido infrecuente entre los escritores e intelectuales latinoamericanos y que, como a muchos en otras latitudes, les ha convertido en diana de punzantes y envenenados dardos bajo la acusación de traición.[2]

México y su paradójica relación con los Estados Unidos, las posibilidades de la democracia en América Latina, la frustración histórica del marxismo leninismo, la crisis de valores de la sociedad occidental y el futuro de la democracia son algunos de los temas recurrentes en las reflexiones de Octavio Paz, junto con el corolario de la honestidad intelectual y moral del pensador como eje de toda propuesta.

 

México, América Latina y la democracia

Octavio Paz señala la histórica ambivalencia del mexicano hacia su gran vecino del norte, a quien odia y admira a la vez. Esta relación de odio y admiración se produce por el fracaso del proyecto imperialista de los criollos de la Nueva España virreinal, en gran parte debido a la expulsión de los jesuitas a quienes Paz atribuye su patrocinio ideológico y difusión entre las élites novohispanas. Ciertamente, la independencia mexicana con respecto a la corte de Madrid no se produjo siguiendo los ímpetus de seguidores de la Ilustración como Miranda, Bolívar, Santander o San Martín; muy al contrario, los criollos mexicanos deciden poner fin a su relación con la Madre Patria tras conocerse el triunfo de los liberales españoles ante Fernando VII. No hubo, entonces, revolución filosófica política alguna, sino un movimiento reaccionario de las élites para conservar el poder, temerosas ante los embates que pudieran afectarles provenientes del otro lado del Atlántico. Los mexicanos se liberaron de Madrid pero no de su pasado colonial patrimonialista, al que Paz atribuye gran parte de las culpas del postrer caudillismo político que ha asolado nuestro subcontinente:

El fin del patrimonialismo en Europa se debió a la adopción de un nuevo tipo de racionalidad económica y política. Fue un cambio de la moral pública aliado estrechamente a la implantación de la democracia política y el ejercicio de la crítica (…) La perpetuación del patrimonialismo (en América Latina), es decir, de la corrupción, se debe sobre todo a la ausencia de crítica social y política. En esto la responsabilidad del sistema es innegable: ha buscado el consenso y ha sido hostil a la expresión de las diferencias. Su ideal ha sido la imposible unanimidad, no la modesta pluralidad.[3]

 

No es ésta una discusión baladí entre los historiadores, la del carácter revolucionario o no de las independencias hispanoamericanas[4]. Con el pasar del tiempo, las élites criollas mexicanas dejarían de odiar y despreciar a los Estados Unidos, aquellos herejes protestantes que promovían la igualdad y amenazaban la jerarquía patrimonialista, para pasarse a su lado ante las amenazas del socialismo y el comunismo en el siglo XX. Como decía Paz, los liberales mexicanos cambiaron muchas leyes pero no cambiaron las costumbres. La gran angustia de nuestro poeta se derivaba de entender que el espíritu igualitario, librepensador y democrático de los estadounidenses era el fruto natural de su propia existencia; esto es, de las ansias de igualdad y libertad de aquellos pobres colonos perseguidos por sus creencias religiosas que salieron huyendo de Europa en el siglo XVII. Para éstos, la democracia es intrínseca a su ser; para nosotros los latinoamericanos es una asignatura a aprender que, con frecuencia, va en contra de nuestras costumbres. Paz explica este fenómeno con base en las diferencias religiosas entre la colonización británica y la ibérica, señalando que mientras la primera mira hacia el futuro, promueve el cambio, la segunda siempre mira hacia el pasado, condena el cambio. México, y con él América Latina, debería encontrar una vía propia en la que sus tradiciones espirituales, su conciencia nacional y sus instituciones políticas confluyeran de forma natural. Si bien señala que la experiencia de la Revolución Mexicana fue un genuino intento en esa dirección, también concluye que terminó siendo un fracaso en el análisis que lleva a cabo del sistema político del Partido Revolucionario Institucional (PRI)[5].

En cuanto al tema de las posibilidades de la democracia en América Latina, Paz reafirma su creencia de que en nuestros países la democracia no ha respondido a un proceso genuino de reflexión y evolución cultural sino que las distintas y variadas constituciones políticas de nuestras repúblicas han sido simplemente copiadas de las de los países que consideramos desarrollados políticamente, sin siquiera pasar por un proceso de adaptación a nuestras realidades sociales y culturales. Esto hace que acaben convirtiéndose en camisas de fuerza que generan periódicos sacudones populares que deben ser controlados con gobiernos de fuerza. Así como en el caso de México, apuntaba al PRI como un buen intento lamentablemente fallido, de la misma manera apunta al modelo aprista peruano como otro buen intento fallido para América Latina, y descarta de plano otros modelos no democráticos como el peronista, al que tilda de mera caricatura; en el caso del modelo de Fidel Castro, define a su barbudo creador como un mero caudillo hispanoárabe que gobierna en nombre de la Historia, como si fuera Dios.

Paz se mostraba optimista en que Brasil y los países del cono sur recuperarían la democracia más temprano que tarde y depositaba grandes esperanzas en el éxito del sistema democrático en Brasil, éxito que debería servir de locomotora para conformar una alianza de naciones latinoamericanas basada en la democracia que hiciera contrapeso a EE.UU. Es necesario recordar que Octavio Paz publicaba estas ideas en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX, cuando el subcontinente estaba plagado de dictaduras.

El mismo Paz no atina a predecir cuál podría ser ese modelo de sistema político democrático que fuera más pertinente a nuestra idiosincrasia, si bien estima que la conformación en nuestros países de una corriente intelectual crítica y moderna que luche contra la inercia y pasividad que imponen la tradición y las costumbres ayudará a parirlo como fruto de la creación popular, de una verdadera innovación colectiva.

 

Los EE.UU. o la democracia imperial

Paz recurre al viejo chascarrillo de derramar la correspondiente cuota de culpa en el fracaso de la democracia en América Latina a las oligarquías locales y a los EE.UU., como hace todo buen latinoamericano que se precie, que no por ser chascarrillo deja de ser cierto y no por ser cierto deja de ser chascarrillo, pero que tiende a reforzar la sensación de frustración permanente y desesperanza aprendida que, a mi juicio, fomenta entre nosotros, sin quererlo, un alto grado de nihilismo político, o como el mismo Paz escribiera, no han sido nuestros pasos sino los accidentes de la historia los que nos han llevado a esta situación”[6].

En su análisis de nuestro gran vecino del norte, Paz parece compartir la tesis excepcionalista de algunos historiadores que atribuyen a EE.UU. una fisonomía única y singular[7]. Aunque Paz no se refiere explícitamente a esta hipótesis historiográfica, asevera que, por primera vez en la historia de la humanidad, el bien común no consiste en una finalidad colectiva sino en la garantía de que todos los ciudadanos pudiesen realizar pacífica y libremente sus fines privados. Los estadounidenses buscaban ser libres del peso de la historia y de los fines metahistóricos que el Estado había asignado a las sociedades del pasado[8]. Querían constituir una sociedad a salvo de los horrores de la historia, por lo que para Paz se trata de una fundación nacional contra la historia y de cara al futuro: los estadounidenses inauguraron el futuro.

Paz señala algunas características típicas de la personalidad del estadounidense promedio: su ingenuidad, su candidez rayana con la más olímpica de las ignorancias, el valor que le dan a la moral y la ética, y su afición por el empirismo y la innovación, consecuencia ésta última de ser un país creado para mirar hacia el futuro. ¿Cómo mirar hacia el futuro si no se promueve la innovación y la experimentación? Esto explicaría la incuestionable superioridad estadounidense en materia de desarrollo científico y tecnológico. De aquí que la sociedad estadounidense desconfíe de las pasiones de la ideología, y los intelectuales en EE.UU. no hayan tenido el peso político que sus colegas europeos.

Pero nuestro poeta mexicano opinaba que los EE.UU. habían entrado en una fase de decadencia, pues su riqueza era fascinante pero engañosa, encerrada en el círculo vicioso de la producción y el consumismo, sin generar valor agregado de relevancia social alguna.[9] Sentía un desgaste de la ética puritana, uno de los pilares fundamentales sobre los que se había construido la nación. No obstante, creía que el gran espíritu del pueblo estadounidense para hacer y aceptar la autocrítica podría salvarle de esta decadencia, pero estimaba que esto sólo no era suficiente y propugnaba por un restablecimiento del diálogo entre la moral y la historia que, en el caso de la sociedad estadounidense, debía pasar por hacer un ejercicio de imaginación histórica que les llevara a tener simpatía por el otro. En pocas palabras, debían de reconciliar su fuerte espíritu moralista con la aceptación de la importancia de la historia, de la importancia del pasado de las demás naciones. Los EE.UU. debían de comenzar a ser algo más que ascetas, mercaderes y exploradores.

 

El marxismo leninismo y el imperio totalitario

Ya en 1951 Octavio Paz manifestaba públicamente sus primeros desencuentros con el sistema soviético al denunciar la existencia de campos de concentración a los que iban a dar los disidentes políticos. En 1954 propugnaría una tercera vía, ni de izquierdas ni de derechas; en 1968 tendría su primera diferencia grave con el sistema político mexicano del PRI al renunciar a su cargo de embajador de México en la India a raíz de las matanzas de Tlatelolco; en 1971 fundaría la revista Plural expresando su intención de redescubrir los valores liberales y democráticos, y a partir de la fundación de la revista Vuelta en 1976 se declararía reconciliado con el liberalismo y crítico abierto de los sistemas comunistas.

Octavio Paz se declara admirador de las rebeliones y no de las revoluciones. Para él la lógica de las revoluciones ha quedado demostrada en la práctica a lo largo de la historia: desde su mismo inicio, pequeños grupos violentos permanecen en las primeras fases del proceso revolucionario agazapados a la espera de la oportunidad de tomar el control de la situación sobre las masas, gracias a su mejor organización, talento e iniciativa, y sobre todo por tener una doctrina. Al principio escuchan y siguen al pueblo rebelde, para luego ofrecérsele como su guía, más tarde representarlo y por último suplantarlo. A partir de aquí, estos grupos se olvidan de las causas y metas de la revolución y se dedican sólo a controlarla para mantenerse en el poder.[10] Las masas son reemplazadas por profesionales revolucionarios, éstos por comités centrales y éstos por el secretario general.

Para Octavio Paz estaba cada vez más claro que el comunismo soviético y, en general, todas las aplicaciones tendientes a establecer la dictadura del proletariado como paso previo a la implantación del socialismo habían fracasado, y lo que habían acabado por establecer era una “ideocracia” en la que las personas terminan estando al servicio de una abstracción ideológica. En este sentido Paz compara al régimen soviético con las ideocracias totalitarias del Egipto faraónico, la China imperial o la monarquía española de Felipe II donde se otorga la absolución moral a quien actúa en su nombre:

Los revolucionarios están unidos por una fraternidad en la que todavía la búsqueda del poder y la lucha de los intereses y las personas son indistinguibles en la pasión justiciera. Es una fraternidad regida por un absoluto pero que necesita además para realizarse como totalidad, afirmarse frente al exterior. Así nace el otro que no es simplemente el adversario político que profesa opiniones distintas a las nuestras: el otro es el enemigo de lo absoluto, el enemigo absoluto. Hay que exterminarlo. [11]

La única diferencia con los regímenes imperiales mencionados es que en el caso del comunismo se trata de una ideocracia atea, a la que Paz califica como ateología totalitaria en la que asistimos al regreso del absolutismo disfrazado de ciencia, historia y dialéctica, [12] y en el que la conciencia y el razonamiento se convierten en herramientas al servicio de una verdad única. Esto produce en los camaradas una idea polémica y combatiente de la cultura, desdeñosa de la opinión ajena. Es la visión privilegiada del mundo que no es otra cosa que el producto de la experiencia vivida, absolutamente personal, por lo que se rechaza todo ordenamiento externo y formal que no sea favorable o coincida con la exclusiva transfiguración de la pura intención profética del héroe, fuente única de derecho objetivo: es la doctrina de la verdad manifiesta.[13]

 

Octavio Paz no concordaba con las visiones deterministas de la historia. El marxismo impuso las clases sociales y el proletariado; el positivismo impuso la ciencia y el progreso. Ambos son universalistas, lineales. No creía que la historia tuviera una lógica propia, lo que no significaba que ésta fuese una mera colección de hechos aislados sin referentes. Muy al contrario, pensaba que en todo fenómeno investigado, su estudio debe de hacerse atendiendo a una jerarquía tentativa de posibles causas explicativas basada en el sedimento dejado por el conocimiento de hechos similares en el pasado, pero sin olvidarse de las particularidades del propio fenómeno. La historia no es una tierra incógnita pero no se la puede explicar reduciéndola a leyes del tipo de las leyes naturales de la física o la matemática. Paz gustaba del modelo de estudio de la historia propuesto por la escuela francesa de los Annales que se aproxima a los fenómenos históricos simultáneamente desde perspectivas temporales diferentes. Haciendo suya la crítica que hiciera Dewey a Trotski, Paz concuerda en que la pasión por la discusión ideológica suele proliferar entre quienes no están pendientes de la realidad, cuando la ideología convierte a las ideas en máscaras que engañan a los otros y nos engañan a nosotros mismos.[14]Con el paso del tiempo la ideología desaparece y deja paso al cinismo, la venalidad y la hipocresía.

En el llamado socialismo real del siglo XX, el vacío resultante lo acaba llenando el ejército, herramienta indispensable para mantener la obediencia debida a la élite iluminada, al partido, a su burocracia, a su comité central, a su secretario general. El marxismo leninismo acaba convirtiéndose para Paz en un simple régimen cuartelario, en el que su organización y disciplina al servicio de la primigenia ideocracia, mezcla de vida en el castro y en el convento de la ateología, deslumbran al aprendiz de revolucionario. En la ateología totalitaria del marxismo leninismo el héroe acaba siendo siempre el secretario general del Partido Comunista y líder máximo de la revolución. 

Para su desasosiego, Paz veía que esta conclusión era ampliamente compartida en Europa Occidental y Norteamérica, donde los partidos comunistas estaban en franco declive a la par que la socialdemocracia triunfaba, mientras el marxismo leninismo se convertía en el catecismo de las élites revolucionarias de los países subdesarrollados, como alternativa a las manifiestas injusticias sociales existentes. ¿Sustituir una tiranía por otra? ¿Por qué los intelectuales latinoamericanos seguían rindiendo pleitesía y admiración a un tirano como Fidel Castro? Si Paz se levantase de su tumba observaría que veinte años después muchos de nuestros intelectuales y políticos aún actúan así.

Tratando de buscar razones que puedan explicar este persistente fenómeno, Paz llegó a pensar que el gran error de nuestros tiempos había consistido en rogarle a la revolución lo que antes esperábamos de la religión, esto es, la transformación radical de la humanidad y del mundo; en hacer de la política una rigurosa y confiable herramienta cuasi cósmica que rompería las cadenas de la opresión del hombre por el hombre por arte de birlibirloque. Desgraciadamente, ha sido todo lo contrario y como él mismo manifestase, en vez de abrir las puertas de la gran prisión en la que estamos, la revolución lo que ha hecho es cerrar las puertas de muchas otras cárceles. Paz predijo no sólo el colapso de la URSS[15], sino también el resurgimiento del nacionalismo ruso, la nostalgia por la autocracia zarista (se quedaría asombrado de sus dotes predictivas al ver a Vladimir Putin), las tensiones desintegradoras que darían al traste con la organización estatal y su soviet de las nacionalidades, las tensiones islamistas. 

 

El mundo contemporáneo y el futuro de la democracia

Una de sus mayores angustias era no tanto cómo hacer frente al totalitarismo sino cómo fortalecer la democracia, cómo generar y mantener la democracia para ser más exactos[16]. Veía con cierto desespero y frustración cómo la sociedad occidental de su época, sobre todo la europea en la que tanto confiaba, mostraba ciertos rasgos que ponían en peligro la construcción y desarrollo de un sólido sistema democrático. Consideraba que el mal de las sociedades capitalistas o liberales está en el modelo cultural que propician con su consumismo sonámbulo, glotón y sin sentido, su nihilismo, su indiferencia pasiva, su hedonismo voyeurista, imaginario y onanista al que tilda de hedonismo para robots y valora como pornográfico y sadomasoquista, su abandono de todo espíritu de lucha o superación. Para Paz, hemos creado la sociedad más rica, próspera y tolerante de toda la civilización pero lejos de ser más sabios y cultos somos más chabacanos y frívolos, lo que se ve reflejado, a su manera de ver las cosas, en un resurgimiento de las supersticiones y en la degradación ética de los medios de comunicación. Con cierta preocupación se preguntaba si acaso el pragmatismo de los socialdemócratas, aun habiendo sido positivo, no haya llenado el vacío de la gran esperanza comunista ¿Es la hora de las religiones? Sin duda que en las últimas décadas hemos asistido al auge de las religiones orientales, los cultos africanos, los grupos evangélicos y carismáticos dentro del cristianismo, y el auge del fundamentalismo islámico entre los musulmanes.

A Paz no le preocupan las consecuencias que el terrorismo podría traer para al sistema democrático pues estimaba que la sociedad tendría que buscar protección mediante el fortalecimiento de los mecanismos de inteligencia policial dado el carácter subversivo de los grupos terroristas. Al no poder ubicar al enemigo claramente, como ocurre en las guerras tradicionales, los ciudadanos tendrán que aceptar la implantación de mecanismos de seguridad pública a costa de perder o limitar algunas de sus libertades.

Nuestro poeta se lamentaba de que los líderes políticos de Europa Occidental y Norteamérica no estén dando respuesta a esta situación de laxitud moral y falta de compromiso personal que él percibía como peligrosos signos de decadencia de la civilización. Su crítica iba dirigida tanto a los políticos de derecha como a los de izquierda por estar pendientes solo de llegar al poder y mantenerse en él, por no haberse preocupado por ayudar al desarrollo de los países subdesarrollados [17], por ser idólatras del status quo y ver todo desde un punto de vista comercial, de negociación, cortoplacista, con gríngolas: les faltan imaginación y arrojo, ansias de moldear el futuro. Y sus opiniones sobre los intelectuales progresistas y liberales de Occidente no son mucho más favorables, pues les califica como una mezcla de empirismo, positivismo, masoquismo e hipocresía.

En cuanto a la filosofía política de Octavio Paz es contraria a las ideas rousseaunianas acerca de la bondad de la naturaleza. Apoyándose en los descubrimientos de la antropología en el estudio de las culturas primitivas concluye que el Estado, lejos de ser un mal, es un bien necesario pues al organizar políticamente a la sociedad ayuda a evitar la violencia, la injusticia, el aislamiento y la dispersión. No obstante, Paz se opone  a la idea de constituir una especie de gran estado mundial que controle a su vez a los estados particulares o que hasta los pueda sustituir pues considera que esto llevaría a un tipo de gobierno imperial proclive al pensamiento único y degenerando hacia la uniformidad de la vida social, el rechazo del disenso, el servilismo y, en últimas, la muerte del espíritu. Paz se muestra como un ardiente defensor de las diferencias las cuales se resuelven por vía de negociación y no de imposición desde arriba.  

Octavio Paz se plantea el dilema del posible o pretendido conflicto entre ley natural y ley positiva: la ley natural juzga la idoneidad de la ley por sus fines mientras que la ley positiva la juzga por sus medios. La idoneidad de una ley tiene que ver con los objetivos que persigue pero la aceptabilidad de una ley tiene que ver con los medios que usa, pues éstos son los que al final legitiman o no los fines que busca. Para Paz este es el gran dilema de nuestro tiempo, pues debe resolverse a priori y no a posteriori dependiendo de los resultados prácticos que finalmente se obtengan con la aplicación de la ley. Para Paz aceptar esto supondría escabullirnos de lo que es nuestra responsabilidad como seres humanos, escabullirnos de la responsabilidad ética. Los objetivos bajo ninguna razón pueden justificar los medios utilizados; son los medios los que validan los fines.

Octavio Paz es un ardoroso defensor del diálogo y de la honestidad intelectual. Criticó severamente a los intelectuales que denunciaban los abusos terribles del somocismo y de los militares salvadoreños en las soterradas guerras civiles que estaban asolando a Nicaragua y El Salvador pero se quedaban callados cuando los abusos provenían de la guerrilla marxista. Esto era deshonesto a su juicio y el razonamiento de que denunciar los abusos de las fuerzas revolucionarias era carecer de visión de conjunto de los procesos históricos y de su complejidad le parecía pura entelequia y afán de superioridad. Cuando los hechos demuestran que una teoría falla lo que hay que hacer es corregirla o abandonarla: esto es lo que los intelectuales no han sabido hacer. En esta línea de precisión intelectual en la que las teorías deben confrontarse con los hechos, Paz también fue muy crítico con la fenomenología, el existencialismo, el estructuralismo, el psicoanálisis, la psicolingüística y hasta con la crítica literaria a quienes no dudó de calificarlos, junto con el marxismo, de verdaderas epidemias del lenguaje.

Por último, Paz adelanta algunas predicciones, esperanzas y peligros sobre lo que pudiera suceder en el futuro. Así, estima que el concepto de Tercer Mundo es una trampa semántica que tarde o temprano se desvanecerá como categoría útil de análisis político, apuesta fuertemente por la educación política de la sociedad y no tanto por su desarrollo económico como llave para alcanzar una sociedad democrática, augura el aumento de un islamismo arcaico, militante y belicoso, así como también el retorno de los nacionalismos y la resurrección de las grandes civilizaciones asiáticas como China e India sobre las cuales es especialmente optimista. Paz estaba especialmente preocupado con el islamismo, religión a la que consideraba rígida, inflexible y con un sentido trágico de la vida, al contrario del confucionismo  del hinduismo, a las que consideraba mucho más flexibles y tolerantes, de ahí su gran esperanza con respecto a las posibilidades de que grandes países como India, China y los denominados “tigres asiáticos” pudieran adaptar el sistema democrático exitosamente a sus tradiciones, como ya lo hizo Japón.

 

A manera de conclusión

Siempre es una vía interesante para el estudioso de la historia el recurrir a las reflexiones de escritores comprometidos con el presente y el devenir de sus pueblos, pues como literatos tienen una sensibilidad diferente que se nos escapa a quienes provenimos del mundo de las ciencias sociales. Obviamente, no se trata de tomar al pie de la letra sin más sus opiniones y creencias como reflejos fieles y absolutos de la realidad en que vivieron o que imaginaron, pero sí pueden servirnos como hipótesis de trabajo. Seguramente, requeriremos hermenéuticas distintas a las que estamos acostumbrados, pero la literatura y otras ramas del saber que se han venido incorporando al equipaje del historiador nos ofrecen alternativas heurísticas que estamos en la obligación de contemplar. [18]

Las reflexiones de Octavio Paz sobre la civilización actual nos llevan a dos de los ejes heurísticos de la teoría de la historia como son pasado/presente y progreso/reacción.  En el caso de América Latina, la presencia sumergida del pasado como esa larga duración braudeliana que condiciona el presente y el progreso es objeto vivo de investigación. Ya durante el último tercio del siglo XX, la llamada psicohistoria produjo trabajos sobre dicha presencia a partir del psicoanálisis [19]. Paz seguramente compartiría la máxima de que el reto para los historiadores será el de interpretar la historia con un enfoque constructivo del pasado. Sin duda, nuestro Nobel mexicano supo elevarse por encima de la limitada visión que corresponde a su propia situación en la sociedad y en la historia, sabiendo proyectar su visión hacia el futuro, tal y como proponía E. H. Carr a los que intentamos ser historiadores.[20]

 

 


[1]PAZ, Octavio: “La democracia en América Latina”, en Frustraciones de un destino: la democracia en América Latina, San José de Costa Rica, Libro Libre, 1985, p. 11

[2] Amplia y frecuente ha sido y es la participación de los historiadores en este juego de dardos. Ver HAYEK, Frederick y otros: El capitalismo y los historiadores,  Madrid, España, Unión Editorial, 1997, 2ª. edición

[3] PAZ, Octavio: “Hora cumplida”, en Frustraciones de un destino: la democracia en América Latina, San José de Costa Rica, Libro Libre, 1985, p. 135

[4] Para los interesados en el tema, ver VOVELLE, Michel, CHUST, Manuel y SERRANO, José A. (eds.): Escarapelas y coronas. Las revoluciones continentales en América y Europa, 1776-1835”, Caracas, Venezuela, Editorial Alfa, 2012

[5] PAZ, Octavio: El ogro filantrópico. www.bdigital.unal.edu.co/24319/1/21465-73312-1-PB.pdf.

[6] PAZ, Octavio: “La democracia en América Latina”, en Frustraciones de un destino: la democracia en América Latina, San José de Costa Rica, Libro Libre, 1985 p. 28

[7] Para los excepcionalistas, el origen de las trece colonias más la sumatoria de su muy característico proceso de independencia de la corona británica, el llamado de la frontera que daría pie a la conquista del oeste, el melting pot de la masiva y variada inmigración recibida, conformarán una mentalidad colectiva totalmente distinta a la del resto de las naciones occidentales, constituyendo un país, los Estados Unidos de América, significativamente diferente a Europa y, ni que decir tiene, a la América Latina.

[8] En BEMIS, Samuel Flagg: The diplomacy of the American Revolution, New Haven, Connecticut, EE.UU., Indiana University Press, 4° edición, 1961, puede verse cuán cuidadosos eran sus esfuerzos por ello aún estando en juego su propia revolución de independencia.

[9] No debe olvidarse que estaba escribiendo estas opiniones en los años de Carter y Reagan cuando la sociedad estadounidense aún estaba afectada por los duros efectos de la Guerra de Vietnam y las luchas por los Derechos Civiles, la crisis de los rehenes con Irán, la crisis de competitividad de su emblemática industria automotriz, entre otros asuntos que afectaban la imagen de EE.UU. como potencia mundial.

[10] Estas ideas son consistentes con BURNS, James MacGregor: Leadership, New York, U.S.A., Harper & Row, Publishers, 1978.

[11]PAZ, Octavio: “La democracia en América Latina”, en Frustraciones de un destino: la democracia en América Latina, San José de Costa Rica, Libro Libre, 1985 p. 31

[12]PAZ, Octavio: “La democracia en América Latina”, en Frustraciones de un destino: la democracia en América Latina, San José de Costa Rica, Libro Libre, 1985, p. 26

[13] Estas ideas son consistentes con INFANTINO, Lorenzo: Individualismo, mercado e historia de las ideas, Madrid, España, Unión Editorial, 2009.

[14] PAZ, Octavio: “La democracia en América Latina”, en Frustraciones de un destino: la democracia en América Latina, San José de Costa Rica, Libro Libre, 1985 p. 18

[15] Entrevista con Julio Scherer, en PAZ, Octavio: Huellas del peregrino. Vistas del México independiente y revolucionario. México, Fondo de Cultura Económica, 2010, pp. 308-342

[16] PAZ, Octavio: “Peace and democracy”, en One earth, four or five worlds. Reflections on contemporary history. Orlando, Florida, U. S. A., Harcourt Brace Jovanovich Inc., 1985

[17] Con cierto deje de ironía, Paz decía que los remordimientos de Occidente se llaman antropología. PAZ, Octavio: Tiempo Nublado, Barcelona, España, Seix Barral, 1983, p. 15

[18] WHITE, Hayden: El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica. Barcelona, España, Ed. Paidós, 1992

[19] GOLDWERT, Marvin: Psychic conflict in Spanish America. Six essays on the psychohistory of the region. Washington, U. S. A., University Press of America, 1982, y GOLDWERT, Marvin: History as neurosis: paternalism and machismo in Spanish America, Lahnam, U. S. A., University Press of America, 1980

[20] CARR, E. H.: ¿Qué es la historia? Barcelona, España, Editorial Planeta, 2010

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