Curzio Malaparte y la construcción del personaje histórico. Mitos ideológicos, sueños políticos y miserias humanas.

Sergio Fernández Riquelme.

Universidad de Murcia (España).

 

Resumen. Curzio Malaparte construyó un personaje histórico. Se cambió el nombre, buscó la gloria, participó en las grandes ideologías del momento, vivió la vida al límite y se convirtió en famoso novelista de las miserias humanas. Y lo hizo en la centuria de grandes personajes que quisieron dominar el mundo o cambiarlo para siempre. Una era donde era posible transformar la política y refundar la sociedad, destruir la democracia y construir el fascismo, liberar al proletariado y fundar un Estado soviético, matarse como nunca en crueles trincheras o destruir naciones enteras en semanas. Y este personaje participó, narró e incluso se aprovechó de batallas y posguerras que se sucedieron en un periodo nacido, historiográfica que no cronológicamente, del impacto mental y moral de la Gran Guerra. De ella nació el personaje camaleónico y provocador, bajo el pseudónimo de Curzio Malaparte; un escritor italiano de origen alemán que construyó su propia biografía como pretendido “consejero de príncipes”, fascista y comunista casi a la vez, que narró con maestría y vivió con persistente polémica la brutalidad de los hombres y de las ideas de su tiempo, siempre desde la fascinación vital de la revolución, y desde la aspiración humana a convertirse en héroe real o ficticio.

Palabras clave: Comunismo, Fascismo, Golpe de Estado, Guerra mundial, Literatura, Malaparte.

 

Abstract.

Keywords: Communism, Fascism, Coup, Literature, World War, Malaparte.

 

La narración de lo que iba a ocurrir.

Se puede narrar la historia desde el presente que se vive o desde el presente en el que rescatamos los hechos que nos importan. Como crónica o como memoria, desde la historiografía o la historia novelada, analizando lenguaje usado o el discurso utilizado. La narración del pasado, como suma imperfecta de la experiencia pretérita, la posibilidad actual y el futuro posible (Koselleck, 1993: 25-27), recoge, mutatis mutandis, la cualidad y la cantidad de lo hecho y deshecho por hombres y mujeres buscando la subsistencia diaria o aspirando a la gloria eterna; de las ideas que inspiraron a una generación o que cayeron en el olvido antes de tiempo; y de los periodos que tienen fecha de inicio y final o aún persisten en las decisiones que hacen del mundo cada vez más global. Construcción que dice la verdad o donde se puede mentir, que es usada para conseguir poder o para evitar perderlo, que ayuda a ganarse un nombre o permite que un nombre quede marcado para siempre.

Hay autores recordados o textos destacados que narraron fases germinales de nuestra era, la Contemporaneidad moderna o ya posmoderna, de lo global a lo local, de lo personal a la universal; mostrando la brutalidad o solidaridad de los hombres, las contradicciones o convergencia de las ideas, y las finas líneas divisorias entre épocas que se solapan en la vida diaria de los ciudadanos. Pero hay algunos, como Curzio Malaparte [1898-1957] en su vida y en su obra, que narraron su tiempo, el siglo XX, en primera persona y de manera polémica a ambos lado de las dialécticas ideológicas, como cronista aventajado o como protagonista provocador (Fernández Riquelme, 2018). 

 

Un hombre del siglo XX.

Soldado en la batalla y corresponsal de guerra, escritor afamado y juerguista en la vanguardia, líder fascista e intelectual comunista. Lo fue todo y no fue nada, como su propio siglo. Estuvo siempre en el lado malo; el lado del provocador y del blasfemo, del revolucionario y del antidemócrata, del golpista y del confabulador, del fascista y del comunista, de refundador del mundo y de la sociedad. "Tengo curiosidad por saber lo que encontraré yo, que busco monstruos" escribía Malaparte [1898-1957], el famoso periodista y escritor Kurt Erich Sucker que aduló a casi todos e irritó a la mayoría (Malaparte, 2015a: 33).

Malaparte construyó un personaje, su personaje, desde la apariencia de falsedad (cambiando datos de su biografía), la contradicción polemista (cambiando de bando siempre oportunamente) y continuos poses vanguardistas durante años de fama y provocación (cambiando de amigos y enemigos cada vez más conocidos) (Forti, 2016; Serra, 2012; Guerri, 1998).

Un revolucionario toscano que buscó tanto en lado diestro como en el siniestro, un polémico dramaturgo sin éxito que latinizó su nombre alemán, y un brutal escritor neorrealista más conocido por el nombre de guerra que desde 1925 marcó su destino. Eligió la "malaparte" no solo como un juego de palabras, entre la ironía y la paronomasia, con el apellido del imperial o Bonaparte, sino ese lado equivocado de la Historia que da la fama y también la quita, como el símbolo de una nueva persona en un nuevo mundo que muchos se dedicaron y se dedican a forjar, a sangre y fuego. Para Chiavarone (2010):

"Malaparte se mueve entre el terror y los "hechos de sangre" como reportero, desencantado y consciente, perdido en sus pensamientos que no están en el evento individual, sino una cadena de consecuencias, su propia razón de existir. Oscilando entre los sueños y las utopías, esperanzas en vano para reparar lo irreparable, o para reanudar un viaje interrumpido por un abrupto de "romper".

Un dandi histriónico que buscaba llamar la atención (para Giuseppe Pardini), un mujeriego engominado, perfumado y viscoso (recordaba Gianni Agnelli), un bromista sempiterno con el drama humano (según eterno enemigo Indro Montanelli), un macho narcisista y mitómano (para Maurizio Serra), el gran adorador del espectáculo de las tendencias de moda (para Alberto Moravia), un creador único y polemista (defendido por Luigi Martellini) (Guerri, 2015). Personaje bien documentado, en su personalidad y su contexto, en los citadas textos de Guerri, Forti, Martellini o Serra, así como en las obras de Marino Biondi (Scrittori e miti totalitari, 2002), Mario Isnenghi (Il mito della Grande Guerra, 1970), Enzo Laforgia (Malaparte scrittore di guerra, 2011) o los actos de los congresos dedicados a la figura de Malaparte editados por Gianni Grana (Malaparte scrittore d’Europa, 1991) y Riccardo Barilli y Vittoria Baroncelli (Curzio Malaparte, 2000).

Malaparte fue el hombre de las mil máscaras de la Contemporaneidad, un Camaleón que buscó la fama o la supervivencia con la pluma excelsa y con el contacto maquiavélico (Guérin, 2009); pero que también atisbó la grandes claves del siglo XX: la revolución de las masas, la crueldad de la Guerra fratricida, el ascenso de los totalitarismos, la decadencia de Europa, la hegemonía norteamericana, o el futuro de China.

 

Frente a la decadencia.

Curzio Malaparte vio, vivió y narró, entre la fascinación y la supervivencia, el horror del mundo, de los monstruos del siglo XX en los frentes de batalla y en las tribunas políticas. Fue espectador privilegiado e irónicamente superviviente del devenir crítico del siglo XX y sus secuelas ideológicas; Malaparte estuvo y luchó en las dos grandes Guerras, visitó todos los frentes bélicos, conoció a los grandes estadistas de su tiempo, abrazó todas las causas posibles, peleándose con el mismo Mussolini (Serra, 2012) o inspirando supuestamente, y años después, al mismo Che Guevara en la técnicas de sublevación (Ratner y Smith, 200: 71). Fue burgués de cuna y antiburgués proclamado, anarquista de derechas e individualista acérrimo, anticlerical casi masónico y católico postrero, fascista revolucionario y comunista poco proletario; Malaparte fue un personaje contradictorio y camaleónico, incomprensible para la historiografía que solo narra el lado correcto de nuestro pasado, pero que quizás refleja la razón maquiavélica de todo tiempo histórico, de su época con pactos contra-natura como el Acuerdo Ribbentrop-Molotov o víctimas inevitables para alcanzar la paz en las atomizadas Hiroshima y Nagasaki.

Como aprendió de Lord Byron, uno de sus grandes mitos, odiaba la decadencia y a los decadentes, y nunca quiso ser uno de ellos, mintiendo de manera continua como atestiguaron sus biógrafos Guerri (1980) y Serra (2012). Así reescribió continuamente su historia y la historia de su tiempo, en busca de ser héroe, famoso, importante; por ello sus novelas fueron casi autobiográficas, con él de pretendido protagonista, vencedor o vencido; sus militancia polémicas y cambiantes; sus amigos santos y demonios. Posiblemente Malaparte fue otro más de los hombres, de los intelectuales de este tiempo, de un momento ya globalizado, que buscaron ser héroes o líderes, en el seno de la nueva masa rebelada de aspirantes a clases redentoras urbanas, medias o proletarias (Ortega dixit); los "hijos" de la terrorífica Primera Guerra mundial (Jünger, Céline, Cendrars), los protagonistas de una de las claves, para Pubill (2017: 198):

"de la crisis europea de los primeros treinta años del siglo XX: la circulación de personajes relevantes por diversas culturas políticas, en ocasiones de signo contradictorio, sin que por ello pueda hablarse exactamente de mero transformismo, conversiones mercenarias o adaptación oportunista a las condiciones de una mejor promoción personal".

Hombres que querían borrar, para ello, el pasado de un país que no siempre les dio la fama prometida o el ascenso soñado (Forti, 2015b: 2-3), sumándose a movimientos que apelaban a superar radicalmente la "decadencia de Occidente" (popularizada por Spengler) en sus pueblos y sus vidas, y sobre todo apostando, elucubrando, diseñado formas alternativas y opuestas al sistema democrático liberal y capitalista vigente que consideraban corrompido, tanto a la derecha como a la izquierda del supuesto espectro ideológico. Y Malaparte buscó en ambos espectros, como Spirito, Sorel, La Rochelle o Manoilescu (e incluso Mussolini), el medio para ser el protagonista de ese lado incorrecto de la Historia, en su caso como pretendida gran estrella mediática para los unos y para los otros (Fernández Riquelme, 2009: 208).

 

Pronto quiso ser un héroe.

Alemán de origen (por parte de su padre, Erwin Suckert) e italiano de alma (por su madre, Edda Perelli), el joven Kurt se graduó en el prestigioso Collegio Classico Cicognini de Prato (su ciudad natal) tras su infancia en una “familia obrera” (como subrayó en su posterior militancia comunista). Años de amplia formación clásica con especial predilección por Bocaccio y Sachetti, precoz lectura marcada por los textos de Gabriele D'Annunzio (Guerri, 1999), e interés político con simpatías declaradas por el anarquismo y el masón Partido Republicano italiano, participando incluso en los disturbios de la llamada Semana roja. Años después esgrimiría que:

“siempre he sido republicano. Criado en un entorno trabajador, entre artesanos y trabajadores mazzinianos, no podía no ser un republicano. [...] Esta vida en el pueblo y para el pueblo ha sido uno de los elementos fundamentales de mi educación moral e intelectual. [...] Aunque profundamente diferenciado del Partido socialista, incluso los republicanos éramos una parte viva de las luchas sociales y económicas del pueblo y esta participación es el recuerdo más fuerte para mí de la "semana roja" de junio de 1914. [...] [Cuando] la "semana roja" había terminado, y después de un útil intento de continuar la lucha a partir por nuestra cuenta, todos se fueron a casa con la cabeza baja, decepcionados y tristes, y tuve un profundo dolor y lloré. Dos días más tarde fui arrestado junto con otros jóvenes"  (Ronchi, 1991: 66).

En 1914 escapó del hogar y se alistó con solo dieciséis años en el ejército francés (Indelicato, 2011). Era la gran batalla de la cultura latina que aprendió y de la que quiso formar parte, contra la cultura germánica que nunca quiso heredar. Kurt combatió en la Gran Guerra, inicialmente en las filas de la Legione Garibaldina (con la cual luchó entre febrero y marzo de 1915 en el frente occidental) y posteriormente con el Fasci Interventisti di Azione Rivoluzionaria y con la Brigada Cacciatori delle Alpi del Ejército italiano tras su participación oficial en el conflicto (como soldado de infantería, oficial expedicionario y poeta con Alla Brigata Cacciatori delle Alpi 51˚-52˚). Tras participar con los aliados en la batalla de Bligny y ser gaseado durante el enfrentamiento de Chemin des Dames, finalizó la Guerra llegando al rango de capitán en el Quinto Regimiento Alpino, recibiendo una medalla al valor, y trabajando en la delegación italiana en Versalles y en la Embajada de Italia en Varsovia (Forti, 2015b: 9-11). Compañeros de armas y de revolución a los que dedicó en 1919 el poema I morti di Bligny giocano a carte:

"oh dappertutto è Italia, oh unica al mondo Italia,

con le tue case le tue vigne i tuoi campi di grano,

oh dappertuto è Italia dove son tombe italiane.

Morire che importa? morire

per il nome mattutino d'Italia.

Ma fossimo almeno caduti sulle rive del Piave,

sulle rupi del Grappa: e non qui, non qui

dove la gente ci dice: Qu'est que vous faites ici" (Maparte, 2003b).

 

La primera vanguardia.

Malaparte fue a la Guerra y trajo la revolución. El héroe condecorado, el joven poeta, el prometedor experto en las relaciones diplomáticas del momento regresó a Italia. Tras estudiar en la Universidad de La Sapienza de Roma, comenzó su carrera de periodista, granjeándose un nombre entre los revolucionarios del momento con su ensayo novelado Viva Caporetto¡ (1921). Escrito en Varsovia durante el asedio bolchevique de 1920 (al que asistió como corresponsal), Malaparte utilizaba la derrota de las tropas italianas en Caporetto de octubre de 1917 ante el ejército austrohúngaro, para mostrar la necesidad de la "lucha de clases" de los soldados provincianos, de su revolución social ante la ineficacia política del gobierno y la debilidad económica de las elites (Martellini, 2015: 154-155). Caporetto era, para Malaparte, “l’ora delle masse” en la Historia, la revolución social de los humildes soldados de infantería masacrados en el frente, que superaría la distinción nacional entre obreros y empresarios, entre modernidad y tradición (Malaparte, 1981: 9-11).

"Non tutti potranno leggere questo libro". Esta feroz crítica a la sociedad italiana en su corrupta Roma, su inútil ejército real y sus rapaces aristócratas económicos, como había contemplado de primera mano en las pésimas condiciones de vida y de lucha de los soldados nacionales, provocó la furibunda reacción de los primeros escuadrones fascistas (que la retiraron de los escaparates de numerosas librerías) y el secuestro por las autoridades militares. Los hechos revolucionarios de Caporetto finalmente fueron publicados como La rivolta dei santi maledetti en 1923, tras adaptar parte de su contenido a las exigencias de su nueva militancia fascista (Serra, 2012).

"Y recordemos a la Italia oficial, a los fáciles aclamadores y a los fáciles insultadores, a los tabúes de nuestra política y nuestros Comandos, que nadie puede insultar con el nombre de cobardes o traidores de la patria a cuántos de nosotros, antes y después de Caporetto, nos hemos podrido en el barro de las trincheras por amor a esta Italia de sangre y carne. [...] No hablo por mi cuenta. Yo hablo como un gato. Personalmente, no hay nada que decir de mí: hice la guerra, toda la guerra, desde Argonne hasta Victory, de una manera magnífica. Tengo un orgullo legítimo de lo que he logrado" (Mapalarte, 1981: 91).

Llegaba la hora de la nueva generación, de su generación; era el momento de esos jóvenes de origen pequeño-burgués que harían de Italia un país por fin moderno, por fin desarrollado, por fin con peso en el mundo; de esos soldados jóvenes rebelados en Caporetto frente a sus líderes elitistas siguiendo los pasos revolucionarios de Mazzini y Garibaldi. Curzio fundó, junto a amigos y compañeros de armas, el movimiento literario de vanguardia L’Oceanismo (con su respectiva revista Oceanica); grupo cuya línea editorial consideraba viable la conciliación entre el colectivismo (sindicalista) y el individualismo (vital), y se declaraba en guerra frente al “sentido de lo fragmentario, lo particular y lo limitado” de la existencia prejuiciosa de sus mayores burgueses, “imitando el antiguo sentido oceánico de la vida”: el heroísmo frente a la muerte, el compañerismo de los iguales, la organización comunitaria (Martellini, 2015: 168-169). Nacionalismo republicano y mazziniano y Sindicalismo revolucionario comenzaron a convivir en Malaparte; una posición que comenzó a defender en las revistas literarias de la izquierda antifascista de su amigo Piero Gobetti Valori plastici y La Rivoluzione Liberale en el año 1922 (Ronchi, 1991: 18-23).

 

Aspiró a ser líder fascista.

Y Malaparte, como tantos otros aspirantes, fue atraído por el Fascio, la eclosión inicial de esa necesaria "rivoluzione italiana", la gran moda ideológica a la que sumarse frente a la amenaza marxista y la decadencia liberal; y que Mapalaparte conectó tanto con la que consideraba inevitable transformación social de Italia como con las consecuencias en la juventud nacional tras el fracaso patrio de la Gran Guerra (donde se  consiguieron muy pocas ventajas territoriales e internacionales, pese a su apoyo a los aliados victoriosos):

“no solo por su crítica a los sistemas parlamentarios y su polémica contra la impotencia detallada de los partidos, sino también por mi lealtad íntima a lo que yo llamaría mi "tradición personal", común a la mayoría de los jóvenes de mi generación: es decir, la lealtad a mis medallas, a mi lesión, a mi participación personal en la guerra, a mi pasado, en resumen, a un luchador. Demasiado vivo y reciente era el recuerdo de la guerra, para poder negar los sentimientos que el recuerdo de la guerra despertó en los luchadores” (Malaparte 2003b: LXXXVI-LXXXVII).

En 1920 se sumó al Fascio y en 1921 al Partido recién creado liderado por Benito Mussolini, como "fascista de primera hora". En 1922 participó en la Marcha sobre Roma como otro entusiasta camisa negra, batiéndose en duelo sin víctimas, pero con gran eco en la prensa, con el dirigente comunista Ottavio Pastore. Como defendía más tarde, procedente de la izquierda mazziniana se sumaba al llamado “fascismo rojo: salido de los sindicatos, quiere nacionalismo en vez de internacionalismo, el predominio del Estado y no su disolución, la guerra y no la paz, el vigor de las razas por encima de un obrerismo al que, por otro lado, nunca renunciará” (Domínguez, 2016: 49-50). En su artículo Gli ultimi paradossi di Candido (en Il Tempo, 1922) afirmaba que:

"Las presuntas calamidades económicas, diplomáticas y espirituales que Italia ha experimentado durante algunos años son una magnífica señal de historicidad; no tienes que interpretarlas como un síntoma de enfermedad, sino de poder real y efectivo. La fuerza de un pueblo consiste en nunca desviarse de la propia tradición, en permanecer siempre a la par con ella" (Malaparte, 2003b: LXXXVII).

Tras un breve paso como Secretario general de los sindicatos en Italia y en el extranjero, dejando como legado L’Europa vivente: teoria storica del sindacalismo nazionale (1923), Malaparte se apartó para siempre de lo institucional y volvió a su pasión periodística y su vocación polemista, marcada siempre por su supuesta participación en el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti en 1924. Pretendiendo ser el jerarca de la prensa fascista, fundó en 1924 el diario La Conquista dello Stato, influido por Georges Sorel y Filippo Corridoni, apoyó incondicionalmente el Discurso del 3 de enero de 1925 en el que anunciaba la suspensión de las libertades democráticas, y firmó el Manifesto degli intellettuali fascisti (Fresán 2013). Malaparte se puso de parte del nuevo poder (Di Benedetto, 2014:130).

El fascismo de Malaparte partía del "populismo reivindicativo" de una nueva nación construida desde el heroísmo de los soldados de la guerra (de los hermanos de armas en Caporetto), del patriotismo burgués de Mazzini (republicano y laico) y de la regeneración político-social de la Italia Barbara (1925); ensayo donde firmó por primera vez como Curzio Malaparte (tomando como referente el panfleto del siglo XIX I Malaparte e i Bonaparte), señalando provocadoramente que  “Napoléon se apellidaba Bonaparte y al final le fue mal; yo me apellido Malaparte y me irá bién” (Ronchi, 1991).

Kurt era ahora Curzio, el alemán que quería ser italiano, el cosmopolita que quería ser nacionalista en la provincial Italia; pero no podía, no pudo elegir entre la modernidad y la tradición. Por ello colaboró tanto en el movimiento provincialista y nacionalista del Strapaese de Longanesi y Maccari (entre la ironía cómica y el realismo mágico), como del opuesto movimiento modernista y cosmopolita de la Stracittà de Alvaro y Barelli. Convertido en escritor de referencia en el fascismo de moda, Malaparte creó en 1926 la revista 900 con Marco Bontempelli, coeditó la publicación Fiera Letteraria, dirigió el periódico La Stampa en la ciudad de Turín (1929), y se proclamó líricamente como el más patriota en su poemario L'Arcitaliano (1928).

 

Le dijo adiós al Duce.

La Revolución era el signo de los tiempos, la consecuencia inevitable de esa Guerra de trincheras que tanto marcó a Malaparte y sus coetáneos, de esa fraternidad de los soldados y obreros que impulsaba a los movimientos izquierdistas. Y por ello el toscano comenzó a atisbar que el Fascismo se quedaba atrás en plena era de entreguerras, ante un mundo liberal-capitalista marcado por Sodoma e Gomorra (1931), ese viaje imaginario de Malaparte con Voltaire por tierras palestinas en busca del sexo de los ángeles.

Siempre cercano al Duce, su relación con el que acabaría llamado Muss, se inició con la gran lealtad al máximo Condottiero, continuó con diversas bromas públicas (o bufonadas) sobre su gobierno y sobre Italia, y finalmente con la ruptura ante el antihitlerianismo frontal de Malaparte (Serra, 2012: 80-85). Ya en 1928 había escrito Don Camaleo, una dura sátira sobre el Duce (e inicialmente pensada para el liberal Piero Gobetti) y su régimen que fue prohibida en plena impresión: en ella fabulaba sobre un encuentro ficticio entre Malaparte y Mussolini donde el escritor toscano era obligado a educar a un Camaleón en humanidades:

"Hay entre nosotros muchos animales —no todos políticos—cuya rareza se debe más al ambiente exquisito y arbitrario de la Italia del último siglo que a su propia naturaleza. ¿Quién ha visto nunca una salamandra, un basilisco, un dragón, un camaleón? Incluso nos habríamos olvidado de cómo son si de vez en cuando un hombre de bien, especie tan rara como estos animales, no se topara con alguno y nos lo contara. Son casos maravillosos. Pero esos casos maravillosos abundan en las crónicas y no sólo en las fábulas" (Malaparte, 2015a: 23).

Un Camaleón que se convierte en álter ego del propio Mussolini cuando comienza a ser instruido en política, consiguiendo un éxito arrollador en el Partido hasta ser nombrado el número dos de la organización, finalmente desvelando en su discurso en el Parlamento que era en realidad la propia mente del Duce (Malaparte, 2015a); de aquel a quién Malaparte una vez siguió pero comenzaba ahora a borrar de su pasado:

"Cuando, en octubre de 1922, entraron en Roma las camisas negras de Mussolini, yo tenía, por suerte, poco más de veinte años. La atmósfera suave del octubre romano no me permitía prever todos los desengaños que habían de seguir a los acontecimientos revolucionarios de aquellos días, pero la indolencia que me infundía aquel aire que olía a mosto me impidió bajar a la plaza y unirme a las turbas de facinerosos furibundos. Las vi pasar por las calles embanderadas de Roma desde la ventana, donde permanecí todo el día, lamentando no poder quedarme allí el resto de mi vida. Ni entonces ni luego me he arrepentido: no moverme de mi ventana fue el primer y único beneficio que obtuve de la revolución de Mussolini y siempre estaré agradecido a la historia de Italia por eso" (Malaparte, 2015a: 28).

Situado progresivamente en la facción denominada como "fascismo di sinistra" o "popolare" de Ricci, Spirito o Vittorini (socialistas nacionalistas y anticapitalistas). La Marcha sobre Roma debía ser la "revolución de octubre a la italiana", como proclamaba en su revista La Conquista del Estado: antidemocrática, antiliberal y antiburguesa. Ya en 1929 visitó la URSS de la mano de La Stampa, siendo publicados sus artículos sobre el país y sobre sus líderes, muy bien valorados en términos prácticos, en Intelligenza di Lenin (1931). Año en que fue despedido del periódico por su primer choque con el dirigente Italo Balbo, marchando a París en busca del reconocimiento que a su juicio no le otorgaba un régimen poco o nada revolucionario (como demostraba el enorme poder de la familia Agnelli).

“O el fascismo implementa su revolución derribando el Estado liberal, y en este caso el fascismo evidentemente tiene un futuro revolucionario; o el Estado liberal, fortalecido por el mismo fascismo, logra aplastar todas las ilusiones fascistas, colocando el revolución extra legem y lo sofoca  con un trabajo policial, y en este caso los núcleos verdaderos revolucionarios del fascismo reanudarán los motivos ideales del movimiento y asaltarán el estado liberal, en el terreno insurreccional, hasta que se implemente la revolución fallida en el experimento colaborativo”. (Malaparte 2003b: LXXXVIII)

 

Se convirtió en el teórico del Golpe de Estado.

Malaparte se consagró en medio mundo, ahora como teórico político, con su famoso libro Técnica del colpo di Stato, un auténtico superventas en la época. Publicado en París y en francés (originalmente como Technique du coup d’Etat), Malaparte diseccionaba la popularidad de la revolucionaria "técnica del golpe de Estado" como medio de conquista (para los catilinarios de izquierda o derecha) o defensa del poder político (para los liberales y demócratas), más allá de la mera estrategia o de los intereses sociales o morales (frente a Maurras o Daudet).

"La historia política de estos diez últimos años no es la de la aplicación del Tratado de Versalles, ni la de las consecuencias económicas de la guerra, ni la del esfuerzo de los gobiernos para asegurar la paz europea, sino que es la historia de la lucha entablada entre los defensores del principio de la libertad y de la democracia, es decir, los defensores del Estado parlamentario, y sus adversarios" (Malaparte, 2017: 27-28).

Ocho capítulos donde diseccionaba el golpismo técnico nacido de la Gran Guerra como forma de conquistar o defender el dominio del Estado moderno: se inicia con el golpe de estado Bolchevique y la táctica de Trotski de Octubre de 1917, prosigue con la  defensa de Iósif Stalin del poder soviético frente al intento de Trotski en 1927, continua con la experiencia polaca de Józef Pilsudski, analiza la intentona fracasada del militar Wolfgang Kapp en Alemania en 1920 frente a la realidad de Weimar y el miedo a Marx, rememora el primer golpe de estado moderno del 18 de Brumario de 1799 por Napoleón Bonaparte, compara el golpe blando del "cortesano" español Primo de Rivera y el general socialista Pilsudski con el mismo Napoleón al refugiarse ambos en la legalidad del estado vigente en lugar de rechazarla, estudia los límites y oportunidades de Mussolini y del golpe de estado fascista en el que participó tras la citada Marcha sobre Roma, y finaliza con su consideración de Hitler como un dictador fracasado desde el Putsch de Munich (eso sí, antes de que tomará el poder varios años después) Todos eran iguales, todos querían el poder; aunque algunos lo conseguirían y otros los mantendrían: nada de supuesta legalidad, nada de supuesta voluntad popular. Simple y llanamente, el poder maquiavélicamente entendido para poder triunfar; lo demás era simple farsa Así lo demostraban el “falso obrero” Lenin y el acomplejado “cabo austriaco” Hitler (Malaparte, 2017: 45-50).

Pese a ser prohibido en diferentes países (de España a Bulgaria) y por gobiernos tanto democráticos como totalitarios, alcanzó gran fama y difusión, especialmente por esta desmitificación del Golpe de Estado: cualquiera podía darlo y tomar el poder, siempre que un grupo bien organizado tomara rápida y completamente los medios técnicos.

"Las actuales circunstancias de Europa, y de la política de los gobiernos frente a los catilinarios, no pueden examinarse ni juzgarse según el espíritu y el método de Maquiavelo. El problema de la conquista y de la defensa del Estado moderno no es un problema político, sino técnico. Las circunstancias favorables para un golpe de Estado no son de naturaleza necesariamente política o social y no dependen de la situación general del país. La técnica revolucionaria empleada por Trotsky para hacerse con el poder en Petrogrado en octubre de 1917 daría los mismos resultados si se emplease en Suiza o en Holanda" (Malaparte, 2017: 35).

Afirmaba que era posible en cualquier sistema democrático dar un golpe de Estado sin una situación crítica y sin el apoyo de masas; solo era necesario ese grupo bien organizado revolucionario (“partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, los «catilinarios», es decir, los fascistas y los comunistas”) y totalmente decidido que frenara la maquinaria estatal tomando sus instrumentos técnicos, incluso sin usar ampliamente la fuerza contra el adversario. Y los ejemplos los encontraba cuando Trotsky decidió controlar los órganos técnicos mientras el gobierno Kerensky se limitaba a defender los órganos políticos; cuando Stalin aprendió el uso los cuerpos especiales de defensa para proteger los medios técnicos de las aspiraciones troskistas, o cuando los grupos fascistas neutralizaron a la policía, controlaron a los sindicatos y tomaron el sistema ferroviario, obligando a dimitir al gobierno de Luigi Facta y consiguiendo del rey Víctor Manuel III legalizara el golpe encargando a Mussolini la formación del gobierno (Malaparte, 2017: 55-57).

Malaparte concluía que la estrategia es y sería siempre la misma: situar las fuerzas golpistas en el punto más sensible del enemigo y más determinante de la administración moderna, es decir, los servicios públicos y los medios de comunicación. Comprender la moderna técnica del Golpe de Estado para Malaparte significaba comprender, aunque los partidos “del equilibrio liberal” no lo parecían entender, que, como señalaba en otro plano el mismo Carl Schmitt en El concepto de lo político ante la supervivencia de la República de Weimar, “el arte de defender el Estado moderno está regulado por los mismos principios que regulan el arte de conquistarlo”, por lo que ”para defender al Estado de un intento revolucionario fascista o comunista hay que emplear una táctica defensiva basada en los mismos principios que regulan la táctica fascista o la comunista” (Malaparte, 2017: 30-32).

Tras elogiar la exitosa "técnica" bolchevique de toma del poder diseñada por Trotski y perfeccionada por Stalin (“los catilinarios de izquierdas que pretenden la conquista del Estado para instaurar la dictadura del proletariado”) y criticar las limitaciones transformadoras de Mussolini (“los catilinarios de derechas” o “idólatras del Estado”) y el simple conservadurismo del primer Hitler (Malaparte, 2017: 28-29), el libro fue prohibido y Malaparte expulsado del Partido Nacional Fascista en 1933, siendo enviado al exilio en la isla de Lipari. Años más tarde, en el nuevo prefacio de este texto en 1948, Malaparte llegaba a señalar que “odio este libro mío. Lo odio con toda mi alma. Me ha dado gloria, esa pobre cosa que es la gloria, pero también muchos disgustos…”.

Después de ser liberado por obra y gracia del todopoderoso Conde Galeazzo Ciano (yerno del Duce, ministro de exteriores y amigo de juergas del toscano) volvió a trabajar en la prensa, ahora como corresponsal del Corriere della Sera. Pero entró en conflicto con el gobierno italiano por sus nuevos conflictos con Balbo, con la influyente familia Agnelli (los patrones de la FIAT y dueños de La Stampa) y sus abiertas críticas al régimen (incluso por las políticas antisemitas de los gobernantes); ahora desde la revista Prospettive (que fundó y dirigía, y donde recogió la obra de García Lorca, Picasso, Joyce o Heidegger). Finalmente fue encarcelado en la prisión romana de Regina Coeli, tiempo que dedicó a la escritura, con sus textos Fughe in prigione (1936), Sangue (1937) y Donna come me (que vería la luz en 1940).

 

En el frente como periodista, del frente como escritor.

En 1939, de nuevo en libertad, marchó como corresponsal a Etiopía y en 1940 fue alistado como capitán para la campaña italiana en Francia (experiencias recogidas en Il sole è cieco, 1941), pero al año siguiente consiguió otro papel protagonista: dejó los fusiles y comenzó su labor como corresponsal de Guerra para el Corriere, primero en el frente griego-yugoslavo y finalmente en el frente ucraniano acompañando el avance y la destrucción de la 11ª División de la Wehrmacht (Reverte, 2013).

Los artículos que envió a Italia desde las tierras orientales fueron recopilados en su obra Il Volga nasce in Europa (1943), testimonio de primera mano, y de profundidad ética y estética, sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial (Fattore, 2010; 101), especialmente sobre el por qué de la Operación Barbarroja (la "guerra roja" en los campos ucranianos en el capítulo primero) y el sitio de Leningrado (que denominó "la fortaleza obrera" en el libro segundo):

"En el camino de vuelta, veo que del Bratesc se eleva una nube oscura. Es como un inmenso manto negro que cubre el río, el puerto, la ciudad: una bandada de cuervos. Las fúnebres aves pasan por encima de los tejados graznando tristemente. Subo por la calle Brascioveni. De repente, en la acera, entre la gente, cae algo del cielo. Nadie se detiene, nadie se vuelve. Me acerco y miro. Es un trozo de carne podrida, que un cuervo ha dejado caer del pico" (Malaparte, 2015b: 24).

Obra que preparó el material para sus dos grandes novelas sobre la Guerra y a Posguerra, en el norte y en el sur de Europa: Kaputt o la descripción de los sueños y miserias de los perdedores inevitables del conflicto (1944), y La pelle (1949) o el gran contraste en el paisaje humano y cultural de la sociedad postbélica entre los hundidos y trágicos europeos, y los inocentes y victoriosos ocupantes norteamericanos en la devastada Nápoles. Escritas por una Italia siempre derrotada, sea cual sea el bando elegido; por las bestias criminales y perversas que nacen de la fascinación del conflicto  y sobreviven en el drama postbélico.  

Kaputt a la vieja y norteña Europa. La obra que hizo famoso durante décadas a Malaparte, al escribir la crónica del fin del sueño imperial de la Alemania nacionalsocialista en el frente ruso (Peña, 2013: 156-157), desde la comedia humana  de monstruos como Hans Frank o Ante Pavelić. Criticada por Roma e insertada en el Index Librorum Prohibitorum vaticano, esta crónica cruel surgía como el retrato irónico y realista de esos germanos inevitablemente derrotados (y de sus víctimas humilladas), que entre las penurias en la batalla y la magia de lo que parecía imposible a los ojos humanos:

"tienen miedo a todo y de todo, y destruyen por miedo. No es que teman a la muerte: ningún alemán, hombre, mujer, anciano o niño, teme a la muerte. Y tampoco es que tengan miedo a sufrir. En cierto sentido podría decirse que aman el dolor. Pero tienen miedo de todo lo que está vivo aparte de ellos y también de lo que es diferente. Sufren un mal misterioso. Tienen miedo sobre todo de los seres débiles, de los indefensos, de los enfermos, de las mujeres y de los niños... Matan a los indefensos, ahorcan a los judíos en los árboles de las plazas de los pueblos, los queman vivos en sus casas, como ratones, fusilan a los campesinos y a los obreros. Los he visto reír, comer y dormir a la sombra de los cadáveres colgados de las ramas de los árboles" (Malaparte, 1983).

La Piel de Europa se sentía en el sur de Italia. El terror daba paso a la vergüenza en una novela que hizo de Malaparte un europeísta en busca de la reconciliación desde un cinismo irónico que le equiparaba al mismo Truman Capote, y una apelación a que los vencidos podrían renacer como futuros vencedores: "el hombre es una cosa innoble. No hay espectáculo más triste, más repugnante que un hombre, que un pueblo en su triunfo. Pero un hombre, un pueblo vencido, humillado, reducido a un montón de carne podrida, ¿hay algo más bello, más noble en el mundo?" (Malaparte, 2003a: 398). Obra tan cruel como inmortal que no se llamó "La Peste" por culpa del texto previo de Camus y que provocó una insólita polémica política al ser escrita tras el desembarco aliado en Salerno. Y creó la controversia al narrar la trágica y humillante posguerra en una ciudad napolitana, desde el inicio desesperanzador con una población ocupada y asolada por la peste y un final con la calma esperanzadora del Vesubio tras una devastadora erupción; cruel posguerra continental donde cada uno buscaba salvar su propia piel, su propio pellejo:

“La piel, nuestra piel, esta maldita piel. Usted no puede ni imaginarse de qué es capaz un hombre, de qué heroicidades y de qué infamias es capaz con tal de salvar la piel. Ésta, esta piel asquerosa. Antes soportábamos el hambre, la tortura, los martirios más terribles, matábamos y moríamos, sufríamos y hacíamos sufrir para salvar el alma, para salvar nuestra alma y la de los demás. Hoy en día sufrimos y hacemos sufrir, matamos y morimos, realizamos hazañas maravillosas y actos horrendos no ya para salvar el alma, sino para salvar la piel. ¡Nos convertimos en héroes por algo bien mezquino!” (Malaparte, 2003a: 20-21).

Héroes anónimos que intentaban sobrevivir entre el hambre y la dignidad; vendiendo su cuerpo, sus talentos, sus niños, sus recuerdos ante la presencia de los ocupantes americanos que compraban con ello el "hambre" de los italianos, de los vencidos:

"Y, no obstante, cuanto aquellos magníficos soldados tocaban en el acto se corrompía. Los infelices habitantes de los países liberados apenas estrechaban la mano de sus liberadores, comenzaban a mustiarse, a apestar. Bastaba que un soldado aliado se inclinase en su jeep para sonreír a una mujer, o acariciarle fugazmente el rostro, para que esta mujer conservada hasta aquel momento digna y pura, se convirtiese en una prostituta. Bastaba que un chiquillo se metiese en la boca un caramelo ofrecido por un soldado americano, para que su alma inocente se corrompiese" (Malaparte, 2003a: 43-44).

Estando en Finlandia como corresponsal se enteró de que el Gran Consejo fascista depuso a Mussolini en 1943. Llegaba el momento de abandonar el lado derrotado en la conflagración. A su regreso a Roma se manifestó públicamente por el fin del régimen y en apoyo al gobierno de transición del militar Badoglio (tras la ocupación germana de la capital), no sumándose a la posfascista tentativa de la República de Saló en el norte de Italia. Tras ser detenido tanto por las tropas italianas como por las aliadas en los estertores del conflicto (por su pasado fascista), acertó al colaborar con el Esercito Cobelligerante Italiano del Regno d'Italia; ejerció como agente de enlace italiano en el ocupante Alto Mando estadounidense hasta la primavera de 1946, aprovechando su poliglotismo y sus contactos, lo que le granjeó de nuevo la polémica al ser considerado ahora espía americano (Canali, 2009).

 

Volvía a ser comunista, volvía al primer plano.

Para Malaparte los fascistas de primera hora como él, eran, en el fondo, comunistas en numerosos aspectos. Hijos de la Gran Guerra, revolucionarios contra la burguesía, colectivistas sinceros. El antiguo fascista y nuevo comunista volvía, con este argumento, a la escena cultural e intelectual europea, tras ser absuelto en su juicio por colaboracionismo en 1946; en el cual (como señalaba en su Memoriale defensivo) reescribía de nuevo su pasado ligando su militancia fascista a sus ímpetus juveniles y las secuelas de su participación en la Gran Guerra. Malaparte, autoconsiderandose un exiliado emigró a París (Serra, 2012), viviendo entre Italia (especialmente en su refugio de Capri, donde construyó su famosa "Casa come me") y Francia, tras acercarse ahora al triunfante lado del Partido Comunista italiano (PCI) liderado por Palmiro Togliatti (y del joven militante y futuro presidente Giorgio Napolitano), quién aceptó  su solicitud de ingreso (tras recibir una Autobiografía de Malaparte donde justificaba su fascismo por ese origen bélico, legionario e izquierdista del mismo y de gran parte de los primeros camisas negras); un hecho aún objeto de polémica sobre la certeza o no de esa entrega (Martellini, 2015).

En estos años fue cortejado por comunistas y democristianos, debido a sus oscuros secretos pasados y sus amplios contactos presentes. Por ello, Malaparte justificó de nuevo su pasado criticando al Duce en Mussolini segreto (Mussolini in pantofole) de 1944 (bajo el pseudónimo de "Candido") o en Diario di uno straniero a Parigi (1948), y proclamó en Das Kapital su nueva admiración por el marxismo (obra teatral en tres actos realizada en francés), en boga en su versión leninista-estalinista en medio Viejo continente (Serra, 2012). Etapa en la que, según su testimonio, terminó la redacción de su obra póstuma iniciada en 1931, los ensayos satíricos sobre ese Duce que siempre le vio como un bufón y le consideraba más bien poco revolucionario: Muss. Ritratto di un dittatore e Il Grande Imbecille. En el primero de ellos, Mussolini aparecerá como el único ciudadano que en un cine de Roma, de incógnito, no aplaudirá su propio discursó en la pantalla por verse ridículo usando las manos para eso, mientras su vecino de asiento le confiesa que también piensa como él pero es mejor levantarse; un inútil una vez divinizado incapaz de entender que el Fascismo era "una consecuencia lógica, aunque lejana, de la contrarrevolución católica de los siglos XVI y XVII". En el segundo Mussolini es el tirano caído ante la definitiva ocupación alemana, el invento de la República de Saló y la victoria de los aliados; ese rey sin trono que llegó al poder apelando a las oscuras deseos de unos "italianos sin reforma", en una ciudad eterna que disfruta de la vergüenza y la libertad antes del gusto del idólatra (Malaparte, 2013c).

Pero Malaparte no podía sino estar en el lado malo, como su propio nombre indicaba. De repente, en 1949, publicó su también polémica novela de ciencia ficción (o "romanzo fantapolitico") llamada Storia di Domani, ante las críticas de marxistas italianos de renombre por el apoyo de Togliatti y las sovietización del comunismo nacional. Obra de enorme éxito en plena proclamación de la República nacional, nacida de la famosa reunión en Capri con lo más granado del comunismo italiano, y que contaba la hipotética dominación soviética de toda Europa con el propio Togliatti como presidente de una Italia satélite de Moscú. Ante la dura respuesta del dirigente comunista, Malaparte volvió a su legendaria afición: fue buscado por los demás y fue comunista como los demás.

"Niego de la manera más absoluta, más categórica, que alguna vez presentara una solicitud de registro en el P.C.I. Si en febrero de 1944 hubiera solicitado el registro con la P.C.I., es muy probable que se aceptara, y probablemente con el mismo placer con que, unos meses después, en agosto de 1944, fueron aceptados y publicados por ·Unidad, con gran impresión tipográfica, mis correspondencias de guerra desde el frente; lo cual no hubiera sucedido si hubiera solicitado el registro con P.C.I. y si esa solicitud hubiera sido rechazada. Añado que no hay nada extraño en el hecho de que he trabajado con los comunistas durante la guerra de liberación, y no sólo como un corresponsal de guerra de Unidad, sino como un oficial de enlace con la división partisana comunista Potente en Oltrarno, Florencia: todos los que participaron activamente en la guerra de liberación han colaborado con los comunistas. Por lo tanto invito formalmente al Hon. Togliatti a publicar el documento de mi solicitud de registro en el P.C.I., que afirmó poseer" (publicada en el Tempo el 29 de enero de 1949) (Ronchi, 1991).

En los años cincuenta comenzó a colaborar en el semanario Tempo, produciendo el espectáculo de variedades Sexophone y publicando su última obra contra la burguesía italiana de su tierra (Maledetti toscani, 1956). Y de la mano de Roberto Rossellini se dedicó a la faceta de dramaturgo, estrenando sin mucho éxito su obra Du Côté de chez Proust (obra de un acto por escenificada por primera vez en el Teatro de la Michodièr). Pero en 1950 vio la luz primera y única película, Cristo Proibito, con notable aceptación y galardonada con el premio especial en el Festival de Cine de Berlín de 1951 (e incluso estrenada como Strange Deception en 1953 en los Estados Unidos, y seleccionada como una de las mejores cinco películas foráneas del año por el National Board of Review), y estrenó en 1954 su durísima obra teatral Anche le donne hanno perso la guerra, sobre la fortaleza de las mujeres ante la venta de su cuerpo para sobrevivir y la necesidad de reconstruir el futuro en plena posguerra vienesa (Serra, 2012).

Pero comenzó su declive. La fama desaparecía, y el Camaleón ya no podía reescribir mucho más su historia. Así, en una entrevista en julio de 1955 Malaparte decía sobre Italia y sobre él mismo que "creo que si yo viviera en una sociedad más viril, y en medio de un pueblo más viril quizá me hubiese convertido en un hombre en el verdadero sentido de la palabra. Pero si me tuviera que definir en una sola palabra diría que, a pesar de todo, soy un hombre" (Guerri, 2010).

Tras denunciar el "fascismo de los antifascistas" que le recordaban continuamente su pasado y a la represora "nueva nobleza soviética" que había eliminado todo lo revolucionario de la URSS (satirizada en la inclusa novela Baile en el Kremlin), volvió a acercarse de nuevo al Partido Republicano italiano (con el que se presentó a las elecciones en Florencia). Y como culmen de lo camaleónico ideológicamente hablando se sintió atraído, ahora, como muchos otros intelectuales comunistas, por la irrupción de la inmensa China y de la experiencia maoísta victoriosa en 1949. Así consiguió viajar al país asiático (gracias al papel clave Maciocchi de “Vie Nuove”, la revista cultural del PCI) y a Rusia, invitado por la Unión de escritores soviéticos; en la capital china supuestamente se entrevistara con el mismo Mao Zedong, consiguiendo la liberación de varios sacerdotes católicos (Domínguez, 2016: 51-52), siendo publicado de manera póstuma su diario de viaje (Io in Russia e in Cina, 1958).

 

E incluso quiso volver a Dios.

Un "Narciso inmerso en la tragedia del mundo" (Serra, 2012) que volvía a intentar sobrevivir, tras ser final y supuestamente convertido al catolicismo por obra y gracia del Padre Virginio Rotondi, después de ser detectada la enfermedad terminal que acabaría con su vida. El milagro se obraba en el hijo de un estricto luterano, siempre anticlerical, con su gran obra en el Index, y que tras la Guerra había intentado buscar la raíz cristiana de los dirigentes del comunismo, al más puro estilo de la Democracia cristiana italiana (Serra, 2012).

En la clínica Sanatrix de Roma, ante la solución divina más popular ante la terrenal muerte inminente, Malaparte falleció entre líderes comunistas, senadores democristianos y religiosos jesuitas; eso sí, proclamando antes del desenlace, buscando de nuevo ser protagonista provocador, que se recuperaría "porque Dios no sería tan estúpido como para dejar morir a Malaparte" (Martellini, 2015).

 

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