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La  Democracia  Resiliente

 

Luis René Oro Tapia

 

Politólogo e historiador. Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaiso (Chile).

 

 

 

Entrevista a Luis Oro Tapia aparecida

en el Semanario Tiempo de La Serena

(edición 739, del 01 al 07 de enero de 2010)

 

 

Por estos días se ha reinstalado en el debate político la cuestión de la índole de de la democracia. La polémica ha sido atizada por el apoyo que el Partido Comunista brindó a la candidatura de Eduardo Frei. La Coalición por el Cambio reprocha a los comunistas su obsecuencia con la dictadura cubana. El régimen castrista, según las Naciones Unidas, no es democrático ni respeta los derechos humanos. Por su parte, la Concertación acusa a la candidatura de Sebastián Piñera de ser retrograda y la izquierda más radical la califica de antidemocrática.

Es evidente que tanto la Concertación como la Coalición aspiran a apropiarse y monopolizar los beneficios que irroga la palabra democracia. Pero en la guerra de las declaraciones, ni la un a ni la otra se encarga de explicitar qué entienden por democracia.

Para aclarar qué se entiende por democracia, recurrimos al cientista político Luis Oro Tapia. Nuestro entrevistado es magíster en ciencia política y doctor en filosofía política. Es, además, autor de tres libros y de una decena de artículos publicados en revistas académicas chilenas y extranjeras. El profesor Oro es oriundo de nuestra región (ex-alumno del liceo Gregorio Cordovez) y actualmente reside en Santiago.

 

¿Qué entiende usted por democracia?

Personalmente defino la democracia de manera amplia, para incluir la de los antiguos y los modernos, como un método de toma de decisiones de carácter vinculante —vale decir, obligatorias para toda la comunidad— en cuya elaboración participan, de manera directa o indirecta, los ciudadanos que van a ser afectado por tales resoluciones.

 

¿Ha variado el concepto de democracia con el tiempo?

Sí ha cambiado y muchísimo. Tanto es así que casi se puede llegar a afirmar que entre la democracia antigua y la contemporánea solo existe una coincidencia de nombres, es decir, una mera homonimia. La democracia griega era directa y la nuestra es indirecta o representativa. Los griegos no concibieron la noción de representación política. Los atenienses gestionaban los asuntos públicos en primera persona. Cada ciudadano participaba personalmente en la asamblea y para ello bastaba con que pidiera la palabra y ésta fuese escuchaba sin amplificaciones, ni artificios técnicos, por la concurrencia.

 

¿Y qué se puede decir, al respecto, de la democracia de hoy en día?

La democracia contemporánea es representativa. Ninguno de nosotros participa de manera directa en los debates legislativos. Nosotros participamos solo indirectamente (a través de nuestros representantes: diputados y senadores) en la elaboración de las leyes y otras decisiones de carácter vinculante. La representación política es una invención tardía de la Ilustración. De hecho, fue ideada en Inglaterra y Francia a finales del siglo XVIII. Ella fue concebida atendiendo, básicamente, a dos tipos de razones: demográficas y territoriales.

 

¿Podría explicar, brevemente, cada una de ellas?

¡Claro que sí! En cuanto a la primera razón, cabe consignar que desde mediados del siglo XIX el número de personas que adquieren derechos políticos (los ciudadanos) es cada vez mayor. No sólo por la expansión del derecho a sufragio, sino que además por el crecimiento natural de la población. En cuanto a la segunda, no hay que olvidar que el Estado Moderno, aún el más pequeño, es de una dimensión geográfica ostensiblemente mayor que el territorio de cualquier polis de la antigüedad clásica.

 

Entonces, ¿cuál sería, según usted, una de las mayores diferencias entre la democracia griega y la contemporánea?

Hay una diferencia crucial: los griegos no concibieron la idea de representación política ni aceptaron, intelectualmente, la idea de partido político. Cuando de hecho se articulaban partidos, o si un conato de partido irrumpía en el escenario político, ello era motivo de pavor y espanto. El partido era una realidad digna de ser temida y evitada. Los griegos denominaban esa realidad con la palabra stásis que simultáneamente significa partido, facción, revolución, guerra civil. Es una palabra que casi siempre tenía una connotación negativa.

 

¿Por qué se temía tanto a la stásis?

Porque la stásis constituía un síntoma inequívoco de que la polis estaba fracturada de tal manera que corría peligro de destruirse. Desde este punto de vista, los partidos surgen sólo cuando la sociedad está partida, es decir, cuando ha perdido el consenso normativo, la concordia y amistad cívica.

Tras las diferencias, anteriormente señaladas, subyace una diferente concepción de la libertad. Nosotros nos sentimos más libres en la medida que tenemos un mayor margen de maniobra en nuestra esfera privada; mientras más lejos esté de nuestras vidas el gobierno experimentamos una mayor sensación de libertad. En cambio, para los griegos la libertad consiste en participar activamente en la gestión de los asuntos públicos, en los negocios la polis, en el quehacer de la comunidad política.

No obstante las diferencias consignadas, la democracia griega y la moderna tienen un punto en común. En ambas los ciudadanos participan (de manera directa en el primer caso e indirecta en el segundo) en la toma de aquellas decisiones que van afectar sus propios intereses, sus propias vidas y su destino como comunidad política. Por eso, se puede decir que en la fórmula democrática de gobierno la opinión de los ciudadanos, de los gobernados, pesa mucho más que en cualquier otro tipo de régimen político.



¿Por qué 1973 no fue un buen año para la democracia en Chile?

No es del todo aventurado afirmar, en mi opinión, que hacia mediados de 1973 ningún partido tenía aspiraciones genuinamente democráticas. Por diversas razones casi todos los partidos estaban más interesados en destruir la democracia (que ya era precaria) que en preservarla. Síntoma de ello es la intolerancia ideológica. Ésta indujo a los partidos a negarse recíprocamente “la sal y el agua”.

Otro síntoma, es la virulencia verbal que progresivamente fue pasando de las bravatas retóricas a hechos concretos de violencia. Más aún, algunos partidos llegaron al extremo de abominar de la pluralidad social y política y a cifrar su éxito en la posibilidad de evaporar a los partidos y grupos sociales que no eran compatibles con su visión de mundo. En definitiva, la figura del adversario fue reemplazada por la del enemigo.

           

¿Qué fue lo que exacerbó tanto los antagonismos?

Su pregunta tiene varias respuestas. Si se analiza el conflicto desde el punto de vista del liderazgo político, la polarización prevaleciente se explica (en medida no menor) por el predominio de un discurso ideológico que alentó aspiraciones maximalistas y un tipo de liderazgo político que menospreciaba el pragmatismo. Todo ello incitó a los partidos a renegar de la negociación política y de la búsqueda de consensos. De una u otra manera todos querían “avanzar sin transar”. Por ello, los partidos en vez de llevar a cabo estrategias de cooperación optaron por llevar a cabo jugadas de suma cero. Ellas, más temprano que tarde, resultaron ser nocivas para la democracia y para  toda la sociedad.

 

¿Es Chile un país democrático?

No ha existido y probablemente nunca no va existir una sociedad plenamente democrática. Por eso, en mi opinión, la democracia es un ideal con marcados rasgos utópicos. No olvidemos que todos los ideales de perfección son tan exigentes que terminan, tarde o temprano, difamando a la realidad y maldiciendo a la naturaleza humana.

 

¿Cuál ha sido, en su opinión, la época más democrática en Chile?

Creo que Chile ha tenido dos momentos en que el juego político se ha acercado más, aunque a bastante distancia, al ideal democrático. El primer momento, a mi modo de ver, sería uno de los períodos de la historia de Chile que paradójicamente es más cuestionado. Me refiero a la República Parlamentaria. En tal período el juego político de las alianzas y de la alternancia en el poder se llevó a cabo con bastante fluidez. Además existía tolerancia por las opiniones disidentes. También en ese período se formaron la mayoría de los partidos políticos que tuvieron un rol protagónico en el siglo veinte.

Por supuesto que lo que digo, si se mira de manera aislada, puede parecer insostenible. Pero si se compara dicho período con lo ocurrido en las décadas de 1960 y 1970, es evidente que durante ellas comienza a perfilarse una progresiva intolerancia ideológica e intransigencia políticas. Ambas actitudes no tardaron en alentar conductas reacias a la negociación y a la búsqueda de consensos. También algunos partidos políticos optaron por la estrategia del camino propio en desmedro de los restantes partidos. Incluso algunos partidos optaron explícitamente por la vía violenta. Vista así las cosas, la tan denostaba República Parlamentaria arroja uno que otro destello de luz democrática.

 

¿Y cuál sería el segundo momento?

Creo que el segundo momento es el actual. Entre otras cosas, porque la negociación política no es vista como una traición a la pureza de los principios. Por eso, ha surgido y prosperado una la política de alianzas. Ella no sólo ha dado estabilidad política al país, sino que además ha creado una cultura de búsqueda de consensos, en la cual el otro es visto como un adversario razonable con el que es posible dialogar. Incluso se puede decir que es visto como un mero oponente verbal. Pero en ningún caso como a un enemigo al cual hay que poner fuera de la ley, encarcelar o destruir físicamente.

No obstante, la brecha entre el ideal y la realidad sigue siendo grande. Aún quedan asignaturas pendientes. Como, por ejemplo, el ejercicio responsable de la libertad de expresión y erradicar ciertos resabios de clientelismo y caudillismo. Pero por sobre todas las cosas falta democratizar a los principales actores de la vida democrática: los partidos políticos.

 

¿Está consolida la democracia en Chile?

Sí, porque los sistemas alternativos de gobierno están desacreditados, principalmente en la variante autoritaria y después, aunque en menor grado, la opción populista. Pero el indicador más claro, en mi opinión, es que en la actualidad ya no es necesario elaborar un sofisticado discurso, con afilados argumentos intelectuales, para defender la democracia como forma de gobierno.

Cuando una formula política requiere de mucha explicaciones es porque no está afianzada. Las cosas que son evidentes no requieren de mayores explicaciones. Por eso, en la actualidad (a nivel del ciudadano corriente) no es necesario dar mayores argumentos para sostener que el régimen democrático es el menos malo de los sistemas de gobierno. Sin embargo, no hay que olvidar que el más mínimo sentido histórico nos dice que toda conquista, por muy consolidada que aparezca, es siempre frágil,  aunque se nos presente con visos de eternidad.

 

¿Cuál es, en su opinión, el futuro de la democracia en Chile?

Hacer diagnósticos a largo plazo siempre es demasiado aventurado. La realidad sociopolítica y el azar siempre se complacen en sorprendernos. No obstante se puede decir, que en la actualidad la democracia en Chile goza de buena salud y que su pronóstico para la década que está por comenzar es alentador.

 

 

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