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Los falsarios de la historia.

“Toynbee y la historia de la civilización”.

   

 

Esteban de Castilla

 

Historiador y ensayista. IEHS (España).

 

 

 

Ante la crisis cierta de la civilización occidental, presa de altas dosis de relativismo moral e ideologización de las instituciones, es necesario rescatar la obra de uno de los grandes historiadores de la edad contemporánea, el erudito británico Arnold Joseph Toynbee [1889-1975]. Desde una maestra filosofía de la historia, Toynbee nos ha dejado para los anales de la ciencia histórica una teoría fundamental no ajena a polémicas y críticas, tanto en las comparaciones realizadas como en las conclusiones obtenidas. Su teoría “cícilica” sobre la Historia, esencia de su pensamiento, partía del desarrollo de las civilizaciones como resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que sufría, ya fueran naturales o sociales. No existía una “historia universal” (propia de un Universo extra-histórico), sino una historia humana centrada en las creaciones y relaciones de las civilizaciones. Así lo propuso en dos de sus grandes libros.

 

En Estudio de la Historia (A Study of History,) compuesto por doce volúmenes (escritos entre 1934 y 1961) principió esta teorización sobre “el concepto de desarrollo de las civilizaciones”. Toda civilización crecía y evolucionaba sí su respuesta a un desafío estimulaba una nueva serie de desafíos (especialmente en función de factores religiosos), mientras que decaía y llegaba a desaparece cuando la misma se mostraba impotente para enfrentarse a los desafíos que se le presentaban.

En este texto desarrolló, pues, la idea de “unidad del Estudio Histórico”, al presentar una visión sistemática y unificadora de la historia de la humanidad comprendida en el estudio de sus diversas civilizaciones.

 

Esta idea de “unidad” partía de la reflexión crítica de una historiografía tradicional que situaba al "Estado Nacional" como la unidad de análisis y reconstrucción histórica básica (desde tiempos de Ranke). Pero para Toynbee ninguna historia de ámbito nacional se podía comprender sin atender a las relaciones que se establecían con la civilización en la que se encontraba inserta. Frente a ello, defendía a las civilizaciones como verdaderas unidades de análisis históricos o "campos inteligibles de estudio histórico", al reflejar unidades culturales que incluían variados pueblos y/o naciones dentro de un mismo conjunto de creencias básicas. Por ejemplo, señalaba que la civilización occidental se encontraba determinada por dos fuerzas matrices, la democracia (política) y el industrialismo (económica), que han creado un determinado modo de pensar la Historia, en torno a la idea de estados nacionales. Sin embargo, si en un principio legitimaban el estudio histórico en torno al Estado-nación, progresivamente ampliaban el análisis hasta la civilización de referencia[1].

 

En este sentido Toynbee llegaba a clasificar 21 civilizaciones a lo largo de la historia humana. Civilizaciones que no nacían de manera automática, al documentarse la existencia de “pueblos sin historia” (continuadores del periodo prehistórico del paleolítico). Las civilizaciones nacían por una razón determinada, más allá del criterio racial y del ambiental; eran producto de un proceso de incitación y respuesta (el gran “desafío”) cultural y espiritual ante problemas que impelen a su desarrollo o conllevan su fracaso (caso de las “civilizaciones abortadas”). Además, su desarrollo presentaba una evolución sometida al mismo proceso, a las sucesivas “respuestas creativas” desde la minoría dirigente, desde un plano material a un plano espiritual (eterealización); de esta manera, el resultado de este proceso creador no podía reducirse a leyes fijas y predeterminadas, porque por hipótesis, la creación implica inventar nuevas soluciones originales a viejos problemas, que producirán dos resultados en la sociedad: ésta se hará más compleja (con más elementos), y también más diversa (con elementos que la distinguen claramente de otras sociedades). Pero cada civilización puede entrar en una fase de “colapso” ante dos tendencias: una pasiva y una activa. La tendencia pasiva suponía el factor de la némesis de la creatividad, que es la idealización de una institución que ha sido clave en una etapa anterior de la historia de la civilización, pero que pasa a ser un estorbo en una etapa siguiente. La tendencia activa consistía en una hybris de superación de las propias limitaciones. Y esta misma civilización puede llegar a su propia “desintegración”, marcada por la automización, uniformización y simplificación de los sistemas de respuesta cultural y política automatización. Si el resultado final del crecimiento es una sociedad más compleja y diversa a las demás, el resultado final de la desintegración es una sociedad más simple (en última instancia la disolución de la misma) y uniforme (sin tener elementos distintivos respecto de otras sociedades).

 

 

Por ello, para Toynbee la Historia si poseía una finalidad: la aparición de las Iglesias Universales, que permiten la transición de una civilización madre a otra hija, facilitando su perfeccionamiento desde la “tensión creadora” entre fe y razón, religión y política. Las civilizaciones serían, pues, los medios para ese fin, la generación de religiones superiores e Iglesias Universales. La incitación que hace nacer a las Iglesias Universales surge, en primer lugar, de la máxima eterealización posible (clave del máximo progreso), basada en la actitud de transfiguración que aparece en el alma de los habitantes de las civilizaciones en trance de desintegración. Nace además, y en segundo lugar, del estudio de las instituciones de los Estados Universales, que en su desintegración son asumidas por las Iglesias Universales con una facilidad y sentido propio, revitalizando a la civilización caída. El ocaso del mundo helénico o la caída del Imperio Romano dieron paso a un cristianismo capaz de recoger lo valioso de ambas. Ahí el ejemplo.

 

En este punto señalaba como la Civilización Cristiana Occidental fue la única capaz de mantener ese equilibrio entre Iglesia y civilización, entre fe y política en el mundo contemporáneo, pese a innumerables conflictos. En su seno, la Iglesia Católica era la mejor situada para este camino por su vocación innata de Iglesia Universal, tal como había demostrado en su lucha contra el totalitarismo. Para Toynbee, entre las diferentes formas sobrevivientes de cristianismo occidental en su estado presente, comparadas con respecto a su relativa vitalidad, el catolicismo aparecía como la forma de cristianismo occidental más vigorosa por la inestimable ventaja de estar unida en una sola comunión bajo la presidencia de una sola autoridad eclesiástica suprema, pese a las apropiaciones de políticos o las tentativas de dominio secular. Mantenía esa tensión creadora entre la religión y la sociedad civil, frente al dominio de la fe (islámica e hindú) o el dominio de la política (desde el luteranismo a la realidad de Japón y China).

 

Pero Toynbee se opuso al determinismo darwinista en la evolución terminal de las civilizaciones (frente a O. Spengler) ya que la misma podría escapar del proceso de ocaso renovando sus respuestas morales y técnicas; por ello esperaba que la moderna civilización occidental pudiera escapar a la norma general de decadencia de las civilizaciones. Así nació La civilización puesta a prueba (Civilization Trial)[2], conjunto de ensayos realizados entre 1947 y 1948, dónde de un lado analiza las principales doctrinas e ideas históricas, y de otro avanza una interpretación prospectiva sobre el devenir de las civilizaciones, subrayando el papel de los valores espirituales y las tradiciones religiosas en el progreso y en las disputas por venir ante la “unificación del mundo”. Partiendo de “mi visión de la historia”, Toynbee aclaraba cual era “nuestro tiempo en la historia”, preguntándose sí se podía repetir la Historia. Para ello partía del impacto de la civilización grecorromana, continuaba con la progresiva la unificación del mundo y el cambio en la perspectiva histórica, con el empequeñecimiento de Europa y el desarrollo de las perspectivas internacionales, hasta llegar al gran reto de la Historial: “la civilización puesta a prueba”. Para ello abordaba temas como “la herencia bizantina de Rusia”[3], la relación entre “el Islam, el Occidente y el futuro”, y los inevitables “encuentros de las civilizaciones”. Finalmente llegaba a subrayar la relación clave entre “El Cristianismo y la Civilización” en la configuración cultural y espiritual del mundo occidental”, y aclarar “el sentido de la historia para el alma”.

 


[1] Arnold J. Toynbee, Estudio de la historia 1. Madrid, Alianza Editorial, 1998.

[2] Arnold J.Toynbee, La civilización puesta a prueba. Buenos Aires, Emece, 1954.

[3]Temática publicada en España como Arnold Toynbee, “Rusia, heredera de Bizancio”, en Revista de estudios políticos, nº 49, pp. 125-140.

 

 

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