Magister vitae. 

“La muerte óntica de la Derecha española”.

 

Carlos Fernández.

 

Ensayista e historiador. IEHS (España)

 

 

 

El interminable y difuso viaje de la Derecha española hacia el “centro político”, aglutinada, y en gran parte desactivada por el Partido Popular, no solo supone una exigencia táctica de la “partitocracia”, o democracia de partidos [1]], que monopoliza toda forma de representación política de la sociedad nacional. Supone, esencialmente, un nuevo intento de neutralizar en España toda alternativa al idearium del “consenso socialdemócrata”, fórmula de homogeneización ideológica que niega la posibilidad de reactualización del pensamiento liberal-conservador, tanto en su versión católico-tradicional, como en el eterno proyecto nacional de una Derecha moderna y laica, de esa derecha que P. C. González no encuentra en nuestra historia contemporánea [2]], y que Ángel Ossorio y Gallardo se cansó de promover [[3]].

 

“Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”. Esta frase de Ortega parece haber calado hondo en la “nueva derecha” española, posiblemente la única que habrá leído en profundidad al filósofo madrileño, aunque sea sólo, en muchos casos, para el ataque ideológico. Por ello, esta opción político-social se reconvierte terminológicamente en “centro reformista”, y muestra una reserva casi patológica a demostrar públicamente los ideales liberal-conservadores o las pociones democristianas. Por ello se suman, sin capacidad crítica, en la aceptación de los presupuestos, en trance de superación, del Estado del bienestar de naturaleza keynesiana; en el rechazo oficial de toda forma corporativa de organización político-social; en el reconocimiento solapado del proteccionismo público en la actividad económica; o en la negación de los principios cristianos del orden social y de la acción política. Pero existe otra serie de rasgos de esta “transmutación” no siempre advertido: un olvido de las ideas y doctrinas constitutivas del pensamiento liberal-conservador como alter ego del socialismo estatista; y que se manifiesta en la pérdida de un “lenguaje político” propio, y en el rechazo de las experiencias históricas ajenas a las convenciones ideológicas adoptadas tras la transición política. Así lo advirtió G. Fernández de la Mora [4]].

 

La Derecha española ha perdido un lenguaje propio, bien por mímesis en ese consenso partitocrático, bien por la imitación vulgarizada de las propuestas “neoconservadoras” europeas y norteamericanas. El camino de servidumbre de Hayek o El Estado servil de Belloc no pasan de ser citas descontextualizadas. Términos como autoridad y jerarquía, orden y contrarrevolución, tradición y disciplina, organismo social o comunidades naturales desaparecen, directamente; otros como nación, familia o religión se esconden bajo un silencio absoluto. Y lo mismo ocurre con los conceptos unívocos que tales palabras deberían representar o explicar. La derecha española pierde sus palabras, pero también sus conceptos. Un curiosa “muerte óntica”: la derecha no existe para sus dirigentes y sus electores.

 

Así, la derecha española, última etiqueta ideológica del conjunto doctrinal conservador-liberal de nuestro país, ha muerto como concepto y como realidad política. Y no sólo en el trasunto del "crepúsculo de las ideologías", como denunciaba acaso sin mucho eco Gonzalo Fernández de la Mora, sino en la propia defensa de los valores tradicionales que deben preservarse en nuestra maltrecha Nación española. Ha muerto la "derecha" por sus complejos doctrinales, por el rechazo a su pasado, por el abandono de sus dogmas espirituales en España. Nadie, o casi nadie enarbola a principios del siglo XXI, la bandera de las viejas derechas hispanas. Los viejos conservadores se adhieren a un liberalismo genérico que todos los grupos políticos hacen suyo, y las nuevas generaciones buscan convertirse en "gestores técnicos" con aspiraciones burocráticas cercanas, en ocasiones, al nepotismo y el clientelismo. Así, la Tradición queda olvidada bajo la "moda del progreso", y la Religión desaparece de la esfera pública.

 

Por ello, en este segundo número de La Razón histórica, afrontamos diversas dimensiones del pensamiento ideológico "de las derechas" a lo largo de nuestra historia reciente. Comienza el historiador Sergio Fernández mostrándonos la experiencia del Estado corporativo en la Italia fascista, ejemplo paradigmático de la "ideologización extrema" de la vida europea durante el siglo XX, y de los borrosos límites entre derechas e izquierdas como modelos historiográficos. A continuación presentamos el estudio de Raúl J. Martínez sobre la interpretación de la Historia del jurista de Estado Ángel López-Amo, imprescindible en nuestros tiempos. A este estudio sigue el particular listado del ensayista Esteban de Castilla sobre las víctimas de la violencia republicana durante la última Guerra civil española. Posteriormente recuperamos la conmovedora Oración redactada por Tomás Moro, mártir del catolicismo, antes de ser ejecutado por oponerse a la voluntad de poder y “las faldas” de Enrique VIII. También resulta importante el estudio del jurista Miguel Ángel Dato sobre la “identidad murciana”, región paradigma de la fidelidad al Estado-Nación español. Y para terminar, nuestra revista analiza gracias al trabajo de J. E. Armas el texto capital del regeneracionista Macías Picavea, acusado extemporáneamente como “pre-fascista” por Tierno Galván; además se recuperan las tesis sobre el imperialismo y capitalismo del revolucionario y dictador comunista Vladimir Ilich Ulianov, Lenin; y se ofrece a los lectores, por último, la magnífica obra del historiador A.D. Marín Rubio “La cruz, el perdón y la gloria”, trabajo imprescindible para comprender el último de los conflictos fratricidas en nuestro país.

 

 

 

Notas 


[1] Una definición estandarizada sobre el “Estado de Partidos” la encontramos en M. García Pelayo: “la democracia de partidos es una adaptación al principio democrático de dos factores cohesionados entre sí”: la masificación de los derechos democráticos, y el hecho de la “sociedad organizacional” o “sociedad corporativa”; hechos que en el plano político muestran la necesidad de los partidos como mediación para “actualizar los principios democráticos en las condiciones de la sociedad de nuestro tiempo”. M. García Pelayo, El Estado de Partidos. Madrid, Alianza ed, 1986, págs. 40-42.

[2] La ausencia de una verdadera “derecha nacional laica” (como atestigua P.C. González Cuevas), es una de las razones de la vinculación, durante los años del Interbellum, de la teología política y el corporativismo político-social. El proyecto del Estado corporativo se convirtió en instrumento contrarrevolucionario de numerosos Estados autoritarios de la Europa de los años treinta, superando el radio de acción del “corporativismo social”. Su gran objetivo era, desde posiciones y convicciones elitistas, modernizar la economía nacional, regenerar las bases culturales del país, superar las disensiones causadas por el “problema obrero”, estabilizar el sistema jurídico-político, y finalmente refundar políticamente a la Nación española (fundiendo por primera vez nacionalismo español y catolicismo en un nuevo Estado, de manera contrapuesta a la Konservative revolution germana). Véase P.C. González Cuevas, El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX. De la crisis de la Restauración al Estado de partidos (1898-2000). Madrid, Tecnos, 2005, págs. 27-28.

[3] Así valoraba Ossorio una larga e infructuosa vida intelectual y política: “Estos empeños míos fueron fracasando uno tras otro y mis sueños de esta especie jamás llegaron a tener realidad. Fracasó el maurismo, fracasaron mis reacciones contra la dictadura, fracasó mi actuación contra la mal llamada guerra civil, fracasaron todos mis conatos en busca de una esencial libertad política, de unos procedimientos conservadores y de un diáfano avance social. La razón resultó muy clara. Mis compañeros en todas las empresas coincidían totalmente conmigo en los ideales sociológicos y no eran ellos más remisos ni más cobardes que yo, pero en los políticos eran más atrasados y su conservatismo no era liberal como el mío, sino que tenía puntos reaccionarios… cuando surgió el golpe de estado dictatorial la mayoría se marchó con Primo de Rivera y no mantuvo el criterio liberal apartándose del rey; cuando surgió la república, nadie quiso defender la institución separándola del titular; y cuando estalló la mal llamada guerra civil, la mayoría se marchó con Franco asqueándose de los defensores de la libertad. Soy un hombre que se ha pasado la vida en el descanso de la escalera llamando a la puerta de la derecha y a quien han abierto siempre la de la izquierda. En menos palabras: la labor de toda mi vida, no ha servido absolutamente para nada en menos palabras: la labor de toda mi vida no ha servido absolutamente para nada”. Véase Ángel Ossorio y Gallardo, Mis Memorias. Madrid, Tebas, 1975, pág. 181.

[4]G. Fernández de la Mora, La partitocracia. Madrid, Instituto de estudios políticos, 1977, págs. 52 y 53.

 

  

 

 

La Razón Histórica, nº2, 2008 [2], ISSN 1989-2659. © IPS.

 

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