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Crisis y descomposición del Estado liberal italiano (1914-1922).

 

 

Rubén Domínguez Méndez

 

Doctor en Historia. Instituto Universitario de Historia Simancas (España).

 

 

 

Resumen: Los años que transcurren desde el final de la Gran Guerra hasta la Marcha sobre Roma son convulsos para Italia. El país se sume en una violencia civil y política que acaba por desarticular los pilares del Estado liberal. Tras reprimirse la corriente revolucionaria del biennio rosso, inspirada en el ejemplo ruso, el sistema liberal se descompone ante una dictadura personal y de partido que se cree transitoria.

 

Palabras clave: Italia, Estado liberal, Posguerra, Revolución, Bienio rojo, Fascismo.

 

Abstract: The years which run from the end of the Great War until the March on Rome are turbulent for Italy. The country plunges into civil and political violence that dismantle the pillars of the liberal state. After having defeated the revolutionary current of the biennio rosso, inspired by the Russian example, the liberal system decomposes by a personal dictatorship and party that it’s believed eventual.

 

Key words:Italy, Liberal state, Postwar, Revolution, Red biennium, Fascism.

 

 

1. Introducción. Una guerra que evidencia la debilidad del Estado liberal.

 

            Desde su unificación oficial en 1861 el Reino de Italia trata de construir un nuevo Estado sobre principios liberales. El camino no resulta fácil. Los problemas de fondo son difíciles de acometer de manera efectiva. A las desigualdades visibles entre el norte y el sur del país –en aspectos variados como parámetros económicos, niveles de alfabetización, desarrollo de la industria o transportes, etc.– se suman otras cuestiones complejas como la relación con la Santa Sede, la causa del irredentismo o la dificultad de dotar al país de una legislación común y establecer una administración unitaria[1].

 

            Las dos grandes formaciones liberales –la denominada destra storica y la sinistra storica– pretenden establecer un programa común de mínimos con el que consolidar el Estado e implicar al conjunto de la sociedad. Del mismo modo, se comprometen a establecer una política exterior activa como vía de escape a los problemas internos. Si en un primer momento, esa acción se centra en la expansión colonial en África –con sus éxitos y fracasos, como el Desastre de Adua– el estallido de la Gran Guerra en Europa abre una caja cuyas consecuencias resultan difíciles de controlar[2].

            Como mostramos a lo largo de este artículo la intervención italiana en la Gran Guerra pone en evidencia las carencias que presenta el Estado liberal italiano y significa el arranque de su proceso de descomposición. La decisión de intervenir, adoptada en mayo de 1915, abre un proceso histórico de gran importancia para la comprensión de los sucesivos acontecimientos; de forma especial para explicar el origen del fascismo. Paradójicamente, la pertenencia del país al bando de las potencias vencedoras no tiene los efectos deseados. El esfuerzo sostenido por los italianos durante la guerra es enorme teniendo en cuenta los recursos del país. De tal modo, a la conclusión, se desata una crisis política, económica y social que acaba por dinamitar sus principios.

            Italia, que mantiene desde 1882 un acuerdo de colaboración con Alemania y el Imperio Austro-Húngaro –la denominada Triple Alianza–, se desinhibe de su obligación de intervenir en la guerra. Lo hace por considerar que el acuerdo sólo implica su compromiso en un marco estrictamente defensivo y no ante la declaración de guerra realizada por los dos Estados centroeuropeos. A partir de ese momento el país inicia una neutralidad activa con el propósito de negociar con ambos bandos su intervención a cambio de compensaciones territoriales. Finalmente, el 26 de abril de 1915 firma el Tratado de Londres con el que da su apoyo a la Entente –Reino Unido, Francia y Rusia– para recibir, en una hipotética negociación de paz, compensaciones en el norte del país y en los Balcanes de acuerdo a criterios irredentistas. La decisión ha sido tomada sin contar con la mayoría social y parlamentaria, favorable al neutralismo[3].

            Las operaciones bélicas italianas se centran en la frontera con Austria y muestran las dificultades reales que tiene el ejército del país para mantener sus posiciones. Sólo a partir de la intervención de los Estados Unidos en el conflicto la situación parece cambiar gracias a la extenuación militar a la que se somete a Alemania y al Imperio Austro-Húngaro. En 1918 Italia comienza un proceso de recuperación de posiciones que le lleva a ocupar Trento el 3 de noviembre y a desembarcar en Trieste. Austria no tiene otra salida que firmar el armisticio, aunque queda pendiente la resolución de las compensaciones territoriales.

 

2. La crisis económica. Unos intereses divergentes.

 

            Los efectos de la guerra y los desequilibrios estructurales del país minan de manera paulatina el sistema liberal. El desencuentro social hace que la población se radicalice en sus planteamientos hacia dos posturas divergentes: revolución proletaria o dictadura reaccionaria. Además, se acrecienta la neta diferenciación de intereses entre el norte y el sur del país. Veamos cómo se llega a esta situación.

            La contienda imposibilita el normal desarrollo de la economía ante la necesidad de realizar un esfuerzo continuado que alimente a la industria bélica. A la conclusión, con el retorno del frente de buena parte de la población movilizada, la tasa de desocupación crece de manera alarmante, al igual que la inflación por la escasez de productos que hace disminuir la oferta disponible en el mercado. Este contexto agrava el desequilibrio estructural de por si existente en la economía italiana.

            La situación es especialmente preocupante en el sur italiano, el mezzogiorno, tan dependiente del sector primario. Durante la guerra la salida de materias primas hacia Alemania ha tenido que paralizarse al figurar ese país dentro de la alianza contra la que lucha. De tal modo, Italia no puede beneficiarse por la coyuntura de expansión económica que la guerra ofrece a los Estados neutrales que, sin realizar los esfuerzos presupuestarios de un país en guerra, pueden obtener saldos positivos en su balanza de pagos como resultado de las exportaciones. En este sentido, parece que la decisión de entrar en guerra ha lastrado los intereses del sur de manera inequívoca[4].

            Mientras tanto, en el norte del país se concentra el polo de desarrollo industrial. En las regiones de Piamonte, Liguria y Lombardía en torno a las ciudades de Turín, Génova y Milán, respectivamente, que ven como incrementa su población como consecuencia del fenómeno de éxodo rural desde el sur– se localizan las grandes empresas que se han visto beneficiadas por el desarrollo armamentístico al que ha conducido la decisión de participar en la confrontación. Empresas como Fiat, creada en 1899, se aprovechan del capital público para extender su hegemonía después de haber mantenido una actitud en los meses precedentes a la intervención italiana un tanto censurable[5]. Al contrario que la industria ligera y el capital financiero, partidarios de la neutralidad para aumentar los beneficios derivados de las exportaciones, la industria pesada subvenciona la campaña de los intervencionistas[6]. Como recoge Rosario Romeo los beneficios para las empresas dedicadas a la producción bélica aumentan de forma espectacular, especialmente de las compañías Fiat y Ansaldo. Esta última incrementa la nómina de 4.000 a 56.000 trabajadores –que son 110.000 si se suman los de las empresas auxiliares– y su capital crece de los 30 a los 500 millones de liras[7].

 

            Por lo tanto, la guerra pone de manifiesto el dualismo de intereses de la economía italiana donde acaban por primar los intereses del norte. La falta de inversión en el sur incrementa la corriente migratoria de miles de jornaleros hacia las regiones industrializadas, dada la imposibilidad de adquirir las tierras en manos de los grandes latifundistas. Si de manera general estos movimientos internos se combinan con una continua emigración exterior, la aplicación de restricciones a la llegada de emigrantes por parte de países como Estados Unidos –que en 1917 inicia una legislación para frenar la llegada de población extranjera– complica la búsqueda de oportunidades para este colectivo fuera de sus fronteras.

            Así pues la guerra ha dejado al descubierto la existencia de diferentes intereses económicos dentro del país. Las regiones del sur han sido las sacrificadas, especialmente sus trabajadores. Éstos han sido movilizados para defender el Estado liberal pero, sin embargo, no ven compensado su esfuerzo con la resolución del problema agrario. Sus reclamaciones piden la creación de una pequeña propiedad que disminuya las diferencias sociales. Ante la inacción del Estado los jornaleros se movilizan junto a sindicatos para ocupar latifundios. Su petición es tajante, la entrega de las tierras sin cultivar perteneciente a grandes terratenientes.

            Por otro lado, en el mundo industrial, el incremento del gasto público que había favorecido a la industria pesada italiana se paraliza con el fin del conflicto. Esta realidad genera una profunda crisis ante la incapacidad de que el poder adquisitivo de los italianos –reducido más aún por la devaluación de la lira– pueda dar salida a la producción. De tal modo, el mercado interno no puede sustituir a la anterior demanda pública y, como consecuencia, la patronal opta por reducir salarios o aumentar los despidos para no reducir su margen de beneficio.

 

3. La crisis social. El biennio rosso.

 

            A nivel historiográfico el concepto biennio rosso se emplea para explicar el fenómeno de agitación social vivido en Italia por la acción de los trabajadores del campo y de la industria. Cronológicamente se considera que da inicio con las protestas en el campo puestas en marcha en la primavera de 1919, prolongándose hasta las ocupaciones de fábricas e intentos de colectivizaciones que se producen en septiembre de 1920[8]. El fenómeno coincide, como veremos más abajo, con una radicalización de la política italiana y un rechazo al parlamentarismo liberal como fórmula con la que resolver diferencias.

 

            No hay que perder de vista que el modelo ruso en el que se inspira la lucha obrera se extiende por todo el continente. En el caso italiano al incumplimiento de las promesas de tierras para los trabajadores del campo y al empeoramiento de las condiciones de los trabajadores de la industria hay que sumar las dificultades que encuentran antiguos combatientes para reinsertarse en la sociedad tras los tres años que han permanecido en el frente. Los primeros pasos de la lucha se abren con la ocupación de tierras de las regiones del centro y del sur peninsular que sobrepasa la acción de los sindicatos socialistas y católicos. La respuesta no va a ser clara al combinarse medidas represivas con otras que dejan una puerta abierta a una legislación más favorable a las reivindicaciones jornaleras.

            A partir de la primavera de 1919 se constatan las primeras revueltas en las regiones de Liguria, Toscana o Romagna –que cuentan con una importante tradición organizativa a través de la acción sindical– con la incorporación de sectores medios urbanos y trabajadores de la industria a las demandas que vienen realizando los trabajadores agrícolas. A pesar de su descoordinación, se constatan en ellas elementos comunes como los saqueos a establecimientos o la aparición de pequeños líderes regionales.

            El fenómeno espontáneo de las revueltas se acompaña a partir de agosto de una estrategia huelguística en el norte del país. Los obreros ratifican su interés por la misma aumentando el número de afiliados a las organizaciones sindicales. Las cifras nos hablan de un incremento en todas las tendencias. Con casi 2.000.000 de afiliados cuentan la socialista Confederazione Generale del Lavoro y la católica Confederazione Italiana del Lavoro, mientras que la anarquista Unione Sindicale Italiana se acerca a los 300.000 inscritos[9].

 

            En cualquier caso, el modelo táctico ruso crea dos cosmovisiones de la realidad muy diferentes en el seno de la sociedad italiana. Mientras que unos ven la posibilidad de establecer un régimen ideal de igualdad y libertad, otros imaginan unos desórdenes continuos que pueden derivar en una dictadura proletaria. En este clima regresa al país el anarquista Errico Malatesta en el mes de diciembre, mientras que crece el temor de una acción conjunta entre las diferentes tendencias obreras que puedan subvertir el ya debilitado sistema liberal.

            Con el objetivo de ganarse las simpatías de los militares desmovilizados, puede que en un intento de crear un futuro “ejército rojo”, el Partito Socialista Italiano crea un organismo para ofrecer ayuda a mutilados, huérfanos o viudas por la guerra. Esta política parece dar sus primeros frutos en el verano de 1920, con la participación organizada de sus integrantes en revueltas como las que se producen en las ciudades de Ancona, Bolonia, Roma, Milán o Turín. De este modo, se ve un elemento político diferente al de los movimientos espontáneos que habían caracterizado la fase precedente[10].

            En Turín el fenómeno huelguístico opta por ocupar las fábricas. La opción se imita en otros centros industriales del norte. Como factor compartido en las ocupaciones está el interés de no interrumpir la producción, tratando de transformar las fábricas en un lugar de experimentación hacia la autogestión y creando un cuerpo que vigile y se encargue de repeler posibles agresiones. En el punto culminante de estas prácticas se llegan a colectivizar cerca de seiscientas fábricas. La mediación gubernativa de Giolitti pone fin a este proceso gracias a la mejora de algunas de las tradicionales demandas realizadas por los obreros.

            No obstante, la sociedad italiana parece polarizada y dispuesta a renunciar a los principios del Estado liberal por la que se rige. La palabra revolución, ya sea pronunciada ésta por los sectores subversivos o por la gente de orden, parece la única salida posible. Los principales grupos de comunicación, relacionados con los grandes grupos industriales, amplifican el clima de miedo entre la sociedad. Sobre todo este caldo de cultivo Mussolini construye su éxito.

 

 

           

4. La crisis política. La salida hacia el fascismo.

 

            El sistema político liberal se muestra ineficaz en la gestión de una vittoria mutilata, tal y como se percibe por las escasas compensaciones obtenidas en los tratados de paz[11]. Además, la voluntad del parlamento y de la mayoría social del país, favorable a la neutralidad, ha visto como su pensamiento ha sido desplazado ante la decisión del ejecutivo de Salandra y los sectores intervencionistas. Esta situación ha coincidido, además, con la polarización y fractura de la sociedad italiana. La falta de compromiso con la postura mayoritaria hace que se geste y se ensalce la necesidad de retomar una cultura política autoritaria. Esa experiencia muestra los réditos que obtienen grupos organizados con la agitación social como fórmula con la que hacer política al margen de las cámaras de representantes del sistema liberal.

            Todos estos comportamientos poco democráticos se realizan en nombre de la nación. Así lo declaran los sectores nacionalistas que se van conformando desde una tradición conservadora –como Enrico Corradini o Alfredo Rocco– o desde posturas provenientes de la izquierda –como Benito Mussolini o Alceste De Ambris–. Desde este prisma, la guerra actúa como una amalgama que funde ideologías precedentes hasta conformar nuevos proyectos. Mientras que en otros países europeos los contrastes políticos se van reduciendo en beneficio de un objetivo común en la guerra, en Italia los sectores intervencionistas no dudan en considerar la postura mantenida por las instituciones del Estado como una traición. Opinan que la falta de implicación en el conflicto les hace perder una ocasión para lograr que, finalmente, el país recupere prestigio internacional. Posteriormente, estos sectores no rinden cuentas de su actuación y prefieren utilizar los malos resultados obtenidos por los políticos tradicionales en las negociaciones de paz para desarrollar su campaña en las plazas.

            Sobre la base de esta nueva perspectiva política hay que sumar los problemas económicos y sociales ya citados. La burguesía productiva no se muestra dispuesta a realizar muchas concesiones al movimiento obrero y, como comenta Mario Banti, esta situación cala en buena parte de la intelectualidad italiana que reclama una renovación nacional por encima de una mejora en las condiciones sociales de los trabajadores[12]. Significa el triunfo e invasión de los intereses constituidos por los poderes económicos de la banca y las grandes industrias, imprimiendo a la vida nacional una dirección única en la que se subordinan los intereses públicos de la mayoría por la defensa de los intereses privados.

            En las elecciones del 16 de noviembre de 1919, con sufragio universal masculino, los partidos vencedores son el Partito Socialista Italiano (156 escaños) y el Partito Popolare Italiano fundado por Luigi Sturzo bajo los principios de la doctrina social de la iglesia (101 escaños). Sin embargo, no todos los sectores acatan la decisión y los grupos conservadores muestran su desconfianza ante la radicalización política vivida en el seno del Partito Socialista Italiano al adherirse en octubre de 1919, en el XVI congreso del partido, a la internacional comunista. En el proceso electoral también participan los Fasci Italiani di Combattimentoliderados por Mussolini, sin embargo, sólo presenta listas en Milán donde el porcentaje de votos obtenido es marginal.

            Pese a los resultados la participación de los fasci en la vida pública hace que incrementen su popularidad. A ello ayudan los actos violentos organizados por las escuadras fascistas que no dudan en atacar las sedes de los partidos obreros y sus secciones de prensa y ocio en un periodo que recibe el nombre, en contraposición al anterior, de biennio nero. Los sectores conservadores ven en ello un contrapunto a las continuas huelgas obreras y a las ocupaciones de tierras. Por ello, las capas económicas y sociales con una posición dominante dotan al fascismo de los medios y fuerza necesaria para combatir las perturbaciones.

            Progresivamente, los socialistas, los comunistas, los anarquistas y también, en ocasiones, los católicos se encuentran indefensos y paralizados ante las prácticas intimidatorias de unos grupos armados que parecen actuar de manera impune en los espacios públicos con la connivencia de las autoridades políticas y militares, arrogándose unas funciones de seguridad pública nunca otorgadas.

            En 1921 los fasci viven una situación tan próspera que transforman el movimiento en partido, fundando el Partito Nazionale Fascista y celebrando su primer congreso entre el 7 y el 10 de noviembre[13]. En mayo de 1922 con 322.000 inscritos ya constituyen el partido de masas más grande de los que hasta el momento ha existido en la historia de Italia. Conscientes de su fuerza, Mussolini realiza una prueba para constatar el poder real de la organización mediante la celebración de una manifestación en Nápoles el 24 de octubre de 1922. El ensayo es todo un éxito en el que se congregan 40.000 camisas negras.

            Al fascismo sólo le queda entrar en Roma, corazón político del país, para dar por finalizado el proceso de descomposición de un Estado liberal enfermo. La pasividad mostrada finalmente por la clase política liberal y el beneplácito de la monarquía de Vittorio Emanuele III hacen el resto. Tras la marcha, que finaliza el día 28, el rey nombra primer ministro a Mussolini. Se culmina la paradoja de que quien amenaza con el fin de la legalidad recibe el encargo de presidir un nuevo gobierno[14].

 

 

5. A modo de conclusión.

 

            Pese a salir del conflicto como una de las potencias vencedoras Italia sufre una dramática crisis económica, social y política. El esfuerzo sostenido por los italianos durante la guerra no impide que en las negociaciones de paz las verdaderas grandes potencias traten a Italia como un Estado menor. La situación eleva la frustración de los grupos sociales y políticos que se han inclinado hacia la guerra y, de manera más grave, incrementa el descontento de los mayoritarios sectores populares que nunca han considerado el conflicto como una causa nacional que justifique tantos sacrificios.

            Mientras tanto, los políticos liberales de la destra y la sinistra histórica parecen no haber sido conscientes de los problemas que desencadenaría el ingreso del país en el conflicto. La crisis se ve agravada por las pésimas condiciones financieras del Estado que no puede mantener unos gastos militares ingentes que se prolongan más de lo esperado. En esa situación se acude a la petición de préstamos en el exterior mientras se asiste a un crecimiento imparable de la inflación.

            Los grandes damnificados son los sectores populares, que sufren una situación parecida a la de sus iguales en los países derrotados militarmente. Pero no son los únicos que viven en un continuo clima de crispación. Los sectores medios ven como la subida de precios amenaza con empobrecerles, los nacionalistas muestran su rencor hacia el neutralismo socialista, los católicos achacan la crisis a una pérdida de valores dentro de un Estado que no mantiene relaciones con la Santa Sede, la burguesía califica cualquier demanda social de bolchevismo, etc.

                  El rencor hacia las instituciones liberales hace que se incrementen las adhesiones en masa a dos movimientos políticos que por tradición se muestran hostiles al Estado; los socialistas y los católicos. El crecimiento de sus organizaciones muestra las exigencias de cambio de una mayoría social que es vista con recelo por el sector que se ha beneficiado con la guerra; el de la gran burguesía financiera e industrial.

            En todo este maremoto la tradicional clase dirigente liberal se muestra incapaz de gestionar los retos existentes, con síntomas de envejecimiento entre sus filas y con serias dificultades para hacer frente a la aparición de los partidos de masas. Viendo este panorama la gran burguesía duda de ellos y busca una alternativa. Está preocupada por las huelgas, la ocupación de fábricas y las colectivizaciones. Ha perdido su confianza en el sistema liberal y la única opción que le parece fiable es la del fascismo.

 

 

 

 


[1] Para todas estas cuestiones sobre la unificación italiana puede verse Banti, Alberto Mario: Il Risorgimento italiano, Roma-Bari, 2009.

[2] Vigezzi, Brunello: Politica estera e opinione pubblica in Italia dall’unità ai giorni nostri, Milán, 1991, pp. 62-77.

[3] Isnenghi, Mario y Rochat, Giorgio: La Grande Guerra.1914-1918, Florencia, 2000, pp. 89-94.

[4] Romeo, Rosario: Breve storia della grande industria italiana (1861-1961), Bari-Roma, 1961, p. 58. 

[5] Catronovo, Valerio: “Le relazioni tra la Fiat e il governo francese durante la guerra”, en Guillen, Pierre (ed.), La France et l’Italie pendant la première guerre mondiale, Grenoble, 1976, pp. 335-338.

[6] Un claro ejemplo es la financiación del periódico el Popolo d’Italia creado por Mussolini

[7] Sobre su producción: «10.099 cannoni, 3.800 aerei, dieci milioni di proiettili di artiglieria uscirono da queste officine durante la guerra, oltre a 95 navi per la marina militare e a numerose altre per la marina mercantile». Romeo, Rosario, Breve…, Op. cit., p. 122.

[8] Maione, Giuseppe: Il bienio rosso. Autonomia e spontaneità operaia nel 1919-1920, Bolonia, 1975.

[9] Francescangeli, Eros: “Biennio rosso”, en De Grazia, Victoria y Luzzato, Sergio, Dizionario del fascismo, Turín, 2002, p. 166.

[10] Isola, Gianni: Guerra al regno della guerra! Storia della Lega proletaria mutilati invalidi reduci orfani e vedove di guerra (1918-1924), Florencia, 1990.

[11] La idea de la vittoria mutilata apareció en la conciencia colectiva como consecuencia de los más de 650.000 caídos en el frente y el retorno de más de un millón de mutilados e inválidos de guerra.

[12] Banti, Alberto Mario: Storia della borghesia italiana. L’età liberale, Roma, 1996, p. 326.

[13] En las elecciones del 15 de mayo de 1921 consiguen sus dos primeros diputados. Con la transformación en partido se produce una contradictora metamorfosis del movimiento revolucionario en un partido de signo conservador y monárquico. Como expone Gentile «la noche antes de la “marcha sobre Roma” durante un congreso del PNF en Nápoles (23 de octubre de 1922), el Duce proclamó que el fascismo respetaba a la monarquía y al ejército, reconocía el valor de la religión católica y tenía intención de llevar a cabo una política liberal favorable al capital privado tendente a restaurar el orden y la disciplina en el país». Gentile, Emilio: Fascismo. Historia e interpretación, Madrid, 2004, p. 34.

[14] Entre la clase política liberal se difunde la idea de que el fascismo y Mussolini eran un fenómeno pasajero que restablecería el orden, un hombre fuerte que tras frenar la irrupción del PSI respetaría la legalidad.

  

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