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Frente a la tiranía de los medios siempre está la libertad de la reflexión. 

 

 

Carmen Bellver

   Profesora, ensayista y escritora. Autora de “Diálogos sin fronteras” (España).



 

Estamos en un universo hiperinformado en virtud de esos aparatos tecnológicos que nos traen el mundo a la ventana de nuestro ordenador, tableta o smartphone y consumimos noticias sin tiempo para medir las consecuencias de ese tipo de información. Creo que hemos perdido voces muy importantes que se diluyen en el océano de los medios, silenciadas por otras voces más mediáticas que salen a la palestra posicionándose sobre temas polémicos con inusitado desenfado. Y que adolecen de esa preocupación por medir sus opiniones en función del impacto que puede causar en un público no formado.

De manera que la gente termina por aceptar cualquier opinión personal como la voz de la Iglesia. Y en un mundo lleno de espacios digitales de opinión religiosa hay que educar a los usuarios para distinguir entre información, opinión, reflexión y doctrina del magisterio de la Iglesia. Pero lo cierto es que esta doctrina queda la mayor parte de las veces silenciada por la cantidad de iluminados que se sienten con ínfulas de profetas y esperan convencer al resto del mundo de que su verdad es la única que vale la pena tener en consideración.

Creo que hay pensadores extraordinarios que saben interpretar el mundo que nos rodea, que reflexionan sobre el hecho religioso, que marcan líneas claras para delimitar lo principal de lo secundario. Pero hay que buscarlos como un zahorí busca el agua, porque lo que se vende no es el pensamiento profundo, sino el chascarrillo banal, la opinión visceral, el chismorreo morboso que es de lo que se van alimentando los medios de cualquier nivel, embruteciendo la mente de la sociedad, sin percibir que venderse por cuotas de audiencia, claudicar para sobrevivir a la competencia, es casi un suicidio colectivo de esta democracia de papel chuché. Y desgraciadamente esos son los signos de los tiempos, todo se reduce a la competitividad, en una lucha sin cuartel que vengo llamando desde hace tiempo la guerra comercial.

Estamos asistiendo a la muerte de un tipo de sociedad y debemos ser conscientes de que vamos a crear algo completamente diferente. Al menos que valga la pena, que no se rebaje al nivel de embrutecer los sentidos, a la intoxicación interesada para manipular la opinión pública. Dejar pasar la vista por la información digital lleva a pensar que los periodistas se nutren siempre de las mismas fuentes, para lanzar un titular que se repite machaconamente por toda la red. Y tras ese titular hay una historia que debemos interpretar y enseñar a interpretar. Porque lo cierto es que ante el uso abusivo de los medios para decir siempre lo mismo, en la red se pueden rastrear las noticias y destripar la información desde una óptica más madura, que esa lectura apresurada de un titular.

No claudiquemos ante la hiperinformación, no saturemos la mente exclusivamente con las portadas y titulares de los medios, o con las noticias de la televisión. Hay que madurar la información, buscando las fuentes originarias de la noticia. Acudiendo a las entrevistas o lecturas que no dejan en cuatro líneas una frase, convertida en titular que explosiona por toda la red. Debemos madurar los acontecimientos que nos presentan los medios, porque detrás de una noticia siempre hay personas de diferentes características que nos pueden hacer reflexionar sobre la sociedad que nos envuelve.

Interpretar los acontecimientos actuales es casi una obligación, aunque la perspectiva histórica la tendremos al cabo de un cierto periodo de años. Pero no podemos delegar en los demás esa responsabilidad que nos lleva a pensar en la vida, en toda vida, al mismo tiempo que no obliga a reflexionar sobre las causas y consecuencias de la crisis que nos absorbe.

No quiero poner ejemplos gráficos de este hecho porque todos tenemos en la mente imágenes claras de asuntos que han ocasionado un efecto dominó. Ante ellos, debemos parar y reflexionar en profundidad. No quedarnos sólo con una o dos frases y seguir jugando a aumentar la bola de nieve que inevitablemente terminará por deslizarse ladera abajo.

Nadie está a salvo de ser manipulado por ese consumismo de la actualidad inmediata, exento de reflexión profunda de los acontecimientos. Ante este fenómeno el cristiano tiene, si cabe, la obligación moral de informarse con precisión, y no dejarse dominar por el vértigo de la precipitación caótica en la que estamos inmersos.

La red es un universo para pescar con pinzas y estar en alerta permanente ante noticias cuyas fuentes en ocasiones esconden ocultos intereses. Quienes tenemos una página pública nos vemos también en la obligación de no apresurarnos a hacer juicios temerarios. Es preferible la reflexión personal, frente a la descalificación desabrida. Que el Señor de la vida nos guie con su sabiduría a ser un puente entre la fe y la cultura que participa en la reflexión de los acontecimientos que nos desbordan. Frente a la tiranía de los medios que imponen su visión del mundo como un caleidoscopio, abramos la mirada a la luz del Evangelio y siempre encontraremos motivos para la esperanza.

 

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