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La batalla del grano y los valores del ruralismo

 

 

Rubén Domínguez Méndez

 

Doctor en Historia / Instituto Universitario de Historia Simancas (España).

 

 

Resumen: Italia, a pesar de ser un país ligado tradicionalmente al sector primario, continuaba importando cereal del exterior a la altura de 1925. Por ese motivo, el fascismo diseñó una campaña hacia la autosuficiencia que pretendía mejorar la productividad, aumentar el número de tierras cultivables y establecer nuevos núcleos de población que articulasen el medio agrario.

 

Palabras clave: Italia, Agricultura, Medio natural, Demografía, Fascismo.

 

Abstract: Italy, despite being a country traditionally linked to the primary sector, importing grain from abroad continued up to 1925. For this reason, fascism designed a self-sufficiency campaign that sought to improve productivity, increase the number of arable land and establish new communities that could articulate the agricultural mean.

 

Key words: Italy, Liberal state, Agriculture, Environment, Demography, Fascism.

 

 

Introducción: medio natural y fascismo

 

            La política de modernización de la sociedad y economía italiana de la que hizo bandera el fascismo no evitó que una parte de su actuación política estuviera encaminada al dominio del medio natural para favorecer un mayor desarrollo del sector primario. Dentro de las líneas maestras del régimen se consideró imprescindible aumentar la productividad del sector y reconducir los excedentes de población a zonas del país que hasta el momento se habían mostrado infecundas. Con ello se buscaba la autosuficiencia agrícola –desde su perspectiva, el mecanismo para facilitar el acceso de Italia al status de gran potencia– y limitar las migraciones internas hacia las regiones más industrializadas y urbanizadas en el norte del país. También era una aspiración de las fuerzas conservadoras para conseguir mitigar la conflictividad en el mundo rural gracias al aumento de la productividad que permitiese un mayor reparto de los recursos entre los diferentes sectores dedicados a las actividades primarias[1].

            Aunque los intentos de modificar el medio natural en aquellas zonas del país con zonas insalubres e improductivas se remontaba a la Edad Antigua, el fascismo puso un énfasis especial en incorporar el mundo rural a su sistema de valores. Para ello se redimensionaron las relaciones de la sociedad en este medio gracias a la alta consideración que se hizo del mundo productor del campo, en contraposición con  el mundo obrero de las ciudades que tantos peligros habría generado en sus postulados hacia la configuración de un movimiento de clase. Para el fascismo el hombre del mundo rural encarnaba a la perfección el espíritu del sacrificio y de la virilidad; dispuesto en la paz a trabajar con su arado en la construcción de una nación fuerte y, ante una eventual confrontación armada, preparado para defender con las armas el territorio italiano. De este modo, el fascismo se preocupó por mejorar las condiciones de la sociedad rural con su medio, adaptando éste a las necesidades del país.

            Se trataba de superar los condicionantes ecológicos para mejorar la producción agraria y la organización social con el objetivo de obtener la autarquía en el sector agrario. Por otro lado, no debemos olvidar el sentido simbólico que se ha querido establecer en torno a la denominada bonifica con la que se quería recuperar o mejorar el campo italiano. En ese terreno de los simbolismos, de hecho, se ha llegado a establecer un intento por parte del fascismo por llevar a cabo una bonifica umana que se desprendiese de aquellos elementos de la sociedad insanos según su doctrina ideológica[2]. En el mismo sentido, la bonifica umana permitiría a los hombres del medio rural dar su servicio a la raza italiana incrementando las tasas de natalidad bajo la premisa mussoliniana de que el número era la base para articular al país dentro de los parámetros de las potencias mundiales.

            Los anteriores aspectos han hecho que investigadores como Roger Griffin hablen de la existencia de un denominado “ecofascismo” por el cual se ensalzarían valores de un estado primitivo de la sociedad en contraposición de algunos vicios de la modernidad[3]. La valoración sobre la potencialidad de estas medidas en palabras de uno de los técnicos que impulsarían una renovación general en la agricultura del periodo fascista, como veremos más abajo, era clarificadora:

 

(…) la clase política que ha accedido al poder con la Marcha sobre Roma debe perseguir en cada una de sus acciones el intento de ampliar al máximo posible el consenso en torno a ella (…) Para quien está a favor de defender un ideal nacional, una acción del gobierno encaminada a poner en primer plano los intereses de los sectores rurales tiene una importancia muy relevante. Las bases rurales son numerosas no sólo, como sucede con las bases industriales, en una sola parte de Italia, sino que representan la única actividad económica verdaderamente nacional.[4].

 

            En definitiva, dentro de la adaptación italiana a su entorno ecológico, el fascismo quiso establecer una mejora de las condiciones del territorio y tejer un sistema de relaciones económicas y organizativas sobre la población asentada en el medio rural que contribuyese a una nacionalización de la sociedad. Vamos a profundizar en tres aspectos para entender mejor los postulados fascistas en estas cuestiones: A) la relación entre el entorno y las técnicas productivas, B) la organización de la sociedad rural y el territorio y C) la influencia de la política agraria sobre el conjunto de la dimensión cultural fascista.

 

El entorno y las técnicas productivas

 

            El principal mecanismo utilizado por el fascismo para ampliar la superficie cultivable en el país fue el de la bonifica. Mediante esta práctica se trataba de mejorar las condiciones de las tierras en una transformación del territorio que conllevó la realización de una importante obra pública por parte del Estado. Esta práctica no era una novedad como quiso mitificar el fascismo en pos de establecer un carácter diferencial y rupturista respecto a etapas anteriores. De hecho, es visible una continuidad en los principios de mejora del medio ecológico, de manera significativa durante el precedente periodo liberal[5]. Las repercusiones de estas actuaciones han sido relevantes para el conjunto del país hasta el punto de que Piero Bevilacqua lo evalúa del modo siguiente:

 

(…) nuestro país, con una dimensión que –salvo Holanda– no tiene precedentes en Europa, ha alcanzado la forma física que conocemos (y ponemos en constante aprovechamiento) gracias a una obre colosal de remodelación y saneamiento ambiental realizados con la bonifica. Ha sido éste un proceso secular de formación del hábitat peninsular, que ha implicado a clases sociales y a Estados, que ha dado lugar a obras de continua manipulación del territorio y de las aguas (…) constituyendo una página fundamental, además de poco conocida, de la historia de la península[6].

 

            El programa encontró una situación favorable para su desarrollo como consecuencia de los efectos de la Gran Guerra en la que se prometió una mejora de las condiciones de los combatientes que, en el medio rural, se plasmó en la promesa de tierras para incrementar los niveles de vida de sus habitantes. No en vano, ese argumento era el que se había utilizado para conseguir la movilización de la población durante la contienda:

 

En los soldados italianos –se lee en una comunicación reservada de la Oficina central de investigación en julio de 1917– se agita la cuestión de los latifundios y después de la guerra el ejército, que está compuesto por la mayoría de los trabajadores de la tierra, reclamará como compensación a los sacrificios dados la equitativa repartición de las tierras de modo que todos puedan tener un medio para ganarse la vida. La propaganda para la repartición de las tierras entre los soldados dedicados a la agricultura es activa, continúa y ya ha conquistado divisiones enteras. Se dice que el ejército ahora representa a la nación y al gobierno y que, si después de la guerra éste no tuviese las satisfacciones materiales a las que tiene derecho, pensará en cogerlas por sí mismo, rompiendo todos los obstáculos sean de la naturaleza que sean[7].

 

            La política agraria debía servir, igualmente, para mejorar el consenso del campo respecto a Mussolini. Dentro de la realidad productiva del sector existían tres grupos sociales que el fascismo debía manejar de acuerdo a sus intereses. Por un lado, los sectores jornaleros y los pequeños propietarios a los que el fascismo no dedicó excesivas atenciones. Por otro, los agricultores dueños de medianas propiedades que fueron estimulados e incentivados por el régimen para que consiguiesen incrementar el volumen de sus tierras. Finalmente, la burguesía terrateniente que se incorporó a la producción capitalista mejorando sus márgenes de beneficio y estableciéndose como un apoyo fundamental en el mundo rural; a pesar de que el fascismo trató de mostrar su distanciamiento respecto a estos sectores considerados conservadores por la retórica revolucionaria mussoliniana[8].

            El cambio decisivo en la política agraria durante el fascismo –junto al de la bonifica– incluyó medidas proteccionistas encaminadas a reducir el déficit de la balanza comercial y la estabilización de la lira. Desde 1925 se fijó un arancel sobre la importación de cereales a pesar de que el incremento en la producción interna fue inferior al del consumo. La repercusión económica de esta decisión, dentro de un mercado en el que se vislumbraba un continuo aumento de los precios en el sector, fue positiva al incentivarse el aumento de la productividad entre los propietarios gracias a la introducción de innovaciones tecnológicas –maquinaria agrícola, selección de semillas y uso de nuevos compuestos químicos– y al aumento de los terrenos dedicados a la producción.

            La ampliación de cultivos suponía la intervención del Estado, un aspecto que se había incorporado al debate político de la Italia liberal desde la implantación en 1882 de la Ley Baccarini en la que se establecían las “Normas para la bonificación de pantanos y terrenos pantanosos”; incorporando aspectos como la realización de sistemas de riego, la modificación de la estructura de la propiedad de acuerdo al interés público o la realización de infraestructuras para las comunicaciones terrestres. Esa misma línea fue la seguida por el fascismo en su programa de intervención destinado, en un principio, a solucionar problemas aislados a falta de un proyecto general a nivel nacional. Así se llevó a cabo la construcción de puentes y carreteras que pusieron en evidencia la falta de una intervención global sobre el territorio[9].

            Sería a raíz de los planteamientos de técnicos de la administración durante las primeras décadas del siglo XX cuando se superarían esas limitaciones. Especialmente relevante se mostró la aportación de Arrigo Serpieri, promotor de una concepción política del territorio que después sería impulsada de manera decisiva durante el fascismo; puesto que para la ideología totalitaria la bonifica era el modo ideal para aunar el impulso tecnocrático de planificación social y la naturaleza al considerar estos organismos manipulables según los designios ideológicos[10]. Serpieri, licenciado en Ciencias agrarias y experto en economía, ocupó entre 1929 y 1935 la subsecretaría del Ministero dell'Agricoltura, siendo artífice de la ley sobre la bonifica integral del 13 de febrero de 1933 que no se dedicaba sólo a los terrenos más arduos sino, también, a mejorar la producción de los restantes[11].

            La ley definía las características que debía seguir la intervención estatal dentro del proceso de bonifica. Por ejemplo, establecía el modo en el que debía financiarse el proceso, las áreas en las que realizarla, las construcciones necesarias o los servicios que establecer en ellas para su correcto funcionamiento y la explotación por parte de los grupos allí establecidos. En esencia la bonifica se produjo en las regiones de Emilia, la Toscana, el Véneto y el Lazio. No obstante, los resultados no fueron todo lo satisfactorios como el régimen se empeño en mostrar. De hecho, en las cerca de 2,5 millones de hectáreas donde se llevaron a cabo trabajos de mejora –fueran estos más o menos intensos– solamente el 10% vio un incremento en la productividad. Una situación que no mermó la actividad en esta línea de acuerdo a la propaganda establecida puesto que, como señala Orlando, «Mussolini quería la bonifica solo como obra visible, a modo de tangible testimonio del activismo fascista»[12].

            Esa dimensión explica el interés por llevar a cabo la bonifica de la zona del Agro Pontino en las cercanías de la capital del país, símbolo visible de la política nacional. A esta vasta llanura, salpicada de lagunas y aguas estancadas que servían como caldo de cultivo idóneo para la malaria, se destinaron ingentes recursos para la construcción de canales, carreteras o puentes por parte de decenas de millares de operarios reclutados de todo el país. De igual modo, los posteriores colonos provinieron de otras regiones del país, especialmente del Véneto, a los que se consideraron una especie de brazo armado del régimen para luchar en una guerra contra la naturaleza.

 

La sociedad rural y el territorio

 

            El interés del fascismo por mantener los patrones de vida del campo italiano – considerados saludables e ideales para la sociedad fascista– conllevó la implantación de una política que trataba de limitar el fenómeno migratorio en el interior del país. En un proceso con bastantes contradicciones, dadas las dificultades para impedir el empobrecimiento de las familias, el fascismo trató de incentivar la natalidad y reducir los movimientos de población del sur agrícola hacia el norte industrializado. El proyecto mostraba el temor hacia una movilidad social y migratoria, creyendo más fácil controlar el mundo rural, que pudiese desestabilizar a la sociedad italiana y al conjunto del sistema político.

            Con las anteriores directrices se decidió establecer una política demográfica encaminada a frenar el crecimiento de las ciudades y, de este modo, limitar el volumen de los grupos obreros que podían representar un mayor peligro frente a la autoridad del régimen. A raíz de las leggi fascistissime de 1925 y 1926, que daban curso de legalidad a los principios del Estado totalitario, se pusieron en marcha las medidas para el control de la movilidad de los italianos. Como apunta Patrizia Dogliani esto se tradujo en unas primeras disposiciones del ejecutivo para conducir su lucha contra la ciudad. En consecuencia, desde 1929 sólo podían censarse en un ayuntamiento de una gran ciudad si se probaba la residencia en la misma con anterioridad, mientras que una década después fue prohibida la misma petición para aquellos municipios que contasen con más de 25.000 habitantes[13].

            Junto a estas medidas se planificó la fundación de nuevas ciudades en el medio rural para dar estabilidad a la bonifica establecida y tratar de impulsar el programa de autosuficiencia productiva. Hasta un total de doce urbes fueron creadas con el objetivo de incrementar la capacidad productiva agrícola y solucionar posibles formas de conflictividad en el campo. De hecho, siete de las ciudades estuvieron dentro del programa general de bonifica con el propósito de dar un carácter más racional a la transformación agrícola; cinco de ellas pertenecientes a la zona del Agro Pontino: Littoria (1932), Sabaudia (1934), Pontinia (1935), Aprilia (1936) y Fertilia (1936).

            Un caso excepcional en la relación entre el sector agrícola y el mundo de la industria se produjo tras la creación de Torviscosa (1938) en un área atravesada por numerosas vías fluviales y las lagunas de Marano y Grado. Este núcleo se especializó en la producción de fibras sintéticas como resultado de la transformación de los recursos existentes en la zona de la Padania[14].

            En el asentamiento de los nuevos colonos se dio un papel preferente a la Opera Nazionale Cobattenti, coordinando las obras de edificación integradas en la bonifica. De tal modo se daba pie a la consecución del emblema del agricultor-soldado, las dos actividades del hombre del medio rural en dos momentos diversos: paz y guerra. Con ello se recuperaba la visión histórica del glorioso pasado romano en el que los legionarios esperaban su plácido retiro para dedicarse a cultivar sus campos. Estos elementos simbólicos influyeron en la misma configuración de las ciudades, como señala Gustavo Alares López:

 

Y en este contexto historizante no sorprende que las ciudades pontinas se inspiraran arquitectónicamente en modelos bajomedievales toscanos, articulándose sobre una planta en retícula que aludía a las fundaciones de la Roma clásica (…) Simplicidad de líneas, jerarquización de los espacios, higienismo y una mirada historicista que pretendía recrear los espacios arquitectónicos que fueron testigos del glorioso pasado italiano, pero que a su vez integro la funcionalidad necesaria para el desenvolvimiento de la vida de los nuevos campesinos[15].

 

Influencia de la política agraria sobre el conjunto de la dimensión cultural fascista

 

            El objetivo fundamental de la política agraria era la consecución en el plano económico de la autarquía. Para conseguir esta autosuficiencia fue fundamental la adopción de medidas proteccionistas de cara a la defensa de los productos italianos, especialmente el trigo, intentando elevar su producción para evitar las importaciones y con ello la pérdida de divisas en el exterior. También se llevó a cabo una revalorización de la lira y una política de obras públicas que redujo el número de parados a través de la creación de autopistas, mejora de la red ferroviaria y construcción de grandes edificios.           

            Pero no hay que perder de vista que el interés por establecer una política totalizadora por parte del Estado también afectó a las políticas en el medio rural. En consecuencia los anteriores aspectos quisieron ser manejados en términos propagandísticos. Daba igual que los gastos en las inversiones pudieran superar la rentabilidad real de la producción puesto que la maquinaria del régimen quiso destacar la imagen enérgica de las reformas emprendidas. Dentro de una cultura totalizadora, por ejemplo, en la enseñanza de las disciplinas ligadas a las ciencias naturales se estudiaba la obra cumplida por Mussolini con la bonifica de tierras improductivas o el incremento de la producción cerealística. Incluso se aprovecharon citas internacionales para dar a conocer las actuaciones realizadas; como se tuvo ocasión de comprobar en la Exposición internacional de Barcelona celebrada en 1929 al señalarse en el Catálogo de la Sección italiana lo siguiente:

 

La agricultura italiana es como levantada de nuevo, de un estado de depresión que parecía insuperable, alentada, reanimada; la paz vuelve a los campos y el campesino fascista sabe perfectamente que su trabajo es considerado hoy como elemento esencial de la grandeza de su país (…) A los cimientos de este edificio, están la lucha contra la saturación urbana y la elevación de la clase productora agrícola, despertada a la conciencia de la alta misión que el País le ha asignado. No ya enemigos, sino factores puestos en un mismo plano, propietarios y trabajadores, con distintas funciones, pero con igual responsabilidad frente a la Nación, colaboran en la magna obra, en plena concordia de ideales[16].

 

Como en otros campos, la retórica del régimen no dudó en aludir a un lenguaje bélico –“batalla”– y en mostrar a Mussolini como el primer italiano concienciado en esta labor. Por esa razón, la publicidad fascista se encargó de establecer campañas en las que se veía a Mussolini realizando labores agrícolas, además de instituir premios anuales a los que hubieran desarrollado una mejor praxis de su trabajo. Todo debía contribuir a presentar una nación independiente respecto a las grandes potencias ante una eventual guerra o bloqueo en las importaciones. Así, la batalla del grano contribuyó a mitificar la figura de Mussolini como Duce de un pueblo que debía vanagloriarse de la fortuna divina que en forma de hombre había recibido[17].

En rasgos generales la difusión y el éxito de la ideología fascista en torno a la cultura del ruralismo fue importante. Se basó en el esfuerzo de algunos sectores del régimen y del propio Mussolini, ansiosos por elaborar un cuadro ideológico y cultural en el que establecer una reestructuración de grandes dimensiones sobre la sociedad en este medio. Esa postura estaba basada en la estabilidad que podía proporcionar el elemento rural al conjunto del Estado y de tal modo confirmar la autoridad del proyecto totalitario. No en vano, siempre se defendió que las naciones sólidas necesitaban una reducción de la conflictividad y que eso pasaba por un aumento en el número de propietarios en el campo que, en buena lógica, después quedarían atrapados por el mensaje emanado desde las altas jerarquías.

 

A modo de conclusión

 

            En una síntesis, la batalla del grano fue el primer paso de una política autárquica proclamada durante los años treinta que sirvió para trasladar la propaganda totalizadora fascista al medio rural. Para incrementar la producción se estableció una bonifica integrale, una fórmula con la que los poderes públicos transformaban la realidad agrícola y paisajística del país de acuerdo a una intervención planificada y directa sobre el territorio. El ruralismo fascista supuso, también, la puesta en marcha de un complejo sistema de reformas que pretendían alcanzar un programa económico productivo. Para el dominio del medio natural no sólo se actuó sobre el territorio –mediante la aplicación de las citadas innovaciones técnicas, la recuperación de terrenos para el cultivo o el programa de infraestructuras– sino que también se procedió al control de los grupos sociales encargados del desarrollo de las actividades del sector.

 



 [i][1] Para todas estas cuestiones, de manera general, puede verse Stampacchia, Mauro: “Ruralizzare l’Italia!”. Agricoltura e bonifiche tra Mussolini e Serpieri (1928-1943), Milán, Franco Angeli, 2000.

[ii] [2] Griffin, Roger: Modernismo y fascismo: La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler, Madrid, Akal, 2007, p. 315. De modo más amplio Zunino, Pier Giorgio: L’ideologia del fascismo. Miti, credenze e valori nella stabilizzazione del regime, Bolonia, Il Mulino, 1985; especialmente el capítulo titulado “Bonifica umana”, pp. 269-281.

[iii] [3] Griffin, Roger: “Fascism”, en Taylor, Bron (editor), Encyclopedia of Religion and Nature, Londres, Continuum International Publishing Group, 2008, pp. 639-644.

[iv] [4] Serpieri, Arrigo: La politica agraria in Italia e i recenti provvedimenti legislativi, Piacenza, Federazione italiana dei consorzi agrari, 1925, p. 9.

[v] [5] Sobre estos aspectos pueden verse las recientes obras de  Cavallo, Federica Letizia: Terre, acque, macchine: Geografia della bonifica in Italia tra ottocento e Novecento, Reggio Emilia, Diabasis, 2011; Novello, Elisabetta: La Bonifica in Italia. Legislazione, credito e lotta alla malaria dall’Unità al fascismo, Milán, Franco Angeli, 2003.

[vi] [6] Bevilacqua, Piero: Tra natura e storia. Ambiente, economie, risorse in Italia, Roma, Donzelli, 1996, p. 22.

[vii] [7] D’Attorre, Pier Paolo y De Bernardi,  Alberto: Studi sull’agricoltura italiana. Società rurale e modernizzazione, Milán, Feltrinelli, 1994, p. XXXVIII.

[viii] [8] Orlando, Giuseppe: Storia della politica agraria in Italia dal 1848 a oggi, Bari-Roma, Laterza, 1984, pp. 93-102.

[ix] [9] Galvani, Adriana: “La Legislación de la bonificación en Italia y los Consorcios de bonificación de Aguas”, en M+A. Revista Electrónica de Medioambiente, 4 (2007), p. 13.

[x] [10] Ben-Ghiat, Ruth: Fascist Modernities. Italy 1922-1945, Berkeley, University of California Press, 2006, pp. 5-6.

[xi] [11] Una buena contextualización de su labor dentro de la obra general de los técnicos de la administración italiana en VV. AA: L’agricoltura e gli economista agrari in Italia dall’ottocento al novento, Milán, Franco Angeli, 2011.

[xii] [12] Orlando, Giuseppe: Storia della politica agraria… op. cit., p. 125.

[xiii] [13] Dogliani, Patrizia: Il fascismo degli italiani. Una storia sociale, Turín, UTET, 2008, p. 145.

[xiv] [14] Sobre la fundación de ciudades durante el periodo: Mariani, Riccardo: Fascismo e “città nuove”, Milán, Feltrinelli, 1976; Ernesti, Giulio (coord.): La costruzione dell’utopia. Architetti e urbanisti nell’Italia fascista, Roma, Edizioni Lavoro, 1988; VV. AA.: Metafisica costruita. Le città di fondazione degli anni Trenta dall’Italia all’Oltremare, Milán, Touring Club Italiano, 2002.

[xv] [15] Alares López, Gustavo: “Ruralismo, fascismo y regeneración. Italia y España en perspectiva comparada”, en Ayer. Revista de Historia Contemporánea, 83 (2011), p. 136.

[xvi] [16] Ministero della Pubblica Istruzione, Catalogo della sezione italiana. Esposizione internazionale d'arte di Barcellona 1929, Roma, 1929, p. 61.

[xvii] [17] Gentile, Emilio: Il culto del littorio, Roma-Bari, Laterza, 2009; especialmente el capítulo 6 titulado “Il nuovo Dio d’Italia”, pp. 233-265.

 

 



 

 

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