Razón española, a los treinta años.
Pedro Carlos González Cuevas.
Historiador. Profesor en la UNED (España).
1. 1983: Una derecha intelectualmente desvalida.
La aplastante victoria socialista de octubre de 1982 supuso, sin la menor duda, todo un cambio histórico. Significó, en principio, un relevo generacional en la clase política y una auténtica ruptura con respecto al pasado, pues los dirigentes socialistas nada habían tenido que ver con el régimen anterior y tampoco habían desempañado un papel relevante en la oposición de izquierdas en los años sesenta y setenta. En cualquier caso, esta victoria traía como consecuencia más llamativa el fin de la prolongada hegemonía de las derechas en la vida política española. Nunca el conjunto de la derecha iba a estar tan alejado y por tanto tiempo del poder político. A nivel intelectual, la preponderancia socialista tuvo como consecuencia la consolidación de una oligarquía cultural, que, mediante múltiples rituales de exclusión simbólica, constituyó un sistema de comunicación segregacionista, basado en la nítida distinción entre discutidores legítimos y excluidos del debate político-intelectual. El sociólogo Víctor Pérez Díaz señaló este fenómeno cuando, al describir la vida cultural española, mencionó la preeminencia de los llamados “líderes exhortativos”, es decir, al servicio de un partido, frente a los “líderes deliberativos” independientes; y su tendencia a estrangular la emergencia de nuevas ideas y planteamientos[1]. El conjunto de la derecha política y mediática asumió esa realidad. Y Gonzalo Fernández de la Mora fue una de las víctimas más significativas.
A comienzos de 1983, se conmemoró el centenario del nacimiento de Ortega y Gasset, de quien Fernández de la Mora defendió una interpretación conservadora de su pensamiento político, haciendo hincapié en que su principal aportación era “la permanente invitación a lo superior para que la etapa, oscura y liquidadora, quede pronto atrás y para que despunte un cielo luminoso y creador”[2]. Sin embargo, el autor de El crepúsculo de las ideologías sufrió, como colaborador del diario ABC, por aquellas fechas un duro golpe. Ante la situación económica que sufría ABC, Guillermo Luca de Tena tuvo que ocuparse de la empresa. Redujo la plantilla, cerró Blanco y Negro y nombró director a Luis María Ansón, que había dirigido anteriormente la Agencia EFE y Blanco y Negro. Desde el primer momento, el nuevo director se planteó como objetivo primordial superar a El País y ejercer una oposición nítida al PSOE en el poder, procurando, además, un acercamiento a los nacionalistas catalanes y vascos[3]. Significativamente, el líder catalanista Jordi Pujol fue proclamado, a mediados de 1984, español del año por Ansón. En la portada del diario aparecían Fraga y el líder catalanista dándose la mano[4]. Y en las páginas del diario monárquico fueron frecuentes las firmas de significados líderes de la izquierda como Ramón Tamames, Marcelino Camacho, Rafael Alberti o Julio Cerón. Por supuesto, Fernández de la Mora no tenía cabida en la nueva singladura del diario al que tanto había contribuido a dar prestigio intelectual. A partir de la llegada de Ansón, los artículos que enviaba, como uno titulado “La agonía de las ideologías”, no le fueron publicados. Así lo denunció el propio Fernández de la Mora en una carta al nuevo director de ABC: “Desde la primavera de 1983, que coincidió con tu nombramiento como director, tienes pendiente de publicación un artículo mío, como te recordé aquel mismo año en casa de Gregorio Marañón. Ni se me ha devuelto, ni se me ha dado ninguna explicación. Creo que a quien ha colaborado desde 1948 hasta el año de tu ascenso a la dirección, se le podía haber dado alguna razón de la interrupción de su colaboración normal y periódica”[5]. En su correspondencia con su viejo amigo Torcuato Luca de Tena, residente ya en Méjico y marginado de toda influencia en ABC, señalaba que ni tan siquiera se dignaban en contestar a sus cartas: “¡Si el Patrón levantara la cabeza!”[6]. Fernández de la Mora se refería, sin duda, a Juan Ignacio Luca de Tena,. Director y propietario del rotativo monárquico, fallecido en 1975. Y es que el diario monárquico se había convertido en “el refugio de los alfilerazos resentidos o de las falaces diatribas contra la brillante era de Franco, gracias a cuya victoria el ABC pudo dejar de ser un periódico ocupado por el marxismo”[7].
Todavía pudo, sin embargo, publicar en sus páginas una necrológica del filósofo Javier Zubiri, fallecido en Madrid el 21 de septiembre. El vasco había sido uno de los grandes maestros de Fernández de la Mora, cuyas obras nunca dejó de comentar y difundir. En su artículo, lo consideraba “el mayor filósofo viviente”, e interpretaba su legado como muy próximo al positivismo: “A lo largo de toda su obra, Zubiri no se cansa de repetir que no elabora construcciones abstractas por la vía deductiva, sino que describe hechos, que analiza realidades, que se atiene a las “cosas”. En cierto modo, trataba de que su metafísica fuese una física. Sobre esta pretensión tan moderna, pesaba abrumadoramente la herencia positivista”[8].
Sin embargo, Fernández de la Mora chocó con la animadversión de no pocos discípulos del vasco; y nunca perteneció ni al Seminario ni a la Fundación Zubiri.. Algunos de sus d e sus seguidores intentaron dar una imagen “progresista” del maestro. En sus últimos años, el autor de Sobre la esencia había caído bajo la influencia del jesuita revolucionario Ignacio Ellacuría, quien utilizaba su filosofía para dar fundamento a la teología de la liberación. E incluso se intentó presentar a Zubiri como un “exiliado interior” y una víctima más del régimen de Franco. Algo que provocó un choque de Fernández de la Mora con el banquero Juan Lladó, mecenas del filósofo [9]; y luego con alguno de sus discípulos y hermeneutas como Antonio Pintor Ramos, quien reiteraba, en algunos de sus artículos dedicados a la filosofía del vasco, su marginación política e intelectual, durante el período franquista[10]. A lo que Fernández de la Mora contestó que su situación en la posguerra fue fruto de su condición de sacerdote secularizado; que el régimen de Franco le consiguió una cátedra en Barcelona; que colaboró en la revista Escorial; que su obra Naturaleza, Historia, Dios había sido publicada por Editora Nacional; y que abandonó Barcelona por motivos de carácter personal, no políticos, filosóficos o religiosos[11]. Todos estos datos no hicieron mella en Pintor Ramos, que, en una réplica a Fernández de la Mora, mantuvo su postura[12]. Hoy, sabemos, por los testimonios de Julián Marías, Raimundo Panikkar y de Pedro Laín Entralgo, que la interpretación de Fernández de la Mora está mucho más próxima a la realidad histórica que la sustentada por Pintor Ramos y otros historiadores de la filosofía española[13].
Pese a este progresivo aislamiento, no era Fernández de la Mora, como sabemos, alguien que se rendía fácilmente ante las adversidades. Y todavía tuvo fuerzas para iniciar una nueva etapa de su vida intelectual, con la dirección de la revista Razón Española, cuyo primer número salió a la luz en octubre de 1983. El proyecto venía de lejos, ya que, según señalaba en una carta de Luis Coronel de Palma, la planificación se había hecho “en casa de Alfredo Sánchez Bella hace algunos años y que no pudo aparecer por razones financieras”[14]. Finalmente, Federico Silva constituyó la Fundación Balmes, con el apoyo de la Fundación Hans Seidel, muy ligada a la democracia cristiana bávara de Franz Josef Strauss. El Patronato de la Fundación lo presidió, hasta su muerte, el marqués de Santa Rita, quien, en su nombre, pidió a Fernández de la Mora que fundase y dirigiese una revista de pensamiento, que llevaría el nombre de Razón Española. Entre los miembros de la Fundación figuraban Luis Coronel de Palma, Julio Iranzo, Antonio Méndez García, Antonio Lamela, Gregorio Marañón, Carlos de la Mata, Rafael Ruíz Gallardón, Adolfo Ruíz de Velasco, Leopoldo Stampa, Luis Suárez Fernández y Juana Fernández Silva.
2. Razón Española, ese milagro.
El 4 de octubre Razón Española fue presentada en sociedad, en el hotel Eurobuilding, siendo definida por su director como una revista “de pensamiento y alta cultura”. La publicación era editada por la Fundación Balmes, entidad políticamente independiente. Se presentaba como “el hogar espiritual y órgano de expresión de todos los pensadores e intelectuales españoles auténticamente independientes”. La garantía de aquella independencia la cifró Fernández de la Mora en la financiación de la revista: “Nos autofinanciaremos con las suscripciones y donativos libremente aportados a través de la Fundación Balmes. El hecho de que el consejo de redacción esté integrado, en su mayor parte, por catedráticos universitarios totalmente solventes, nos permite poder pagar sus colaboraciones con cantidades casi simbólicas” Recordó las palabras de Hegel: “Solo una cosa gobierna el mundo: las ideas”. “La vida entera del hombre, a diferencia de los animales, depende de las ideas que se tengan y es en el laboratorio del pensamiento donde se hace la Historia”. Por último, subrayó que “en los últimos quince años se ha perdido, no la guerra, pero sí la batalla de las ideas”[15]. Como presidente de la Fundación Balmes, intervino igualmente José Jiménez de Mendoza, marqués de Santa Rita, quien señaló como objetivo de la revista “crear solidaridades doctrinales y convencer”. Se sentía heredera de los proyectos políticos de Acción Española, Arbor, Finisterre, Punta Europa, Verbo, Sillar y Atlántida. Se proponía “restaurar la unidad de conciencia nacional, la paz ciudadana y la estructura productiva, por referirse sólo a tres dimensiones esenciales y muy deterioradas de la realidad patria”. Por último, exaltó la figura de su director: “Fernández de la Mora, síntesis entre razón y tradición, es un pensador sistemático y hondo, y un prosista lúcido y brillante que sigue el precepto orteguiano de que la claridad es la cortesía del filósofo”[16].
En su presentación doctrinal, Fernández de la Mora definió la razón como “la inteligencia en cuanto deduce conclusiones a partir de premisas e induce probabilidades a partir de hechos”. Sin embargo, no se trataba de una razón abstracta, sino de una razón concreta incardinada en la realidad y en la problemática de una sociedad dada como la española: “Nuestra “razón española” es simplemente la razón universal pensada desde España, y preferentemente para españoles. El propósito no es forjar una presunta razón nacional o Volkgeist, sino ejercitar a la española la pura razón”[17].
A finales de año, tuvo lugar una cena de homenaje a Fernández de la Mora en el hotel “Velázquez”, con motivo de la aparición de la revista. En su discurso, denunció que la sociedad española estaba sufriendo una crisis generalizada, en sus creencias religiosas, en los valores morales, en su conciencia nacional, e incluso estilística con el progresivo triunfo de la “contracultura”, fruto de “un equipo de minadores, que llevaba años demoliendo la concepción humanista del mundo”. “Ser intelectual es –dijo- entregarse a meditar sobre la esencia de las cosas, sobre todo el modo de mejorar la existencia humana. Es lo contrario de la superficialidad, la improvisación y el oportunismo”[18].
En el consejo de redacción, aparecía Fernández de la Mora como presidente; y los demás miembros eran Ricardo de la Cierva, José Luis Comellas, Manuel Fernández Galiano, Jesús Fueyo, José García Nieto, Vintila Horia, Juan José López Ibor, Carmen Llorca, Antonio Millán Puelles, Alberto Navarro, Francisco Puy, Luis Suárez y Juan Velarde.
Entre sus colaboradores más asiduos se encontraban Federico Silva, Manuel Giménez Quílez, Cayetano Luca de Tena, Antonio Fernández Cid, Ernesto Giménez Caballero, Jaime Delgado, Mario Hernández Sánchez-Barba, Mariano del Pozo, Emilio Beladiez, Vicente Palacio Atard, Luis Suárez, Thomas Molnar, Paul Gottfried, Eduardo Adsuara, Jorge Uscatescu, Alfredo Sánchez Bella, Juan Luis Calleja, José F. Acedo Castilla, Ángel Maestro, Luis Lavaur, Arnaud Imatz, Carlos Areán, Michael Novak, José Angel Asiaín, Salvador Milet, Alvaro D´Ors, Luis Pérez Bastias, Rodrigo Fernández Carvajal, Javier Carvajal, Cristián Garay Vera, Alfonso López Quintás, Francisco Javier Fernández de la Cigoña, Mario Soria, Torcuato Luca de Tena, Rafael Gambra, José Luis Jérez Riesco, José María Martínez Val, Jaime del Burgo, Fernando Vizcaíno Casas, Enrique Zuleta Álvarez, Federico Suárez, Gonzalo Fernández de la Mora y Varela, José María Martínez Cachero, Tomás Melendo, Gustavo Cuevas Farrén, Lucas María de Oriol, Aquilino Duque, José Zafra Valverde, José Lois, Ángel Palomino, Franco Díaz de Cerio, Alessandro Campi, Brian Crozier, Giusseppe Prezzolini, Peter L. Berger, Laureano López Rodó, Licinio de la Fuente, etc, etc.
Fernández de la Mora era consciente de que su labor intelectual, en aquella circunstancia tan desfavorable, sólo podía ser concebida, en sus resultados, a muy largo plazo. Así lo afirmaba en una carta a su amigo José Lois, filósofo del derecho: “La derecha civil, salvo rarísimas excepciones no ha leído nada en España, por lo menos desde los tiempos de Jovellanos. Y la derecha eclesiástica no existe, así que nuestra labor es testimonial. No hay que perder la esperanza de que alguna semilla caiga en buena tierra y de que en un futuro no muy lejano se nos redescubra”[19]. Igualmente, era muy consciente de su situación minoritaria, carente, en realidad, de fuertes apoyos: “Un gran proyecto descartado por los poderes económicos, ya sean públicos o privados, apenas resulta viable. Un pensador condenado al exilio interior es luz bajo el celemín”[20]. Al intelectual independiente tal sólo le quedaba “la desinteresada esperanza de escribir, como Aristóteles, para las generaciones futuras”. El denominado intelectual “comprometido” –quizás se refería a José Luis López Aranguren- se había convertido en “un pseudointelectual”, ligado a la política oficial y convertido, por lo tanto, en un ideólogo de la social-democracia[21]. En cualquier caso, pese a las analogías del título, la nueva revista no podía defender la continuidad total con el legado de Acción Española. Fernández de la Mora juzgaba que, tras el Concilio Vaticano II, el Estado confesional era ya un imposible histórico; y lo mismo ocurría con la Monarquía tradicional, porque la propia dinastía había renunciado a ese modelo y aceptado el parlamentario. Lo que todavía era susceptible de defensa y de desarrollo intelectual era la interpretación menéndezpelayana del pasado nacional y la representación corporativa[22]. Y es que el humanismo español se encontraba, a su juicio, “doctrinalmente desarmado”, porque ya no podía fundamentarse en la filosofía cristiana, ya que ésta se había convertido en un “pluriverso de corrientes que llegan hasta la llamada teología de la liberación, y hará falta tiempo para que la nueva orientación pontificia logre superar la crisis heredada”[23].
En sus comienzos, la revista recibió alguna subvención del Banco Bilbao y de la Fundación BBV, gracias a la influencia de José Ángel Sánchez Asiaín, e igualmente del Banco Popular, del que Fernández de la Mora era consejero[24]. Durante algún tiempo, el Banco Popular se anunció en las páginas de la revista; y también lo hizo la editorial Plaza y Janés, gracias al apoyo del editor Rafael Borrás. En un principio, Fernández de la Mora tuvo una entrevista con el Ministro de Cultura, Javier Solana, quien le prometió un millón de pesetas para la revista[25]. En su correspondencia con Rainer Glagow, miembro de la Fundación Hans Seidel, Fernández de la Mora señalaba que, a mediados de 1984, disponía de 1.293.990 pesetas, con lo que no podía llegar a fin de año, dado que necesitaba 6.170.000 pesetas[26]. A comienzos de 1990, Fernández de la Mora no dudaba en definir la revista como “un milagro financiero”, en una carta a su amigo José Lois: “Como todas las revistas culturales no podemos autofinanciarnos. Hasta ahora siempre he encontrado, en el último momento, los mecenas precisos. Y tengo asegurado el presupuesto mínimo hasta fin de año. Del Estado no percibimos ni un céntimo. Nos han negado sistemáticamente toda subvención, aunque las concedan por decenas de millones a otras revistas”[27]. A la altura de 1992, la Fundación Hans Seidel tan sólo podía garantizar ya a la revista 300.000 pesetas[28]. La llegada al gobierno del Partido Popular, en 1996, no supuso el menor alivio. El Ministerio de Cultura tan sólo le proporcionó 550.000 pesetas[29]. Para conservar la revista Fernández de la Mora gestionó toda la financiación y cedió todos los derechos de autor de sus libros, con un importe de 490.580 pesetas, en 1995; y 286.000 en 1996[30]. Uno de los colaboradores más entusiastas de la revista fue el historiador Federico Suárez Verdeguer, a quien Fernández de la Mora solía denominar “nuestro ángel protector”, ya que, en más de una ocasión, había conseguido para Razón Española suscripciones de Argentina y de otros países sudamericanos. En abril de 1998, le diría a Suárez: “Ahora, mi objetivo es llegar hasta el número 100. Después el diluvio”[31].
Por razones de orden económico, la sede de la revista tuvo que trasladarse de la céntrica calle Génova, 12, a la más periférica Santa María de la Cabeza, 59.
Salvo muy raras excepciones, la izquierda intelectual recibió la aparición de la revista con el silencio o con un profundo desdén. Especialmente despectivo fue el juicio del filósofo Javier Muguerza –discípulo de José Luis López Aranguren-, quien manifestó que “razón” y “española” no podían ir juntas; y que la revista era “un horror, comenzando por su cabecera”[32]. El Periódico de Cataluña presentó la revista como producto de una “ofensiva ultra”[33].
Sin embargo, la respuesta de la derecha política no fue mucho mejor. En alguna ocasión, se ha hecho referencia a Razón Española como “la fragua de don Gonzalo”, una revista que había contribuido al “descentramiento de la derecha española actual”[34]. Sin duda, la revista, gracias al prestigio de Fernández de la Mora, consiguió dar espacio en sus páginas jóvenes valores intelectuales de la derecha española. Sin embargo, su influencia en la derecha política oficial ha sido escasa. Desde sus comienzos, Razón Española fue una revista claramente marginada no sólo por Alianza Popular y luego por el Partido Popular, sino por la derecha mediática. Hubo un infructuoso intento por parte de Fernández de la Mora de vincular la revista al partido liderado por Manuel Fraga y a la Fundación Cánovas del Castillo. Fernández de la Mora pensó en un miembro de AP, como la historiadora Carmen Llorca, para su consejo de redacción, invitación que aceptó. Sin embargo, AP nunca concibió la idea de convertir Razón Española en su órgano intelectual. En noviembre de 1984, Fernández de la Mora se enteró de que la Fundación Cánovas del Castillo pretendía fletar una revista de pensamiento, y escribió a Fraga para ofrecer la revista: “Si alguien, AP, por ejemplo, aportara sólo diez millones de pesetas al año, podríamos convertirla en mensual y ampliar en un cuadernillo más cada número, es decir, cuatro tomos de 432 páginas cada uno, al año”. En su contestación, el líder de AP señaló que no había sido posible sacar a la luz ninguna revista “por razones económicas”[35]. Cuatro años después, la Fundación Cánovas del Castillo sacó a la luz su propio órgano cultural. El abogado Felipe Ruíz de Velasco se entrevistó con Fraga, para plantearle de nuevo el tema de Razón Española. El gallego hizo oídos de mercader y le remitió a su cuñado Carlos Robles Piquer. En sus conversaciones con éste, no hubo, según comunicaba Ruíz de Velasco a Fernández de la Mora, “el menor resultado positivo en lo que afecta a mi pretensión”. Y es que Robles Piquer “veía difícil una integración, toda vez que Razón Española era una magnífica revista que leía en todos los números y a la que estaba suscrito, pero que se trataba de una revista “nostálgica y añorante”. “Que todos los colaboradores tenían la misma significación ideológica, realmente franquista, y que con esta estructura no era fácil pensar en fusiones cuando la revista que la Fundación Cánovas tenía en la imprenta se destacaba por su característica mucho más progresiva, alejada de los objetivos que mantiene Razón Española”. En sus conclusiones, Ruíz de Velasco señalaba: “Me parece que en este momento poco cabe hacer, pero tú eres el que manda”[36]. Posteriormente, Fernández de la Mora recibió, de parte de Robles Piquer, el primer número de la revista Veintiuno. Y en una carta a Ruíz de Velasco, hizo una valoración muy negativa de la nueva publicación: “La presentación me parece poco seria y el contenido pluridireccional, o sea, sin una coherencia doctrinal. Efectivamente, creo que ya no se puede hacer nada”[37].
De la misma forma, se quejaba ante el filósofo Alejandro Llano, discípulo de Millán Puelles y rector de la Universidad de Navarra, de la marginación que había sufrido la revista en el libro Breve diagnóstico de la cultura española, publicado por Rialp. “Comprendo la conspiración de silencio de los marxistas; pero no la de los humanistas”. A lo que el filósofo contestó disculpándose: “Desde luego, nuestro silencio se debe al despiste o a la precipitación, pero no a rechazo alguno”[38]. Igualmente se quejó a Pedro Sainz Rodríguez de que el jefe de publicidad de la Fundación Universitaria Española no se acordara de la revista “para el envío de novedades”[39].
Uno de los enemigos más encarnizados de Razón Española en general y de Fernández de la Mora en particular fue el historiador democristiano Javier Tusell Gómez, auténtico representante del fundamentalismo democrático: una especie de mullah de la nueva situación política. Desde muy joven el historiador catalán había colaborado en Cuadernos para el Diálogo; y publicado algunos libros sobre la democracia cristiana en España y la oposición al régimen de Franco. El contenido de estas obras era muy crítico con la derecha tradicional; y valoraba positivamente la actuación de Juan de Borbón y de Joaquín Satrústegui ante el franquismo. Llegó considerar, contra no pocas evidencias históricas, la alternativa monárquica como una opción liberal e incluso democrática. Vano empeño el suyo, ya que esta pretendida “oposición” estuvo compuesta, desde el principio, más por individuos que por colectivos y estuvo implicada en acciones de orden alegal que ilegal. De hecho, uno de los leitmotivs de su obra historiográfica fue, en todo momento, desvincular la institución monárquica de sus relaciones con Franco y su régimen. Por ello, la figura de Fernández de la Mora era, y lo seguiría siendo en lo sucesivo, muy criticada[40]. No obstante, para su desgracia y pese a sus esfuerzos, Tusell Gómez nunca consiguió un título nobiliario. Y es que los monarcas españoles no sólo suelen ser ingratos; es que leen muy poco.
En sucesivos artículos, Tusell interpretó Razón Española como una mera resurrección de Acción Española, “mantiene una línea de pensamiento, la del último Maeztu y la de la influencia de Acción Francesa, que reverdece en la pluma, con frecuencia brillante, de Gonzalo Fernández de la Mora”[41]. Posteriormente, la relacionó con la Nouvelle Droite Française, de Alain de Benoist[42]. Resulta necesario dejar muy claro que Tusell Gómez era un absoluto ignorante en lo relativo a la historia de las ideas políticas. En este como en tantos otros casos, hablaba -o escribía- de oídas. No se enteró de nada; o, mejor dicho, nunca quiso entender. Su objetivo era tan sólo demonizar, ejercer la coacción psíquica, censurar. Y es que, en primer lugar, cualquier persona conocedora de la obra de Fernández de la Mora sabe que entre sus planteamientos y los de Maurras existen diferencias insalvables. ¿Existe una obra más antimaurrasiana que El crepúsculo de las ideologías, en cuyas páginas se somete a una crítica radical al nacionalismo e incluso se niega la autonomía del factor político?. Por otra parte, Fernández de la Mora fue ciertamente monárquico, pero su modelo de monarquía no era la de Maurras, sino la “social” de Lorenz von Stein. Con respecto a la Nouvelle Droite[43], Fernández de la Mora se mostró en todo momento discrepante de la crítica de Alain de Benoist al cristianismo y de su reivindicación de las tradiciones paganas. A su juicio, lo que los neoderechistas denominaban “judeocristianismo” era “una reducción que carece de apoyatura factual”; resultaba contraria a la “razón pura”; y era “su mayor debilidad teórica”. En fin; Alain de Benoist se aproximaba excesivamente al “irracionalismo de su maestro Nietzsche”. Por todo ello, podía considerarse que la Nouvelle Droite se encontraba en “plena crisis de crecimiento”[44].
Sin embargo, el historiador democristiano fue más lejos en sus críticas, llegando a recomendar a los banqueros españoles que no subvencionaran la revista ni se anunciasen en sus páginas, porque Razón Española representaba “un sector del pensamiento que es manifiestamente contrario a la Constitución de 1978 y a la idea misma de democracia”. “¿Son los banqueros españoles antidemócratas?. No; ni siquiera leen el contenido de la revista. Y eso es precisamente de lo que hay que quejarse”[45]. En ABC, apareció un suelto donde, criticando el exabrupto de Tusell Gómez, se decía que Razón Española debía ser leída porque existían en sus páginas “trabajos de fuste, intrínsecamente valiosos, y, por lo tanto, acreedores a la atención del lector culto, igual que en las publicaciones importantes de signo contrario”[46]. Pero Tusell Gómez no cejó en su campaña contra lo que denominaba “derecha infumable”. “Ahora, Fernández de la Mora está en el terreno de la nostalgia (…) defiende ideas antidemocráticas directamente contrarias a los principios que inspiran la Constitución de 1978”[47]. Estas denuncias no dejaron de tener su efecto. En concreto, Rainer Glagow se interesó por el contenido de los artículos del historiador catalán, porque temía que la Fundación Hans Seidel estuviera financiando una revista antidemocrática; y Fernández de la Mora hubo de tranquilizarlo: “En Razón Española se acata la Constitución lo mismo que todo el ordenamiento jurídico español, y no se ha publicado una sola línea que permita afirmar lo contrario”[48].
Ante tan reiterados ataques, Fernández de la Mora llegó a consultar a su abogado Felipe Ruíz Velasco, para contemplar la posibilidad de querellarse contra el historiador catalán[49]. Finalmente, le envió una carta, interrogándole por sus reiterativas campañas en contra de la revista, a lo que Tusell Gómez contestó que “sólo quiero discrepar de ello y dar publicidad a mis razones”. “Exactamente lo que no era fácil cuando usted era ministro”. Sin embargo, Fernández de la Mora señaló, en su réplica, que su campaña iba mucho más allá de la manifestación de una legítima discrepancia política o intelectual; “había denunciado un supuesto delito contra la Constitución y ha tratado de presionar a los anunciantes de Razón Española para que dejen de serlo, y a los colaboradores para que se retiren”. “Esto no tiene nada que ver con la discrepancia manifestada con argumentos sobre citas textuales, que es lo menos que se puede pedir a la crítica académica. Lo que usted ha hecho es otra cosa”[50],
Sólo en apariencia, como luego se vería, llegaron a reconciliarse. Tusell Gómez le envió como regalo un volumen de artículos de Gabriel Maura Gamazo, que había recopilado y prologado bajo el título de Lo que la censura se llevó. Fernández de la Mora conocía los textos y a su autor, “un personaje interesante del que conservo un gratísimo recuerdo; pero en política se equivocaba siempre”[51]. Pero la enemiga del historiador catalán hacia Fernández de la Mora y sus ideas nunca cesó. Con motivo de la aparición de otra revista que no fue de su gusto, La Ilustración Liberal, fundada por el periodista Federico Jiménez Losantos, y que fue igualmente objeto de sus diatribas, Tusell volvió a cargar, sin venir al cuento, contra Razón Española: “No hace poco grandes bancos financiaban en parte Razón Española, la revista de Fernández de la Mora, manifiestamente contraria a la democracia y a la Constitución. Ese caso se repite ahora en esta nueva revista, basta con echar una ojeada a sus páginas. Aviso a navegantes: por sus anuncios los conocereis. Quiero decir a esa gente adinerada dispuesta a subvencionar lo que no debe”[52]. Estas últimas palabras eran más propias de un inquisidor, de un mullah o de un talibán, que de un historiador o de un profesor de Universidad.
En esta ocasión, Tusell Gómez fue contestado por la administradora de la revista Juana Fernández Silva, quien negó las acusaciones, alegando que en Razón Española no se había publicado “ni un solo editorial en que se juzgue a la Constitución española vigente”. “Tampoco se ha insertado ninguna colaboración dedicada a calificar en su conjunto la citada Constitución de 1978, sólo ocasionalmente a la unidad nacional. Y todas las actividades se han realizado conforme a Derecho y sin violación de ningún precepto del ordenamiento jurídico español vigente”. A lo que Tusell Gómez respondió que la mayor prueba del carácter antidemocrático y anticonstitucional de la revista era la presencia de Fernández de la Mora como director. Relacionaba, además, Razón Española con La Ilustración Liberal porque en aquélla se había publicado un artículo de Jiménez Losantos, algo que demostraba, según él, que “los ultraliberales” se aproximaban cada vez más a la extrema derecha. En su contestación, Fernández Silva volvió a negar las acusaciones del democristiano; y, no sin cierta ironía, señaló que “cada vez que el Sr. Tusell intenta sus lanzadas contables, se robustecen nuestros equilibrios financieros”[53].
A la muerte de Fernández de la Mora, ocurrida el 10 de febrero de 2002, Tusell Gómez no dudó en dedicarle una de las necrológicas más repugnantes de los últimos años, calificándolo de “reaccionario”, de “diplomático con ínfulas intelectuales”; nuevamente lo acusó de seguidor de Charles Mauras; hizo igualmente referencia a “lo lamentable de sus ideas”, y llegó a afirmar que “decía tonterías”[54]. Tan sólo le faltó bailar sobre su tumba. La caridad cristiana brilló, sin duda, por su ausencia, en esa ocasión.
3. Un balance.
A pesar de tales campañas y de no pocos silencios, Razón Española sobrevivió; y ha llegado a cumplir treinta años. Ante un contexto político, intelectual y económico tan sumamente adverso, lo normal hubiese sido tirar lo toalla y desaparecer. Sin embargo, afortunadamente, no ha sido así. Contra todos los elementos, contra viento y marea, la revista ha logrado no sólo sobrevivir, sino incorporar a sus páginas nuevas hornadas de intelectuales y escritores, como Jerónimo Molina Cano, Francisco Díaz Nieva, Alexandra Wilhemsen, Luis Sánchez de Movellán, Fernando Paz, José Javier Esparza, Pedro Fernández Barbadillo, Miguel Ayuso, Pío Moa, Ramón Peralta, Jesús Neira, Eduardo Arroyo, Felipe Giménez Pérez, Alberto Buela, Carlos Goñi, José Alsina Calvés. Miguel Argaya, Sergio Fernández Riquelme, José Luis González Quirós, Antonio Monroy, Pedro Carlos González Cuevas, Oscar Rivas, Javier Ruíz Portella, Jesús Laínz, David Ángel Martín Rubio, Fernando Torres, Alejandro Macarrón, Diego Gálvez, etc, etc. Así, pues, dos generaciones de intelectuales de distintas sensibilidades se encuentran presentes en la revista. ¿Cómo ha sido posible?.
A mi modo de ver, por dos razones. En primer lugar, por la voluntad y el carisma de su fundador, Gonzalo Fernández de la Mora, cuya figura y obra sirvió –y sirve- de aglutinante, de nexo de unión a los colaboradores de la revista. Y en segundo lugar, por la voluntad de sus colaboradores, que, gratuitamente, desafiando silencios y descalificaciones, decidieron colaborar en sus páginas. Para muchos, entre los que me encuentro, esta colaboración suponía una auténtica catarsis, una liberación, un desafío el pensamiento único y a la corrección política dominante; la conquista, en fin, de un auténtico espacio de libertad intelectual. Una revista en la que se podía escribir lo que no podía escribirse en la mayoría de las revistas españolas de pensamiento. En ese sentido, se trata de un fenómeno paralelo a El Catoblepas, otro oasis de libertad intelectual.
Pese a su marginación económica y mediática, Razón Española ha hecho, a mi juicio, significativas aportaciones al pensamiento conservador español actual. Como historiador de las ideas políticas, tan sólo destacaré sucintamente algunas.
En primer lugar, la exposición por parte de Gonzalo Fernández de la Mora de su filosofía razonalista y del proyecto político-intelectual inserto en sus obras, La partitocracia –un libro auténticamente profético-, La envidia igualitaria, Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica, Los errores del cambio, El hombre en desazón y Sobre la felicidad.
En segundo lugar, un análisis crítico del sistema político nacido de la Constitución de 1978, basado en la razonada denuncia de la partitocracia dominante, de las disfuncionalidades y peligros del denominado “Estado de las autonomías”, de las tendencias abiertamente separatistas de los nacionalismos periféricos catalán y vasco, de la escasa funcionalidad política de la actual Monarquía parlamentaria, etc.
En tercer lugar, la elaboración de alternativas del sistema político actual, que pueden sintetizarse en el artículo de Fernández de la Mora, “Las contradicciones de la partitocracia”, donde se propugnaban, entre otras medidas, el logro de la independencia de los distintos poderes; la democratización interna de los partidos; la ruptura del monopolio partitocrático de la representación política; la prohibición de la disciplina de partido; el voto secreto; la representación de intereses sociales; el referéndum; circunscripciones electorales unipersonales; listas abiertas; fiscalización de los miembros de la clase política. Y, además, frente a la inoperancia de la Monarquía parlamentaria, la República presidencialista[55].
En cuarto lugar, la defensa de la economía de mercado según el modelo occidental con mayor liberalización, reducción del sector público y contención del gasto mediante la austeridad presupuestaria[56]
En quinto lugar, la insistencia en la primacía de las ideas y de la lucha cultural frente al determinismo económico.
En sexto lugar, la recuperación de autores considerados “malditos” por el actual sistema político-cultural-mediático, como Ramiro de Maeztu, Eugenio D´Ors, Rafael García Serrano, Joaquín Costa, Eugenio Montes, Ernesto Giménez Caballero, Carl Schmitt, José Ortega y Gasset –el auténtico, es decir, el liberal-conservador-, Martin Heidegger, etc.
¿Cuál puede ser el porvenir de Razón Española?. Nadie lo sabe. Por mi parte, deseo su perseverancia. Y es que la situación en que hoy se desenvuelve la sociedad española ha demostrado la plausibilidad de no pocos de los planteamientos, diagnósticos y críticas defendidos en sus páginas. Como decía el izquierdista Jean Paul Sartre, en una semblanza de Maurice Merleau-Ponty, “no hay necesidad de tener éxito para perseverar, sino que la perseverancia tiene por fin el éxito”[57]. En esta hora baja de España, su voz es más necesaria que nunca.
[3] Véase Carlos Barrera, Sin mordaza. Veinte años de prensa en democracia. Madrid, 1995, pp. 85-86.
[12] “Zubiri y su filosofía en la postguerra”, Religión y Cultura XXXI., enero-febrero 1986, pp. 5 ss.
[13] Sus biógrafos Jordi Corominas y Joan Albert Vicens señalan, en su biografía del filósofo, que Zubiri no tuvo amistad con el profesorado en la Universidad de Barcelona, salvo con Ramón Roquer; que se mostraba “radicalmente apolítico”; que compraba libros para él con dinero de la Facultad, algo que le fue reprochado y que no hizo más que aumentar “la incomodidad de su estancia en Barcelona”; que su sueldo de catedrático le era insuficiente y que tenía que “desgastarse en una multitud de ocupaciones que le distraían de su personal quehacer filosófico”. No obstante, lo que más alteró al filósofo fue la marcha de su prima Asunción Medimaveitia a Madrid (Véase Joan Corominas y Joan Albert Vicens, Xavier Zubiri. La soledad sonora. Madrid, 2006). En un libro de entrevistas sobre el filósofo, Julián Marías, Joaquín Ruíz Giménez, Pedro Laín Entralgo, Miguel Siguán, Raimundo Panikkar, Alfonso López Quintás, Javier Montserrat y Diego Gracia coinciden en su apoliticismo y en las razones personales que le empujaron a abandonar la Universidad de Barcelona (Véase Jordi Corominas y Joan Albert Vicens, Conversaciones sobre Xavier Zubiri. Madrid, 2008).
[24] Carta a Sánchez Asiaín, Archivo Fernández de la Mora, 30-XII-1995. Carta a Silva Muñoz, 21-I-1990.
[30] Carta de Luis Coronel de Palma a Fernández de la Mora, en Archivo Fernández de la Mora, 5-XII-1996.
[32] Javier Muguerza, Desde la perplejidad. Ensayos sobre la ética, la razón y el diálogo. México, 1990, pp. 663-664.
[36] Archivo Fernández de la Mora, 16-V-1989, 4-X-1989. No deja de ser curioso que Robles Piquer empleara el término “franquista” en un sentido peyorativo, dado que había sido entre 1962 y 1967 Director General de Información y Turismo y entre 1967 y 1969 de Cultura Popular y Espectáculos.
[40] Véase Xavier Tusell, La oposición democrática al franquismo, 1939-1962. Barcelona, 1977, pp. 236, 386, 430. Véase igualmente su sonrojante libro Juan Carlos I. La restauración de la Monarquía. Madrid, 1995.
[43] Sobre este movimiento intelectual, véase Pierre-André taguieff, Sur la Nouvelle Droite. París, 1994. Francesco Germinario, La destra degli dei. Alain de Benoist e la cultura politica della Nouvelle Droite. Torino, 2002. Diego Luis Sanromán, La Nueva Derecha. Cuarenta años de metapolítica. Madrid, 2008.
[53] El País, 24-V-1999, 27-V-1999, 18-VI-1999. “Microinquisidor recusado”, Razón Española nº 97, septiembre-octubre de 1999, pp. 220-222.