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El sueño de la objetividad: historiografía y posmodernidad en el siglo XX.

 

Graciela Velázquez Delgado[1].

 

Universidad de Guanajuato (México).

 

 

 

Resumen: Este artículo pretende mostrar la forma en que la posmodernidad permeó a la historiografía de mediados del siglo XX, específicamente en la noción de objetividad y contexto histórico. El movimiento posmoderno surgió en la década de los sesenta y atacó de forma contundente los supuestos de la modernidad como la objetividad, la verdad y la universalidad, y con ello se dio pie a que las disciplinas que se consideraban científicas empezaran, no solo a reflexionar, sino a replantear sus principales ideales regulativos. En el caso de la historiografía, se problematizó la noción de objetividad y el contexto histórico dejó de ser considerado como algo dado para ser apreciado como una estrategia narrativa para recrear las situaciones y condiciones en las que estuvo envuelto un individuo o una sociedad en el pasado. Para dar cuenta de lo anterior, se ofrecen dos ejes analíticos: en el primero de ellos, se aborda algunos de los rasgos característicos de la posmodernidad, específicamente la crítica dirigida a la Modernidad; y, en el segundo, se analizan algunos de los supuestos de algunas corrientes de la historiografía de mediados del siglo XX, como la microhistoria, el giro lingüístico historiográfico, el neohistoricismo y la historia cultural, en las cuales se puede observar dicha problemática del texto y contexto.

 

Palabras clave: historiografía, posmodernidad, objetividad, texto, contexto.

 

Abstract: This article shows how postmodernism permeated the historiography of the mid-twentieth century, specifically the notion of objectivity and historical context. The postmodern movement  arose in the sixties and forcefully attacked the assumptions of modernity as objectivity , truth and universality, and thus gave foot that were considered scientific disciplines began, not only to reflect, but to rethink their major regulative ideals. In the case of historiography, the notion of objectivity was questioned and the historical context was no longer regarded as something given to be appreciated as a narrative strategy to recreate the situations and conditions under which he wrapped an individual or a society in the past. This paper aims to analyze it in two sections: the first one characterizes the postmodernism, specifically to the criticism of modernity; in the second, some of the assumptions of some currents of historiography of the mid-twentieth century, such as Micro-history, the Linguistic Turn in History, the New Historicism and Cultural History are analyzed, in which this problem can be seen from the text and context.

 

Key words: historiography, postmodernism, objectivity, text, context.

 

Introducción.

Los filósofos de la Modernidad plantearon que para alcanzar la Verdad era ineludible la objetividad, por lo tanto, el científico o experto de las ciencias debía despojarse de los ropajes de la subjetividad, de tal suerte que el precepto de la objetividad se volvió un ideal regulativo para cualquier ciencia o disciplina que se pretendiera científica. Esta visión epistemológica heredada de la modernidad fue largamente sostenida desde el siglo XVII, pero a finales del siglo XIX, en las ciencias “duras” se comenzó a dudar de la creencia en un mundo objetivo. Entre 1900 y 1927, científicos como Einstein, Bohr, Planck, Heisemberg, Born, de Broglie, entre otros, fueron los científicos que empezaron a cuestionar las teorías de la física clásica[2]. Desde 1930 la teoría de la relatividad  y la mecánica cuántica pusieron en seria contradicción la búsqueda del conocimiento objetivo, pero no influyeron en la imagen convencional del mundo sino hasta mucho tiempo después[3]. Sin duda, a partir de estas concepciones en la física, la realidad se empezó a complejizar, Edgar Morin afirma que “el desarrollo mismo de la ciencia física, que se ocupaba de revelar el orden impecable del mundo, su determinismo absoluto y perfecto, su obediencia  a una ley única y su constitución de una materia simple y primigenia (el átomo) se ha abierto finalmente a la complejidad de lo real”[4]. Dichas teorías de la física debilitaron en gran medida y poco a poco los paradigmas de la modernidad.

A nivel social, a partir de la Segunda Guerra Mundial se perdió la confianza en la ciencia y la tecnología como productos emancipadores, y son acusadas de posibilitar las grandes atrocidades del siglo XX, como los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Entonces, surgieron algunas corrientes filosóficas denominadas posmodernas que cuestionaron todos los preceptos que la Modernidad había impulsado para la pureza del conocimiento: la verdad, la objetividad, la universalidad y la neutralidad axiológica.

El precepto de la objetividad fue constantemente atacado por el movimiento de la posmodernidad, se cuestionó si las ciencias sociales podían alcanzar la cientificidad, si era posible que alcanzaran la objetividad puesto que la subjetividad acechaba en cada paso que el científico social daba. El método científico ya no era infalible, es más, se cuestionó si las ciencias sociales tenían algún método que compartieran entre sí, o si sus prácticas eran más parecidas a las prácticas esotéricas que a las científicas porque no lograban explicitar la forma en que obtenían su conocimiento[5].

La historiografía, como un quehacer heredero de la Modernidad, estaba sumamente comprometida con sus postulados. Recordemos la frase del historiador alemán decimonónico Leopold von Ranke: “Las hechos tal como sucedieron”. Esta frase tan corta, pero tan abrumadora para los historiadores significaba que ellos tenían la obligación de establecer los hechos objetivamente a través de la revisión metódica y rigurosa de los documentos para que de ellos pudiera aflorar la verdad sobre el pasado.

Este artículo pretende mostrar la forma en que la posmodernidad permeó a la historiografía de mediados del siglo XX, específicamente en la noción de objetividad y contexto histórico. El movimiento posmoderno surgió en la década de los sesenta y atacó de forma contundente los supuestos de la modernidad como la objetividad, la verdad y la universalidad, y con ello se dio pie a que las disciplinas que se consideraban científicas empezaran, no solo a reflexionar, sino a replantear sus principales ideales regulativos. En el caso de la historiografía, se problematizó la noción de objetividad y el contexto histórico dejó de ser considerado como algo dado para ser apreciado como una estrategia narrativa para recrear las situaciones y condiciones en las que estuvo envuelto un individuo o una sociedad en el pasado. Para dar cuenta de lo anterior, se ofrecen dos ejes analíticos: en el primero de ellos, se aborda algunos de los rasgos característicos de la posmodernidad, específicamente la crítica dirigida a la Modernidad; y, en el segundo, se analizan algunos de los supuestos de algunas corrientes de la historiografía de mediados del siglo XX, como la microhistoria, el giro lingüístico historiográfico, el neohistoricismo y la historia cultural, en las cuales se puede observar dicha problemática del texto y contexto. Por supuesto, este acercamiento no tiene la pretensión de ser exhaustivo, por lo tanto habrá algunos historiadores que aunque son identificados como adeptos  a las corrientes historiográficas mencionadas no serán abordados aquí. La elección no es arbitraria, obedece a que solamente algunos teorizaron explícitamente sobre esta problemática del texto y contexto y su relación con la objetividad.

 

La objetividad cuestionada por la posmodernidad

Para comenzar este apartado, habrá que definir qué es el posmodernismo, cuestión bastante difícil. El mismo término posmodernismo es sumamente ambiguo. Más que ser un movimiento de una época en particular en sentido lineal, es una posición de rechazo con respecto a los postulados de la Modernidad, por ello, es un movimiento muy amplio, en el que tienen cabida infinidad de posiciones filosóficas, ideológicas y éticas de los diversos intelectuales y científicos que la postularon. Por su pluralismo ideológico, epistémico, metodológico y ético es difícil clasificar a sus adeptos simplemente como posmodernos, pero en este texto, se clasificarán de esta forma únicamente para fines expositivos sobre las ideas de la posmodernidad que son todas aquellas que rechazan y critican frontalmente las nociones tradicionales de la modernidad, pero por supuesto, que cada uno de los autores que se engloban como posmodernos tienen puntos en los que difieren acerca de las nociones de objetividad, de texto y contexto, pues no es un movimiento homogéneo y unitario.

Al mencionar a la Modernidad, de inmediato se le relaciona con la filosofía de Las Luces o de la Ilustración, movimiento que tenía al progreso por motor de la historia. Esta noción era la principal bandera de la Modernidad, significaba un avance constante y permanente de las sociedades occidentales. El progreso se materializó en los avances tecnológicos y científicos, así que la ciencia, a partir de ese momento, se posicionó como el primordial vehículo de dicho progreso y la principal beneficiaria de la modernidad.

Ahora bien, ¿cuándo termina la Modernidad y comienza la posmodernidad? De entrada, la Modernidad se dice concluida cuando la noción de progreso deja de ser vigente y eficiente, cuando se comienza a cuestionar si los avances científicos y tecnológicos realmente conllevan a una mejoría de la sociedad y la naturaleza[6]. Román Moret propone tres fechas como detonantes de este pensamiento posmoderno, 1945, 1968 y 1989. La primera es la fecha en que termina la Segunda Guerra Mundial, la segunda es una fecha en la que surgieron diferentes movimientos de protesta a nivel mundial, como el movimiento llamado “la primavera de Praga”, o el “mayo del 68” francés, así como el “Otoño Caliente” en Italia y el “movimiento del 68” en México, y la tercera es emblemática, se refiere a la caída del muro de Berlín, en la que oficialmente se dio paso al capitalismo globalizado y terminó la guerra fría[7].

En cuanto al posmodernismo como movimiento intelectual se puede mencionar que surgió en los años setenta en varios ámbitos disciplinarios como la filosofía, la literatura y el arte. Uno de los intelectuales que realizó un diagnóstico sobre la posmodernidad, e incluso acuñó dicho término en su obra La Condición posmoderna fue Jean Francois Lyotard. En esta obra puso de manifiesto que la crisis de la modernidad no solo contemplaba la inviabilidad de un proyecto histórico fundado científicamente en los presupuestos ilustrados de la objetividad y la universalidad, sino la ilegitimidad de los grandes metarrelatos emancipadores y especulativos. Las nociones de verdad, razón, progreso y conocimiento científico perdieron su legitimidad en el devenir social. Por lo tanto, el conocimiento quedaba relegado a una mera perspectiva ideológica; absorto en su propia "vulgaridad". Lyotard señalaba que "una ciencia que no ha encontrado su legitimidad no es una ciencia auténtica, desciende al rango más bajo, el de la ideología o el instrumento del poder, si el discurso que debía legitimarla aparece en sí mismo como referido a un saber precientífico, al mismo título que un vulgar relato"[8]. Consecuentemente, las categorías universales se desmoronaron ante una historia compleja, llena de rupturas, de discontinuidades, en donde ya no era posible  un sentido transcendente de ningún metarrelato.

Para los intelectuales posmodernos la realidad no puede ser conocida, y lo único a lo que se puede tener acceso es al lenguaje. Richard Rorty en su obra El Giro Lingüístico (1967/1990) menciona que hay un quiebre o disolución del punto de referencia moderno del progreso para dar paso a una racionalidad más débil y formal, pero más eficaz desde su conformación técnica, comunicativa e informática. Para él hay una crisis del representacionismo, pues no se puede seguir sosteniendo el principio de correspondencia entre lenguaje y realidad como lo postulaba la modernidad. Por supuesto, con este cambio epistémico se da entrada a la concepción de la realidad como producto cultural, pues el lenguaje no es una entidad preexistente al proceso social de su creación[9] (Rorty, 1990). En Consecuencias del Pragmatismo (1982/1996), este mismo autor plantea que la verdad solamente puede existir por medio de un consenso derivado de las prácticas comunicativas de la sociedad, que son las que dotan de sentido a la realidad[10] (Rorty, 1996). Por lo tanto, la realidad se reduce al lenguaje con el que nombramos las cosas, y por medio del cual las conocemos, así que todo conocimiento es producto del consenso comunicativo.

Con Michel Foucault también se modifica lo que se entendía por lo real. Para él, son tan reales las formaciones discursivas, como las instituciones físicas que formaron parte de ellas. En lugar de hablar de lo real, se debería hablar de realidades. Foucault nunca pensó la objetividad como neutralidad, pues consideraba que esta era una trampa ideológica en las ciencias sociales[11].  A él, le interesaba el análisis de la emergencia que permite que los individuos escapen de “la pretensión de naturalizar los procesos socio-culturales, de la supremacía de un sentido único, de situar el presente en el origen”,[12] en el que la historia genealógica conmueve lo que se pensaba inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido[13].  Para este filósofo, los sujetos son productos históricos de una relación de saber-poder específicos, en los que el poder no se ejerce de arriba hacia abajo, sino a través de las relaciones que se establecen con los demás; es decir, si el poder traspasa cualquier tipo de relación social, ningún saber está desprovisto de poder. De hecho, el poder crea lo real, y es por eso que no puede llegar a concretar la objetividad de las ciencias.    

Para Foucault, la idea de que la historia realizaba investigaciones objetivas de la realidad no era posible, ni tampoco consideraba que la historia se pudiera reconstruir a partir de investigaciones rigurosas, en las que el historiador se encargaría de unir los fragmentos para hacer del pasado algo inteligible, pues esta idea no tomaba en cuenta las contradicciones ni las rupturas y las representaciones, que son tan reales como los hechos. En cambio, postulaba que las sociedades se caracterizan por unas relaciones de poder y unas relaciones de resistencia, las cuales son inmanentes al campo social[14]. Las prácticas son acciones, modos de pensar, de decir, que se configuran en los dispositivos de saber-poder, en otras palabras, “la práctica es un conjunto de conexiones de un punto teórico con otro, y la teoría de un empalme de una práctica con otra”[15].

El lenguaje forma discursos que son efectos de una construcción “que responde a ciertas reglas y a ciertas formas de control, ciertos criterios que legitiman y deslegitiman”[16]. El discurso no puede reducirse a la materialidad, a un libro, éstos suelen referir, a otros discursos, conformado por una red de significaciones, virtualmente infinito que tienen implicaciones cognitivas en los individuos[17]. Para Foucault, la idea de la historia como un gran relato de la modernidad, con un comienzo y un fin, continuo y con sentido, pretende convencer a los individuos de que el progreso será alcanzado por todos. Las estructuras de los discursos históricos no son visiones del mundo, son inconscientes, y en cierto modo, objetivas, pero esas estructuras racionales son históricas pues aparecen, cambian y desaparecen para dar paso a otras estructuras. Las ciencias aspiran a la objetividad, y su legitimidad se refiere a las cosas mismas, a lo real, y el saber es la manera en que el poder se impone, y éste se impone a través de los discursos[18]. La ciencia moderna con sus discursos de la verdad, la universalidad, la objetividad y la neutralidad axiológica eliminó la dimensión de poder que contienen los saberes.               

Sobra decir que este movimiento atacó contundentemente la objetividad problematizando la diferenciación tajante entre nombrar el objeto y el  objeto mismo.  Desde esta perspectiva, el lenguaje es el que crea el mundo, y no el mundo el que crea el lenguaje, por lo tanto se intensificó la desconfianza en los “metarrelatos” y las “metanarrativas” como la historia. A raíz de este movimiento intelectual se fue gestando un nuevo marco socio-histórico que delimitó el quehacer de las disciplinas científicas y humanas de fin de milenio. En general dicho movimiento cuestionó duramente los patrones de inteligibilidad de la modernidad y permitió cambios fundamentales en la estructuración de una nueva realidad social.

Estos debates posmodernos dieron lugar a nuevas formas de hacer y pensar las ciencias sociales, con una actitud crítica y revisionista, así como una posición escéptica en cuanto al conocimiento. Por ejemplo, en la antropología se retoman estas ideas. Una clara herencia del posmodernismo puede verse en la antropología fenomenológica de Clifford Geertz quien quiso ampliar las fronteras intelectuales de la antropología cultural estadounidense, que era poco proclive a entablar diálogos con la filosofía y mucho menos con la literatura[19].  Aunque se antoja desmenuzar a detalle todo el aporte conceptual de este autor, por el momento solamente mencionaré algunos de los conceptos más relevantes de su propuesta, y que son los que retoman algunos historiadores de diferentes corrientes historiográficas como la microhistoria, el neohistoricismo y la historia cultural.

Geertz propuso que la antropología no se fundamentara en modelos de explicación de las ciencias naturales, sino que estuviera más cercana a las ciencias humanas, pues su labor principal no radicaba en la medición, sino en la interpretación. Geertz dice que el hombre está inmerso en una red de significados que ha construido y que la manera de entenderlos no es por medio de la experimentación científica para buscar leyes explicativas, sino por medio de una ciencia interpretativa en busca de significado[20].  Por eso en The interpretation of cultures (1973) formuló la “descripción densa” como una metodología que permitiera al investigador analizar la naturaleza humana a partir de las experiencias inmediatas e individuales de los sujetos. La "descripción densa" es el registro de redes de significación en contextos sociales de interacción simbólica en constante flujo y variación. La teoría queda, por tanto, reducida a una mera translación al lenguaje académico de los resultados de una experiencia investigadora muy pegada a la práctica y al contexto interpretativo específico donde se sitúe dicho trabajo. Por supuesto al darle un peso enorme a la descripción que los sujetos hacen de sí mismos, la subjetividad y el relativismo se asoman de inmediato en esta propuesta, pero esto no era un problema relevante para Geertz, quien asumía un "anti-antirrelativismo", como el rechazo de constantes formales, evolutivas y operativas que, en nombre de una razón sustantiva, sólo suponen la superioridad etnocentrista de la civilización occidental sobre el resto de culturas[21].

En esta propuesta teórica y metodológica de la antropología y del método etnográfico se enfatizaba la observación de pequeños detalles a través de la plena atención al escuchar otras voces con todos los matices que esto implica. En el capítulo de “Juego profundo: notas sobre la riña de gallos en Bali”, Geertz relata el ritual de una pelea de gallos, la cual analizó como un “drama filosófico” que se podía leer como un texto para entender la cultura balinesa. Para Geertz, la práctica de las peleas de gallos era una representación de las preocupaciones sociales por el estatus en la sociedad balinesa, y para entenderla propone realizar una descripción densa, que vaya más allá del nivel superficial de significado a un nivel más profundo de la cultura.

Este concepto de cultura como un texto que se puede leer revolucionó el mundo de las ciencias sociales. Geertz comparó el trabajo de un etnólogo con la actividad lectora en tanto que estas dos actividades tienen en común el propósito de darles significado a los comportamientos humanos[22]. Cada acción y cada comportamiento tienen un sentido designado por la cultura y es el trabajo del etnógrafo y del lector buscar y encontrar estos significados.

Sin embargo, en esta búsqueda de significado hay limitaciones importantes para el antropólogo. Geertz plantea la idea de la distancia en el análisis del significado. Él reconoció que había una relación muy difícil entre el objeto de estudio y el investigador, y argumentó que la distancia que los separaba era precisamente la que posibilitaba el análisis, es decir, que el antropólogo no pretende hacer una lectura objetiva de la cultura, sino entender sus diferencias e interpretar los rasgos esenciales y significativos de ella. Por supuesto, al reconocer que existen diferencias culturales entre el antropólogo y el nativo, muestra que todo conocimiento es local, y que éste es posible a partir de los análisis pequeños y limitados de la cultura. Geertz propone que todo conocimiento es producido en un contexto local y cultural, determinado históricamente. Una de las cuestiones importantes de la propuesta de Geertz era que las acciones de los sujetos solamente podían ser explicadas en su propio contexto y con sus propias categorías conceptuales y no con teorías ajenas y conceptos que la gente del pasado nunca concibió.

Por otra parte, en la filosofía de la historia esta postura posmoderna tendrá un revuelo importante a partir de la obra Metahistory: the historical imagination in nineteenth-century Europe (1973), de Hayden White, quien postuló una epistemología narrativista de la historiografía en la que puso en duda que la investigación historiográfica produjera conocimiento objetivo. Para él, las teorías historiográficas no son verdaderas en ningún sentido, pues pertenecen a la retórica y las clasificó en cuatro categorías de los discursos históricos decimonónicos: la metáfora, la sinécdoque, la metonimia y la ironía, todas ellas tienen una forma de “verdad poética” en la que el historiador realiza una reconstrucción imaginativa del pasado, que es “pre-cognitiva” y “pre-crítica”, es decir, que se enfrenta al registro histórico factual  no como un mero receptor pasivo, sino como portador de un conjunto de preconcepciones implícitas sobre la naturaleza y el sentido de la historia humana, y en consecuencia, lo que el historiador hace no es simplemente registrar y calcar los hechos y sus conexiones causales, sino organizarlos conceptual y significativamente en función de y mediante esas preconcepciones. Por lo tanto, las explicaciones históricas no derivan de los hechos mismos, sino de la incorporación de esos hechos a un patrón previo de representación o dispositivos lingüísticos para llevar a cabo la investigación y dar a conocer los resultados de ésta[23].

En la postura de White, la narrativa historiográfica usualmente consiste en una secuencia de enunciados temporalmente ordenados que no se corresponden en ningún sentido con la realidad, de tal forma que las narraciones historiográficas portan un estatus de creaciones imaginarias que los historiadores realizan. La causación que presentan los historiadores no es más que una organización de cadenas causales que van del pasado al presente[24]. En pocas palabras, no hay nada exterior al texto que permita establecer una relación de correspondencia, sino solamente una construcción narrativa coherente que realiza el historiador.

En estas posturas epistémicas es evidente que los grandes relatos historiográficos modernos van dejando de tener sentido, y a partir de este momento, la historia padece un cuestionamiento constante y una profunda crisis de comprensión del mundo como producto de la razón. Con estas premisas, la escritura de la historia, obviamente, no podía seguir siendo lo que había sido hasta ese momento, pues quedaron al descubierto los sesgos culturales e ideológicos, disfrazados de racionalidad y progreso, que permitían a los grandes relatos modernos un deliberado sometimiento de diversas culturas, grupos e individuos, arbitrariamente arrancados de sus núcleos argumentales esenciales[25]. En conclusión, dichas posturas de los intelectuales referidas asumen un verdadero quiebre de los principios de realidad y objetividad en el trabajo de los científicos sociales. Enseguida daremos cuenta de la situación de la historia. 

 

El sueño de la objetividad: posmodernidad e historiografía

Desde el siglo XIX y hasta la mitad del siglo XX, los historiadores tuvieron como objetivo defender que la historia podía obtener conocimiento objetivo de la realidad pasada. Sin embargo, la frase del historiador alemán Leopold von Ranke “los hechos tal como sucedieron” pronto fue cada vez más difícil de sostener por los historiadores, pero no fue hasta después de la segunda mitad del siglo XX que la noción de objetividad en la historia fue cuestionada duramente por diferentes intelectuales posmodernos que provenían de diferentes campos disciplinarios como la filosofía y la crítica literaria como vimos en el apartado anterior. Las principales críticas eran dirigidas hacia las pretensiones de cientificidad y de objetividad de las investigaciones históricas. Por supuesto, una de las nociones más cuestionadas fue el contexto, como una referencia a la objetividad, a lo que se encuentra afuera del texto, entendido tradicionalmente como los datos más relevantes de una época determinada, “construido a partir de un conocimiento histórico anterior, y se asume que éste representa en lo posible la realidad pasada o, por lo menos, que resuma el conocimiento más actualizado en torno al pasado”[26].   

No obstante que los científicos sociales realizaron ataques constantes a los historiadores, éstos se han empeñado en defender el estatuto científico de su quehacer. Desde Marc Bloch, quien consideraba que la “historia era un quehacer sistemáticamente elaborado”, luego las corrientes seriales y cuantitativas pretendieron establecer la cientificidad por medio de la aplicación de modelos matemáticos sumamente sofisticados a los datos proporcionados por los documentos. Pero esta defensa de la cientificidad y la objetividad pronto quedó como una ilusión al ser sacudidas por las ideas de las corrientes de pensamiento que se expusieron anteriormente, a saber: el posmodernismo, el giro lingüístico y el giro antropológico.

Ante tales controversias, los historiadores siguieron realizando su quehacer, algunos sin hacer el menor caso a las discusiones posmodernas, otros debatiendo con los llamados “posmodernos”, y otros incorporando a su quehacer historiográfico dichas posiciones epistémicas. Así, en algún sentido, se pueden mencionar varias corrientes historiográficas que incorporaron ciertas discusiones posmodernas como: “la nueva historia cultural”, la microhistoria italiana, el neohistoricismo y el giro lingüístico en la historiografía.

Como ya se indicó, la influencia de la propuesta epistemológica de la antropología fenomenológica de Geertz tiene mucho que ver con las ideas posmodernas, aunque por supuesto, con algunas diferencias, pues incluso, Geertz se dice anti-antirelativista, lo que quiere decir que se ubica en un punto medio entre las posturas que consideran que no es posible la objetividad y los que consideran que aunque es difícil, no es imposible llegar a dicho ideal regulativo.

 La influencia de las ideas de Geertz es muy clara cuando se analizan algunas aportaciones de la microhistoria italiana, la historia cultural y el neohistoricismo. Aquí es posible admitir que esta nueva historiografía es heredera, en parte, de una intensa reflexión teórica y de un permanente diálogo con otras disciplinas como la sociología, la antropología y la lingüística, que fueron pioneras en cuestionar los viejos paradigmas modernos en las ciencias sociales. Estas corrientes historiográficas van introduciendo poco a poco el relativismo y la ruptura, y van desplazando la objetividad, la continuidad y la necesidad en la historia.

Estos síntomas pueden percibirse en la microhistoria italiana, la cual  tiene sus más destacadas figuras en Carlo Ginzburg y Giovanni Levi. Como éste último señala, “la microhistoria es por esencia una práctica historiográfica, mientras que sus referencias teóricas son múltiples y, en cierto sentido, eclécticas"[27].

Tanto Geertz como los microhistoriadores consideran que el contexto en el que se desarrolla la cultura es muy importante para desvelar tramas simbólicas de los seres humanos en el pasado. Los microhistoriadores proponen que la cultura puede ser accesible a través de la pista, del indicio y las huellas, y para lograr dicho acceso plantean una reducción de la escala de observación, esto es, la situación particular que tras su intensa indagación revela lo que puede ser útil para alcanzar generalizaciones que ayuden a esclarecer una explicación histórica. Este método interpretativo del que habla Ginzburg está “basado en lo secundario, en los datos marginales considerados reveladores. Así, los detalles que habitualmente se consideran poco importantes, o sencillamente triviales, “bajos”, pueden proporcionar la clave para tener acceso a las más elevadas realizaciones del “espíritu humano”[28]. Para Ginzburg y Geertz hay una relación ineludible entre la realidad y los signos, huellas o indicios que percibimos de ella, es decir que la naturaleza del conocimiento del pasado es de carácter semiótico e interpretativo al que se puede acceder, con dificultad, a través de los restos que ese pasado ha dejado, y que forman parte del contexto que ha sido codificado.

Para el planteo anterior es muy importante el contexto que ya no se percibe como estructura social dada, sino un concepto que implica no sólo la identificación de un conjunto de cosas que comparten ciertas características, sino que también puede operar en el plano de la analogía, es decir, en el ámbito donde hay similitud entre cosas que pueden ser muy diversas, o entre las relaciones que las vinculan[29]. El contexto no se refiere al que se comparte con los contemporáneos, sino el que se comparte con los individuos del pasado, por lo tanto, el concepto de cultura es cambiante, inestable y construido constantemente en un contexto especifico. 

Con todos estos ingredientes conceptuales y teóricos de la antropología, los microhistoriadores elaboraron sus obras. En el caso de Levi La herencia inmaterial (1985), la historia de un exorcista piamontés Giovan Battista Chiesa del siglo XVII, al que acudían los miembros de la comunidad campesina para realizar actos sobrenaturales. En esta obra considera que, más allá de la historia del individuo, en la comunidad campesina los sistemas de compraventa de tierras y los precios no respondían a las leyes impersonales y supuestamente fijadas del mercado, sino a las relaciones de parentescos establecidas entre sus miembros[30]. En el de Carlo Ginzburg, en El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI (1976)“en algunos estudios biográficos se ha demostrado que en un individuo común, carente en sí de relieve y por ello representativo, pueden escrutarse, como en un microcosmos, las características de todo un sistema social en un determinado período histórico, ya sea la nobleza austríaca o el bajo clero inglés del siglo XVII”[31]. En dichas obras, los autores ofrecen una argumentación que no se basa en la objetividad pura del conocimiento histórico, sino en sus limitaciones y posibilidades. La noción de integración para Carlo Ginzburg es precisamente la reconstrucción de la relación entre las vidas individuales y los contextos en los que se llevan a cabo como en el caso de Mennochio. De acuerdo con Arnold Davidson, la relación entre el individuo y su contexto constituye el núcleo del problema de la integración, en el que al menos se pueden detectar tres dimensiones: la epistemológica, la historiográfica y la literaria. En la dimensión epistemológica, Ginzburg  reconstruye la racionalidad de la época y el lugar en el que habitó el molinero para integrarlo a su contexto, pues aunque es un caso excepcional, no era un individuo desligado de dicho contexto, en la dimensión historiográfica, lo importante es la reconstrucción de pruebas, la decodificación de ellas, tanto de la perspectiva individual como de las derivadas de su contexto cultural para llegar a la integración de todo este material y dar paso a la tercera dimensión que es la literaria en la que el historiador debe considerar las pretensiones cognitivas de su narración en los lectores[32]. En cada una de tales dimensiones Ginzburg trata de lograr la integración de Menocchio con su contexto que le da sentido a las acciones e ideas del molinero.   

La noción de contexto se forma con la observación de lo local en contraposición de las visiones globales de la historiografía, pero no se quedó en lo local, sino que consideró una retroalimentación de lo local con lo global. En este sentido, la microhistoria colocó a los sujetos anónimos dentro del contexto al que pertenecieron, pero con el que mantuvieron una tensión constante por no compartir las mismas tramas simbólicas culturales. Esto, por supuesto, desencadenó una renovación de las técnicas expositivas del relato. La dimensión literaria explicitada por Ginzburg ha llevado a autores como Josep Fontana, entre otros, a clasificar a este tipo de historiografía, carente de visiones globales de la realidad, dentro del género histórico-literario, e incluso la cataloga como una historiografía posmoderna. Fontana dice al respecto: “Lo que tendríamos con este tipo de retorno a la narración sería, simplemente, una historia que vuelve a ser, como en un pasado que creíamos superado, un simple cuento a narrar”[33]. Esta afirmación de Fontana, suena interesante, pero no se trata de un “retorno a lo anterior”, no es una vuelta a la mera narración, sino una revaloración de la forma de argumentación del historiador. Por supuesto, esta historiografía puede compartir ciertos supuestos con las posturas posmodernas, pero no ser necesariamente posmodernos -en el sentido radical del término- solo por reconocer la importancia del relato en la historiografía. Hasta cierto punto los microhistoriadores, aunque seguían algunas de las ideas de Geertz, no lo hacían al pie de la letra. Ellos estaban en desacuerdo con el relativismo y escepticismo radical, es por ello que enunciaron una historiografía que estuviera en un punto intermedio entre dichas nociones, por ejemplo Ginzburg consideraba que estas nociones llevadas al extremo liquidarían la labor historiográfica.

No solamente entre los microhistoriadores se pueden detectar planteamientos que cuestionaron las nociones epistémicas de la modernidad, también se desataron discusiones entre otros historiadores de otras corrientes historiográficas, tal es el conocido debate que se dio a raíz de que en 1979 Lawrence Stone publicó un ensayo titulado “El retorno de la narrativa. Reflexiones acerca de una nueva y vieja historia” en la revista Past and Present, en este ensayo criticaba el rumbo que la historiografía había tomado en esos años. Stone advierte que en los últimos años la historia se ha distanciado de las ciencias sociales para dar mayor realce  a la historiografía narrativa que se esforzaba por tener en cuenta los aspectos subjetivos de la experiencia humana[34]. En un artículo posterior “History and Posmodernism” (1991) Stone discutía sobre el presente de la historiografía evaluando principalmente sus rendimientos y riesgos. Para él, la historiografía de esos días estaba pasando por una profunda crisis que provenía de las colaboraciones e intercambios con otras disciplinas, se refería específicamente a la lingüística, que sostenía que nada había fuera del texto, a la antropología cultural o simbólica que sostenía que lo real era tan imaginado como lo propiamente imaginario, y al neohistoricismo que trataba a las distintas practicas, ya sean sociales, políticas o institucionales como meros discursos[35]. Atacaba de forma directa a la historiografía posmoderna y a la historiografía con influencia antropológica por haber caído en posiciones radicales sin analizar las consecuencias que traerían sobre la disciplina histórica.

En respuesta a las críticas de Stone, el historiador Patrick Joyce, de filiación posmoderna, dio réplica, considerando que las discusiones posmodernas que se habían dado en otras disciplinas habían sido prácticamente ignoradas por la mayoría de los historiadores, y consideraba que no habría que rechazar tales discusiones, sino extraer y asumir sus enseñanzas[36].

Estas enseñanzas posmodernas fueron apropiadas por varias corrientes desarrolladas principalmente en los Estados Unidos y en Francia[37]. Una de estas corrientes fue el New Historicism (Neohistoricismo) también llamado Representation School que surgió en los Estados Unidos en la década de los setenta en contraposición al movimiento del American New Criticism. El American New Criticism estuvo representado por I. A. Richards, John Crowe Ransom y Cleanth Brooks, quienes afirmaban que en el texto estaba auto-contenido su significado, sin darle importancia al contexto en que se construyó, ni tampoco a las intenciones y significaciones que le otorgan tanto el autor como el lector. En cambio, el New Historicism representado principalmente por Stephen Greenblatt, Catherine Gallagher, Louis Adrian Montrose y Walter Benn Michaels, surgió como una respuesta a los vacíos de dicha teoría literaria, y mencionan que significaba “una impaciencia con el American New Criticism, una desestabilización de las normas y procedimientos establecidos, una mezcla de disenso y de inquieta curiosidad”[38].  Estos académicos repudiaron el formalismo y la inmanencia del texto como principales postulados del American New Criticism, y lo hicieron patente con la creación en 1983 de la revista Representations que tenía como finalidad la formalización de un espacio en el que se discutiera la relación entre la realidad y la ficción, en la que se recuperara el valor de la literatura como fuente del conocimiento histórico y como práctica interpretativa de la realidad. Además plantean la eliminación de la dicotomía entre texto y contexto, y entre la literatura y otras formas culturales[39].  

Uno de los conceptos más relevantes de esta propuesta historiográfica es el concepto de representación. Stephen Greenblath y Catherine Gallagher en Practicing New Historicism, definen este concepto como intercambios o negociaciones entre la sociedad y el texto, de tal forma que la cultura es entendida como la suma de negociación, intercambio y circulación[40]. Esta idea de representación no es estática, sino que se desprende de la influencia mutua entre el texto como mediador de la cultura y la forma en la que la cultura permea la escritura de un texto. Por ello, no hay una teoría de unidad y coherencia del texto, ni hay solamente una única posibilidad de llegar a un solo significado, sino a varias posibilidades interpretativas. Ahora bien, para ellos era sumamente importante el contexto en el que se escribieron los textos, pues es un elemento en la interpretación del significado en la estética de la recepción.

Para ellos, las interpretaciones de los hechos son heterogéneas, por lo tanto, desde esta perspectiva, el conocimiento histórico es fragmentario, contradictorio y complejo. Tanto en el texto como en el contexto se busca lo fragmentario y lo contradictorio, las maneras en que un texto representa la complejidad de lo real. De tal suerte que, según esta perspectiva, los historiadores no pueden acceder a la realidad sino únicamente a representaciones sobre ella. Siendo así, no es sorprendente que en la historiografía existan diferentes versiones sobre los hechos pasados que los historiadores investigan, y por lo tanto, aquí la objetividad no tiene cabida, puesto que, aunque el texto y el contexto interactúan, el texto es el que jerarquiza la relación entre ellos. En estas ideas neohistoricistas, hay algunas reminiscencias de Geertz que ellos llaman the touch of the real, porque usa las herramientas de la literatura para interpretar la cultura, así como el lector decodifica e interpreta una ficción, el etnólogo tiene que leer las representaciones de la cultura, pero, en ninguno de los dos casos se accede a lo real, sino solo a sus representaciones, es decir, que el investigador interpreta las redes de significación que le dan sentido a un texto dentro de la cultura[41].

En el neohistoricismo tiene tanta importancia la idea de representación que Vincent P. Pecora lo critica mencionando que la “ ‘representación’ ha llegado a ser una palabra código para negar la existencia de cualquier tipo de distinción entre el no-significante ‘real’ y algún campo de producción cultural que ‘refleja’ o lo refleja”. Además, explica que para esta perspectiva, “todo es ‘representación’, la acción ‘real’ siempre se encuentra en la representación”[42]. Al igual que Pecora, Roger Chartier critica esta posición sobre la representación, pues afirma que los neohistoricistas no entendieron correctamente la relación recíproca entre las prácticas y las representaciones, puesto que “las transacciones entre las obras y el mundo social no consisten únicamente en la apropiación estética y simbólica de objetos comunes, lenguajes y prácticas rituales o cotidianas”, sino que “conciernen fundamentalmente a las relaciones múltiples, móviles, inestables, anudadas entre el texto y sus materialidades, entre la obra y sus inscripciones”[43].  A diferencia de los neohistoricistas que suponen a la representación como algo estable, Chartier menciona que su componente esencial es la inestabilidad y la variación en la construcción de significado, pues el proceso de publicación de un texto es colectivo, e implica a numerosos autores, por lo tanto, no hay una separación tajante entre la materialidad del texto y la textualidad del libro[44].

Tanto los neohistoricistas como los historiadores culturales retoman la idea de la distancia de Geertz en la que el antropólogo observa al nativo para poder establecer una comunicación con sus antecesores. La idea de conocimiento local de Geertz es retomado por las dos perspectivas historiográficas para plantear que todo conocimiento se produce en un contexto local, determinado históricamente. Esto quiere decir que no existe un conocimiento fuera del contexto cultural, que es construido, y por eso, puede ser contradictorio. Por tanto, la validez de este conocimiento no depende de los cánones occidentales universalizantes sino de las construcciones culturales locales.

            Ahora bien, no sólo Geertz ha influenciado cambios epistemológicos en las corrientes historiográficas, sino también el filósofo francés Michel Foucault, específicamente sus ideas sobre el poder y su influencia en la generación del conocimiento. En cuanto a la influencia de este autor en los neohistoricistas y en los historiadores culturales como Natalie Zamon Davis, Robert Darnton, Lynn Hunt, Gabrielle S. Spiegel y Roger Chartier, se puede mencionar el efecto que tuvo para ellos la idea de las counter histories (contra-historias) que son “discursos de los que no poseen la gloria, o –habiéndola perdido- se encuentran ahora en la oscuridad y en el silencio”. Esto significa que los historiadores darían voz a los que la historiografía había desatendido en el pasado. Foucault buscaba lo singular que fragmentara las continuidades de los grandes relatos. Este filósofo planteaba que el relato histórico era parte de la historia, no era su crónica ni su descripción, es un operador del poder, por lo tanto, solo las contra-historias pueden darle voz a los desprotegidos, que aunque también están controladas por el poder, ya sea por sujeción o exclusión, representan la forma no oficial de la historia. Los grandes relatos ordenan el conocimiento del pasado, pero dejan de lado las voces disidentes, las que no coinciden con este ordenamiento, [45] así que a través de la escritura anecdótica pueden aflorar las voces disidentes y las oficiales pues son interdependientes.

            El trabajo de los neohistoricistas  y de los historiadores culturales ha intentado por medio de los textos conocer una compleja realidad de su contexto, muchas veces viendo las evidentes relaciones del poder en estas representaciones y dando voz a los que no aparecen en los grandes relatos. Estos grandes relatos no son escrituras aisladas sino que son discursos que están inmersos en relaciones de poder específicos de un contexto social y cultural que les da sentido.

Los neohistoricistas retoman de Foucault las ideas de poder y dice Alan Liu que el “Poder, especialmente en los estudios renacentistas, designa la negociación entre la autoridad personal, social y literaria que permite una singular regulación de la cultura. Pero, este estado regulado está lejos de ser monolítico, ya que en cada nivel se distingue por su dinamismo interno – un auto-involucramiento, un conflicto interno de la acción de poder”[46].

Greenblatt en sus trabajos de investigación, Renaissance Self-Fashioning (1980), Shakespearean Negotiations (1988) y Will in the World (2004), analiza la representación de las relaciones de poder en el periodo Renacentista inglés a través de las obras de William Shakespeare. Para explicar las relaciones de poder entre el texto y el contexto, Greenblatt introdujo la noción de social energy en la que plantea que hay algo que contiene un texto que se transmite hacia los individuos del presente (texto vivo). Es decir, que el texto es capaz de comunicar al lector algo vivo a través de la energía social. En este punto coinciden Greenblatt y el historiador cultural Robert Darnton quien afirma que comenzó sus estudios por la curiosidad de escuchar a los muertos. Darnton en Edición y subversión dice que quiere escuchar a sus sujetos. “En primer lugar diré que la reconstrucción de mundos pasados es una de las tareas más importantes del historiador. Y la emprende no por un extraño afán de rescatar archivos u de hojear viejos escritos, sino porque quiere hablar con los muertos. Preguntando a los documentos y escuchando sus respuestas, puede estudiar las almas de los muertos y evaluar las sociedades en que vivieron”[47]. Darnton en The Great Cat Massacre and other Episodes in French Cultural History (1982) propone estudiar la cultura del Antiguo Régimen en la Francia del siglo XVIII desde la óptica de las clases populares para mostrar las tradiciones y costumbres que fueron heredadas desde la Edad Media, interpretándolas con un punto de vista antropológico. En esta obra Darnton retoma la idea de Foucault con respecto a la distancia para poder comprender las formaciones discursivas, en las que los relatos anecdóticos como “Al que regresar de un trabajo de campo le parece obvio que la otra gente es distinta. Los otros no piensan como nosotros…Cuando no podemos comprender un proverbio, un chiste, un rito o un poema, estamos detrás de la pista de algo importante. Al examinar un documento en sus partes más oscuras, podemos descubrir un extraño sistema de significados”[48].

La distancia temporal y cultural de nuestros objetos de estudio nos permite ver lo que les era natural y cotidiano. Esto es parecido a lo que ya señalamos en párrafos arriba sobre la idea de la distancia de Geertz, quien la plantea como un método que posibilita el análisis etnográfico. También Chartier menciona este concepto “la inteligibilidad del acontecimiento supone, en cambio, una distancia respecto de la conciencia que de él tenían sus actores”[49]. Es sólo con la distancia que se pueden apreciar las diferencias entre un contexto del pasado y el contexto actual, viendo como construcción cultural lo que los actores históricos vieron como natural.

Con estas afirmaciones quieren decir que los historiadores pueden investigar una época del pasado a través de lo que es inventado. Es otras palabras, puede ser que lo inventado nos comunique algo de la vida real de las personas que vivieron en el pasado. Greenblatt llama a esta posibilidad una simulación, y menciona que el proceso de escuchar a los muertos también involucra al receptor, pues sólo a través de ellos es que el historiador puede llegar a los muertos siguiendo sus rastros textuales[50]. Greenblatt plantea que la obra comunica algo vital, las emociones que suscita en el lector o receptor.

Antes, se explicaba esta literatura como universal, representando emociones o experiencias comunes a todos los hombres, ahora, Greenblatt modifica esta distinción argumentando que no hay literatura universal elaborada sin conexión con un contexto particular y sin motivaciones específicas, fuera de las restricciones del tiempo y el espacio. En lugar de ver al texto como una creación fija en un momento, hecha por un gran genio, se tiene que ver el texto como producto de negociaciones entre el espacio cultural y el medio artístico (contexto). Considera que “Ningún individuo, ni el más brillante, parecía completo en sí mismo –mis estudios de la auto-construcción en el Renacimiento me habían convencido de eso– y las visiones isabelinas y jacobinas de unidad escondida parecían ansiosos intentos retóricos de ocultar grietas, conflictos y confusiones”[51]. Esto no quiere decir que Greenblatt no creyera que Shakespeare era el autor de los textos atribuidos a él, o que no le importara la pregunta sobre su autoría, sino que significa un cambio en el enfoque del estudio literario. Significa un retorno al texto como centralidad del estudio literario, pero, en contra del enfoque textual inmanente del American New Criticism, este nuevo retorno al texto proclama que el texto es el que interactúa con el contexto, no el autor. El texto no es el producto de la confrontación entre autor y sociedad, como antes sostenía Greenblatt, sino que el texto mismo confronta la sociedad.

En cuanto a la historia cultural de corte francés, Roger Chartier ha sido uno de los historiadores de la escuela de los Annales que más decididamente asumió el desafío y los retos de la postura posmoderna. En su libro El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación (1989) consideró “que no hay práctica ni estructura que no sea producida por las representaciones, contradictorias y enfrentadas, por las cuales los individuos y los grupos dan sentido al mundo que les es propio”.[52] Además propuso la concepción de lo social como un proceso complejo y cambiante de dotación de sentido. El concepto de cultura lo define como un conjunto inestable de valores que, en sus intercambios cotidianos, generan los márgenes reales de posibilidad de la acción social. Lo cultural se presenta, no ya como mero reflejo de una realidad social autónoma y estable, sino como espacio de tensiones y contradicciones sociales en continua negociación integradora[53].

Sostiene que la historia está encaminada hacia los procedimientos de la producción de significado en la que los textos son mediadores discursivos de las prácticas sociales, es decir, los textos no tienen un sentido estable, universal y fijo, sino que contienen significaciones plurales y móviles que “organizan y singularizan la distribución de poder, la organización de la sociedad o la economía de la personalidad”[54]. Esta historia privilegia, el análisis del discurso por encima de las cuestiones externas de un mundo social material. En otras palabras, las sociedades no son estructuras rígidas sino un conjunto que engloba a diferentes grupos humanos en los que es importante considerar el género, la profesión, la clase social, la edad, la educación, las costumbres religiosas, etc. para entender las representaciones que ellos mismos hacen de su mundo, capaces de crear y recrear sentidos y significados diversos y de establecer distintos tipos de relaciones sociales[55]. En palabras de Chartier:

 

En primer lugar, el trabajo de clasificación y de desglose que produce las configuraciones intelectuales múltiples por las cuales la realidad está contradictoriamente construida por los distintos grupos que componen una sociedad; en segundo, las prácticas que tienden a hacer reconocer una identidad social, a exhibir una manera propia de ser en el mundo, significar en forma simbólica un estatus y un rango; tercero, las formas institucionalizadas y objetivadas gracias a las cuales los “representantes” marcan en forma visible y perpetua la existencia del grupo, de la comunidad o de la clase[56].

 

Estas operaciones de construcción de sentido obligaba al historiador a reconocer una doble realidad: por un lado, el hecho de que todas las ideas son generadas por hombres de carne y hueso, así que se vuelve necesario estudiar las prácticas que las producen; por el otro, que las categorías y conceptos consideradas como invariables deben construirse en la discontinuidad de las trayectorias históricas[57]. En suma, era necesario considerar los discursos, “en sus dispositivos mismos, sus articulaciones retóricas o narrativas, sus estrategias persuasivas o demostrativas”, en su discontinuidad y discordancia para comprenderlos inscritos en sus lugares de producción y condiciones de posibilidad, relacionada con los principios de regularidad que la ordenan y la controlan, e interrogando en sus modos de acreditación y de veracidad[58].           

Al igual que Chartier, la historiadora estadounidense Gabrielle Spiegel contribuyó a la discusión de la problemática del texto y contexto. Esta historiadora utilizó el aparato conceptual y metodológico del giro lingüístico en sus investigaciones sobre la historiografía medieval. En su obra The cronicle tradition of Saint Denis: a survey (1978). En dicha obra investiga la historiografía que se produce en la abadía de Saint Denis para analizar la interacción entre el culto del santo y el desarrollo de la monarquía capeta. Spiegel con su revisión documental plantea que las crónicas revelaban una clara ideología en el que la abadía se convirtió en guardián de la memoria y la presencia real, puesto que el culto del mártir de París fue utilizado por la monarquía para crear la identidad nacional francesa[59]. En otra de sus obras, The past as text. The theory and practice of medieval historiography (1997), propone que en la Edad Media los textos de varios autores eran de tipo propagandista para legitimar sus intereses políticos y que no estaban tan preocupados por contar lo que realmente había sucedido. En este estudio reconoce que la historia es un género narrativo en el que el lenguaje tiene una importancia mayúscula en la representación del pasado, puesto que el historiador no se acerca al pasado de manera directa sino a través de los discursos[60].

Esta historiadora utiliza el concepto de “lógica social del texto” para plantear la problemática entre el texto y el contexto. La idea es que el historiador pueda establecer el contexto social en el que se produce el texto para relacionarlo con el mensaje que se transmite en dicho texto. Estas ideas pueden resumirse en la siguiente cita que ofrece la autora en esta misma obra “El texto literario, o el reconocido como tal, es un objeto dado, pero abierto a múltiples lecturas e interpretaciones. Pero el contexto histórico no existe por sí mismo, sino construido por el historiador antes del trabajo interpretativo de producción de significado”[61].               

A partir de todas estas corrientes historiográficas se problematiza la relación entre la ficción y la realidad, descripción y representación, en la que la representación no es un reflejo, lo cual implica que es una construcción que realiza el historiador en la que el texto mismo es realidad. Para estas perspectivas mencionadas a lo largo del artículo, existen múltiples realidades al mismo tiempo, realidades físicas y discursivas, complementarias y contradictorias, contingentes en la lectura y apropiación que se hace de ellas. Con estas ideas, el concepto consolador de “la verdad” y “lo real” se pierde, para bien o para mal, se problematiza la noción del contexto como una estructura dada para dar paso a la construcción del contexto por parte de todos los involucrados en los acontecimientos y del mismo historiador. Se hace evidente la relatividad posmoderna, La objetividad es un sueño, pero sin ese sueño la empresa historiográfica no tendría sentido.

Este debate dejó al descubierto dos consideraciones: por un lado, que la historia no puede considerarse como una disciplina cerrada, sino como una disciplina traspasada e influenciada por distintas disciplinas; y, por el otro, que dentro de la misma disciplina hay diferentes puntos de vista acerca de la naturaleza del conocimiento histórico. E incluso dentro de una misma subdisciplina como la historia social, la cultural, o la microhistoria hay varias posiciones teóricas diferentes. Por eso, Dosse le llamaría historia en migajas.

 

Conclusiones

A lo largo del siglo XX diversas corrientes historiográficas han realizado intentos de llevar a cabo investigaciones sumamente rigurosas que les permitan alcanzar la objetividad, sin embargo, por una u otra razón, sus sueños han quedado truncos. Por ejemplo, el modelo braudeliano pretendió escudarse en las estructuras como garantía de objetividad, de igual manera, las corrientes seriales y cuantitativas pretendieron que el número permitiría validar científicamente lo histórico, pero nuevamente el genio maligno los engañó: la cuantificación no es sinónimo de objetividad.

A la distancia que representa el posmodernismo, podemos mencionar que en este momento los historiadores han incorporado las discusiones de los posmodernos, pero siguen sosteniendo que es posible obtener cierto grado de objetividad.

En el caso de las corrientes historiográficas como la microhistoria, la nueva historia cultural, el neohistoricismo y el giro lingüístico, es claro, que cada una de ellas acepta, en mayor o menor grado, que la objetividad es probable, pero muy difícil de alcanzar. Podemos mencionar que los microhistoriadores son los más reacios a aceptar que no hay objetividad en la historia, las demás corrientes asumen tácitamente que no hay forma de alcanzarla. Esto es de llamar la atención pues una cosa es que el relativismo y escepticismo sea postulado desde fuera de la disciplina, ya sea por filósofos o críticos literarios, pero otra cuando estos son asumidos por los propios historiadores. Entre estas discusiones entre los propios historiadores con posiciones diferentes respecto al conocimiento histórico podemos mencionar el debate entre Carlo Ginzburg y Hayden White, o el de Robert Darnton y Roger Chartier, Lawrence Stone y Patrick Joyce, entre otros. En este debate los historiadores se acercaron a otros científicos sociales para discutir o incluir sus herramientas teóricas, conceptuales y metodológicas, por ejemplo de la antropología de Cliffort Geertz, o de las teorías lingüísticas para fundamentar sus posiciones epistémicas acerca de la historia y de su labor historiográfica.

En las diversas corrientes historiográficas mencionadas, varias ideas de los intelectuales posmodernos han tenido un fuerte impacto en sus investigaciones, ideas como la centralidad del texto en un estudio de significado (en vez de la antigua clasificación según el autor), la otredad de los objetos de estudio y la distancia para comprender mejor estos objetos, la idea de representaciones como realidades y la naturaleza múltiple y contradictoria de éstas.

A pesar de que la posmodernidad pretendió desterrar la noción de la objetividad de toda la investigación científica, lo cierto es que la objetividad sigue siendo un sueño que se quiere alcanzar en diversas disciplinas. La noción de texto y contexto que ha sido considerada como un artificio o como una ilusión metodológica sigue siendo problematizada, sin que se renuncie a la pretensión de lograr cada vez mejores interpretaciones historiográficas. En pocas palabras, mientras que para los historiadores de filiación posmoderna la objetividad es una trampa, para otros historiadores sigue siendo un sueño posible.

 



[1] Licenciada en Historia y Doctora en Filosofía, Universidad de Guanajuato. Profesora Titular “A” del Departamento de Historia. División de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guanajuato. Correo electrónico:gracevd@gmail.com.  

Últimas publicaciones: “Voces ausentes y presentes. Testimonio y representación en la historia oral”. Aceptado para su publicación en la Revista Historia y Grafía (julio-diciembre 2014) de la Universidad Iberoamericana, México.

“Matrimonio y mestizaje en la Ciudad de Guanajuato en 1778. Una aproximación a su estructura socio-demográfica”. Aceptado para su publicación en la Revista Tzintzun (junio-diciembre 2014) de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México.

[2] Díaz Escoto, Alma Silvia: “Física e historia en el siglo XXI encuentros y desencuentros” en Ciencias, 101, enero-marzo (2011), p. 48.

[3] Glasersfeld von, Ernst; “Despedida de la objetividad” en Watzlawick, Paul y Peter Krieg (Comps): El ojo del observador, Barcelona, Gedisa, 1994. p. 27.

[4] Morin, Edgar: Introducción al pensamiento complejo,  Barcelona, Gedisa, 2007, p. 32-33.

[5]Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Chamboredon y Jean Claude Passeron: El oficio del sociólogo. Buenos Aires, Siglo XXI, 1975, p.26.

[6] Moret, Román: “La posmodernidad: intento de aproximación desde la historia del pensamiento” en Bajo Palabra. Revista de Filosofía, II Época, No. 7 (2012), pp. 339-348.

[7] Ibidem, p. 341.

[8] Lyotard, Jean Francois:  La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Madrid, Cátedra, 2004, p. 74.

[9] Rorty, Richard: El giro linguistico, Barcelona, Paidós, 1990.

[10] Rorty, Richard: Consecuencias del pragmatismo,  Madrid, Tecnos, 1996.

[11] Márquez Estrada, José Wilson: “La problematización del poder en Michel Foucault” en Revista Circulo de Humanidades, No. 28, noviembre (2007), pp. 100-115.

[12] Foucault, Michel: Microfísica del poder. Madrid, La Piqueta, 1993, p. 16.

[13] Ibidem, p. 13.

[14] Márquez Estrada, José Wilson: “La problematización del poder en Michel Foucault”, p. 12.

[15] Foucault, Michel: Microfísica del poder, p. 79.

[16] Botticelli, Sebastian: “Prácticas discursivas. El abordaje del discurso en el pensamiento de Michel Foucault”, en Instantes y Azares. Escrituras Nitzcheanas, 9 (2011), p. 116.

[17] Idem.

[18] Hottois, Gilbert: “Michel Foucault y la arqueología de los saberes-poderes” en Historia de la filosofía. Del Renacimiento a la Posmodernidad, Madrid, Cátedra, 1999, pp. 436-437.

[19] Cairo del, Carlos y Jefferson Jaramillo: “Clifford Geertz y el ensamble de un proyecto antropológico crítico” en Tabula Rasa, No. 8, enero-junio (2008), p. 18.

[20]Geertz, Clifford: La interpretación de las culturas. Barcelona, Gedisa, 2000, p. 5.

[21]Geertz, Clifford, La interpretación de las culturas, p. 27.

[22]Ibidem, p. 10.

[23] White, Hayden , Metahistoria. México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 9.

[24]Murphey, Murray: “Realism about the Past” en Tucker, Aviezer (ed), A companion to the philosophy of history and historiography, Blackwell, 2009, p. 188.

[25] Vidal Jiménez, Rafael: “la historia y la posmodernidad” en Espéculo. Revista de Estudios Literarios, 1999 (sin paginación).

[26] Pappe, Silvia: “El contexto como ilusión metodológica” en Ronzón José y Saúl Jerónimo (Coords.) Reflexiones en torno a la historiografía contemporánea, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2002, p. 24.

[27]Levi, Giovanni: “Sobre microhistoria” en Peter Burke (ed). Formas de hacer Historia. Madrid, Alianza, 2003, p. 119.

[28] Ginzburg, Carlo: Mitos, emblemas e indicios, Barcelona, Gedisa, 1999, p. 143.

[29]Levi, Giovanni: “Sobre microhistoria”, p. 139.

[30]Levi, Giovanni: La herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés del siglo XVII. Madrid, Ed. Nerea, 1990.

[31] Ginzburg, Carlo: El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. Barcelona, Muchnik Editores, 1997, p. 22.

[32]Davidson, Arnold: “The epistemology of distorted evidence: problems around Carlo Ginzburg´s Historiography” en Davidson, Arnold: The emergence of sexuality: historical epistemology and the formation of concepts. London, Harvard University Press, pp. 160-175.

[33] Fontana, Josep: La historia después del fin de la historia. Barcelona, Ed. Crítica, 1992, p. 23.

[34]Iggers, George G.: La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales, Barcelona, Idea Books, 1998, p. 59.

[35] Serna, Justo y Anaclet Pons: La historia cultural. Autores, obras, lugares. Madrid, Akal, 2005, p. 184.

[36]Ibidem., pp. 184-185.

[37]Para mayor información sobre el posmodernismo en Alemania ver a Iggers, George G.: “El “Giro lingüístico”: ¿el fin de la historia como disciplina académica?” en Morales Moreno, Luis Gerardo: Historia de la historiografía contemporánea (de 1968 a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005, pp. 213-233.   

[38]Greenblatt, Stephen y Catherine Gallagher: Practicing New Historicism. Chicago, University of Chicago Press, 2000, p. 2.

[39]Montes Doncel, Rosa Eugenia: “De nuevas sobre el nuevo historicismo” en Anuario de Estudios Filológicos, Vol. XXVII, 2004, p. 208.

[40]Idem.

[41]Greenblatt, Stephen y Catherine Gallagher: Practicing New Historicism, p. 23.

[42]Pecora, Vincent P. “The Limits of Local Knowledge”; en Veeser, Aram: The New Historicism. New York/London, Routledge, 1989. Rensi, Shannon Nicole: La construcción de significado en Los de debajo de Mariano Azuela, Un estudio neohistoricista, (Tesis de Maestría en Historia: Estudios Históricos Interdisciplinarios), Guanajuato, Universidad de Guanajuato, 2011, p. 21.   

[43]Chartier, Roger: Inscribir y borrar: Cultura escrita y literaria (siglos XI-XVIII), Buenos Aires, Katz Editores, 2006, p. 12.

[44] Idem.

[45]Foucault, Michel: Genealogía del racismo, 1976.

[46]Liu, Alan: “The Power of Formalism: The New Historicism” en  English Literary History, Vol. 56, No. 4, (Winter, 1989), p. 723.

[47] Darnton, Robert. Edición y subversión: Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 9.

[48] Darnton, Robert: La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, México, Fondo de la Cultura Económica, 1987, p.12.

[49]Chartier, Roger: Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 1996, p. 35.

[50]Greenblatt, Stephen: Shakespearean Negotiations: The Circulation of Social Energy in Renaissance, California, University of California Press, 1988, p. 1.

[51] Greenblatt, Stephen: Shakespearean Negotiations…, p. 7.

[52] Chartier, Roger, El mundo como representación, Barcelona, Editorial Gedisa, 1995, p. 49.

[53] Vidal Jiménez, Rafael, “la historia y la posmodernidad”; (sin paginación).

[54]Chartier, Roger: El mundo como representación, p. XI

[55]Ibidem., p. 49.

[56]Ibidem., pp. 56-57.

[57]Ibidem., p. 57.

[58] Ibidem., p. 61.

[59] Ríos Saloma, Martín Federico: “De la historia de las mentalidades a la historia cultural. Notas sobre el desarrollo de la historiografía en la segunda mitad del siglo XX”; en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, No. 37, enero-junio, (2009), p. 113. 

[60]Spiegel, Gabrielle: The past as text. The theory and practice of medieval historiography, Baltimore/Londres, John Hopkins University Press, 1997, p. XI-XII.

[61]Ibidem., p. XVIII-XIX.

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