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El discurso de la Historia y el miedo a la muerte. Reflexiones a partir de la obra de Michel de Certeau.

 

Patricio Iván Pantaleo.

 

Universidad Católica de Córdoba – IFDC – SL (Argentina).

 

INTRODUCCIÓN

 

Michel De Certeau comienza uno de los capítulos de su obra La escritura de la Historia planteándose las siguientes cuestiones:

 

“¿Qué fabrica el historiador cuando `hace historia´? ¿En qué trabaja? ¿Qué produce? Interrumpiendo su deambulación erudita por las salas de los archivos, se aleja un momento del estudio monumental que lo clasificará entre sus pares, y saliendo a la calle, se pregunta: ¿De qué se trata en este oficio? Me hago preguntas sobre la relación enigmática que mantengo con la sociedad presente y con la muerte, a través de actividades técnicas.” [1]

 

Así esboza De Certeau cuestiones fundamentales para la labor historiográfica que siguen signando hoy en día, las reflexiones sobre la disciplina histórica. Más aún, y alejándose de formalismos académicos, impone la reflexión desde un punto existencial o psicológico que invita a profundizar la conciencia que los historiadores tienen sobre sí y su papel en la sociedad contemporánea tanto sea en el rol de profesionales como de seres humanos. Continuando esta línea, el breve ensayo aquí presente se plantea como objetivo abordar dos cuestiones relacionadas entre sí que el mencionado autor emprende en sus principales escritos, a saber, la práctica de la Historia y su relación con la muerte, con lo ausente. Para tal fin, el trabajo se vale de la siguiente hipótesis: La Historia en cuanto disciplina se ha caracterizado por un desarrollo, al menos hasta principios del siglo XX, que pretende dar cuenta de lo sucedido bajo un ideal objetivo de la verdad histórica. Tal pretensión expresa, dentro de sus múltiples causas, la necesidad teleológica de la sociedad occidental de “sentir” la presencia de lo pasado a través de su conocimiento, de conocer lo extraño y alejar así, la angustia existencial y el miedo psicológico que representa la muerte y la ausencia. Parafraseando a De Certeau, la actividad historiográfica se convierte en un exorcismo de lo otro, de lo extraño, para volverlo legible, conocido, generando así la presencia de lo ausente.

Se divide la organización del desarrollo en dos acápites. El primero, El discurso histórico, da cuenta de los principios de los cuales se parte aquí, para definir el desarrollo del relato de la disciplina histórica en los últimos dos siglos según Michel De Certeau, y su relación con la idea de verdad y de realidad. En el segundo apartado, El miedo a la muerte, se profundiza la relación existente entre el discurso histórico, su pretensión de verdad objetiva, y el trasfondo psicológico de negación y miedo a la muerte desde una perspectiva psicoanalítica. 

 

EL DISCURSO HISTÓRICO

 

Dando su concepción de la disciplina histórica, De Certeau adelanta en las primeras páginas de La posesión de Loudun:

 

“¿Pero qué investigación histórica no parte de una leyenda? Al proporcionarse fuentes o criterios de información y de interpretación, define de antemano lo que hay que leer en un pasado. Desde este punto de vista, la historia se mueve con el historiador. Sigue el curso del tiempo. Nunca es confiable. (…) Dividido así entre el comentario y los documentos de archivos, remite a una realidad que ayer tenía su unidad viva, y que ya no es. En resumidas cuentas, está agrietado por una ausencia. Tiene una forma proporcionada a lo que cuenta: un pasado.” [2]

 

Esta hermenéutica histórica planteada por De Certeau, que comparte algunos de los aportes esbozados por la hermenéutica filosófica elaborada en el siglo coetáneo del autor por Heidegger y Gadamer [3], acusa las tendencias de raigambre cartesianas que se desarrollaron específicamente a fines del siglo XIX con la profesionalización de la disciplina histórica y que perduran hasta parte del siglo XX, y en algunas academias, incluso bien entrado el XXI. El historicismo perseguía, a través de las fuentes documentales, la posibilidad de anclar empíricamente el discurso que los historiadores elaboraban en su interpretación de los hechos. Esta empírea histórica cuya principal característica era su objetivización, es decir, la negación del rol activo que el sujeto adquiere en el proceso de investigación y comunicación, es acusada ya en el mismo tiempo por Friedrich Nietzsche[4] quien sostiene una enfermedad histórica de su época al considerar que prima por sobre los elementos ahistóricos y dionisiacos del hombre, las preferencias históricas, racionales y apolíneas. Éste va a atribuir dicha sintomatología de su sociedad a un astro que se interpuso entre la disciplina histórica y la vida, el de la objetividad, el cual presenta la “…exigencia de que la historia deba ser ciencia.”[5]

Así, y hasta el presente, la labor historiográfica pretende dar cuenta de lo real acontecido mediante el discurso dicho, y esta función convierte a la disciplina en la encargada para exorcizar la diferencia, lo otro, lo ajeno y desconocido de lo acontecido y convertirlo en conocimiento del presente. Esto muestra que la sociedad contemporánea cree tener así, el control de lo acontecido mediante el conocimiento, y toda la extrañeza que pueda tener el tiempo pasado, queda sepultado para el conocimiento moderno dentro de sus pautas epistemológicas que lo encuadran en lo conocido, en lo seguro. En relación a lo planteado y comparándolo con el desarrollo de la medicina, De Certeau sostiene:

 

“Una medicina y una historiografía moderna nacen casi simultáneamente de la separación entre un sujeto que se supone sabe leer y un objeto que se supone escrito en una lengua que no se conoce, pero que debe ser descifrada. Estas dos `heterologías´ (discursos sobre el `otro´) se constituyen en función de una separación entre el saber que provoca el discurso y el cuerpo mudo que lo supone.” [6]   

 

Ahora bien, este discurso en que se plantea la labor historiográfica convencional da cuenta de la relación que tiene ésta con lo que comunica. Lo real, como pasado, se convierte en su objeto, se convierte en lo Otro. El historiador al dar cuenta mediante su discurso de lo acontecido, favorece su relación con lo vivido e intenta así, “…revivir o resucitar un pasado.”[7] En el espíritu científico imperante, este discurso histórico pretende que lo que comunica, lo Otro, se convierta efectivamente en lo sucedido, en lo real, adquiriendo para sí, la función de comunicadores y conocedores de la verdad. Dicha función brinda al discurso histórico, el poder político de legitimación y el discursivo metalingüístico, por lo que De Certeau diferencia por esto entre los hechos que se pretende contar y los sentidos que se enuncian; particulares éstos últimos y que se hacen pasar por universales. Al respecto, sostiene:

 

“Gracias a las relaciones establecidas entre hechos, o a la elevación de ellos al valor de síntomas para una época entera, o a la `lección´ (moral o política) que organiza al discurso entero, hay en cada historia un proceso de significación que tiende siempre a `completar´ el sentido de la historia: `el historiador es el hombre que reúne no tanto hechos sino significantes´. Da la impresión de contar hechos, siendo así que en realidad enuncia sentidos, que por lo demás remiten lo notado (lo que el historiador retiene como propio) a una concepción de lo notable. El significado del discurso historiográfico son las estructuras ideológicas o imaginarias, que se ven afectadas por un referente exterior al discurso, inaccesible en sí mismo.” [8]

 

Este enunciado realizado por De Certeau respecto del conocimiento histórico, asemeja al enunciado por la hermenéutica filosófica bajo el concepto de circulo hermenéutico de la comprensión [9], en el cual se enuncia un discurso, más allá de que el mismo quiera establecerse como metalingüístico y universalmente válido, pero en condiciones históricas y particularmente situadas. En el tipo de discurso criticado, lo otro, en caso de la historia lo pasado, aparece como ontológicamente conocido y comunicado, lo que asegura un lugar preponderante como legitimación en el discurso político.

Cuando De Certeau planeta a lo otro como extraño y ausente renueva uno de los principales problemas planteados para el conocimiento occidental y que las pretensiones cartesianas pretendían subsanar, el problema de lo incognoscible, en el fondo, de la muerte. El discurso histórico es el resguardo del miedo de los vivos por lo que ya no está, por los muertos. Al darle voz, voz que comunica el historiador y gracias a la objetividad como médium inmaculado por el cual lo muerto habla directo al presente, la sociedad actual no está arrojada en medio de cadáveres y en necesidad de afrontar su condición existencial, sino todo lo contrario. El discurso histórico le ayuda a huir de la muerte. Al tiempo que la comunica, la niega. Como sostiene De Certeau, “…es un procedimiento que niega la pérdida, concediendo al presente el privilegio de recapitular el pasado en un saber. Trabajo de la muerte y trabajo contra la muerte.”[10] Ahora, la pregunta que se deduce de lo expuesto y conduce el desarrollo es ¿por qué en la objetividad y en las pretensiones metalingüísticas se expresa el miedo existencial a la muerte?

 

EL MIEDO A LA MUERTE

 

De Certeau sostiene que toda pretensión metalingüística como lo es la objetividad científica es una intensión de dogma y de verdad única que pretende, más allá del diálogo y la construcción continua, el fin de un proceso cognitivo que debe remitirse necesariamente a sus pautas metódicas para validar lo conocido. Rehusar la ficción de un metalenguaje que unifique el todo, sostiene De Certeau

 

“… es dejar aparecer la relación entre procedimientos científicos limitados y lo que les falta  de lo `real´ que están tratando. Es evitar la ilusión, necesariamente dogmatizante, propia del discurso que pretende hacer creer que está `adecuado´ a lo real –ilusión filosófica agazapada detrás de las condiciones previas al trabajo historiográfico y cuya ambición tenaz ha sido maravillosamente expresada por Schelling: `El relato de los hechos reales es para nosotros doctrinal.´ Este tipo de relato engaña porque pretende hacer la ley en nombre de lo real.” [11]

 

Este engaño cognitivo no sólo es engaño con la comunidad discursiva, sino y sobre todo, es engaño con sí mismo, ya que parte de un miedo psicológico proyectado en un discurso sobre lo real. Pero, cabe preguntarse ¿qué seguridad ofrece el dogma y todo metalenguaje al hombre que lo sostiene? Escapar momentáneamente al problema existencial que plantea la muerte, al misterio de lo incognoscible y enfrentar la falibilidad del cogito. Freud sostiene en una de sus principales conferencias sobre el problema de la muerte la pregunta ¿Cuál es, pues, nuestra posición ante la muerte? A ella, responde: “En mi opinión es muy asombrosa. En general, nos comportamos como si quisiéramos eliminar la muerte de la vida; en cierto modo queremos ignorarla como si no existiese (…) Aunque admitimos que finalmente hay que morir, logramos alejar este «finalmente» a una lejanía inescrutable.”[12] El dogma, o la objetividad, se establecen así como un parámetro cognitivo seguro dónde remitir las dudas existenciales y alojar el miedo psicológico antedicho. Ante la carencia de certezas empíricas, la defensa de la posición y el remito a fuentes documentales brindan la seguridad ficticia de que lo enunciado es real y de que el mundo en el que se habita es posible perdurar y dialogar con generaciones venideras, más allá de la propia muerte. Freud sostiene al respecto de dicha proyección psicológica y de la imposibilidad de asimilar la propia muerte: 

 

“En la escuela psicoanalítica a la que, como saben, represento, tuvimos la osadía de postular que nosotros –cada uno de nosotros– en el fondo no creemos en nuestra propia muerte. Lo cierto es que no la podemos imaginar. En todos los intentos de ilustrarnos qué sucederá después de nuestra muerte, quién la llorará, etc., podemos percatamos de que en realidad aún estamos presentes como observadores. Resulta realmente difícil inculcar a alguien esta convicción, porque tan pronto se encuentra en la situación de hacer la experiencia decisiva, se vuelve inaccesible a cualquier comprobación.” [13]

 

Sí una premisa psicoanalítica subyace la pretensión de objetividad del discurso histórico, podría ser: La imposibilidad y el temor de pensar y aceptar mi muerte, se expresa en la necesidad de que lo muerto, persista, para que perdure así también mi existencia cuando yo muera. De esta forma, la disciplina histórica “…desempeña el papel de un rito de entierro; ella exorciza a la muerte al introducirla en el discurso.” [14]

 

CONCLUSIÓN

 

Retomando la hipótesis, puede afirmarse que en la característica teleológica y soteriológica de la sociedad occidental que nos hace vivir esperanzados en la vida futura y en el sentido venidero, “…lo extraño circula discretamente bajo nuestras calles.” [15] Cuando parte de esta extrañeza aflora, se manifiesta una esperanza en el futuro a cambio de una negación del presente generado por el miedo de afrontar el carácter fugaz del mismo. Este miedo, descrito aquí como miedo a la muerte, tiene, según Freud

 

“…una fuerte repercusión en nuestra vida. La vida se empobrece, pierde su interés. Nuestros lazos afectivos, la insoportable intensidad de nuestro dolor, nos vuelven cobardes, hacen que prefiramos evitar los peligros que nos amenazan a nosotros y a los nuestros.”[16]

 

Este empobrecimiento de la vida presente, lleva a la sociedad a institucionalizar discursos encargados de exorcizar la extrañeza, de convertir el elemento que perdura del pasado y que puede dar cuenta de la vitalidad y la posibilidad de la generación presente, en seguridad de futuro. Seguridad que es, a fin de cuentas y ante lo inevitable de la muerte, seguridad falsa. El discurso histórico se inscribe así, con un papel primordial en la sociedad reprimida. Con su narratividad, como sostiene De Certeau, “… proporciona a la muerte una representación, que al instalar la carencia en el lenguaje, fuera de la existencia, tiene un valor de exorcismo contra la angustia.”[17] En este papel, la inversión del rol historiográfico representa también, la inversión de la relación que una sociedad tiene con su idea de tiempo. La práctica historiográfica que exprese la extrañeza y aceptando creé perspectivas, posibilita también la vitalización del presente y la utilidad de la historia.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

  • De Certeau, M., (2006) La escritura de la historia, México: Universidad Iberoamericana.
  • De Certeau, M., (2012) La posesión de Loudun, México: Universidad Iberoamericana.
  • De Certeau, M., (2006) La debilidad de creer, Katz: Buenos Aires.
  • Freud, S., (1916) “Nosotros y la muerte”, en Revista de psicoanálisis, tomo XXVII, número 4, diciembre de 2010: Buenos Aires.

·         Lythgoe, E. (2009) “Hermenéutica e Historia” En Brauer, Daniel (Ed.) La historia desde la teoría. Una guía de campo por el pensamiento filosófico acerca del sentido de la historia y del conocimiento del pasado, Vol. I. Buenos Aires: Prometeo.

  • Nietzsche, F., (2003) Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida, Madrid: Biblioteca Nueva. Traducido por Germán Cano.
  • Vergara, L., (2009) “El orfebre y el arquitecto. De Certeau, Ricoeur y sus prácticas discursivas”, en Chinchilla, P. (Coord.) Michel de Certeau, un pensador de la diferencia, México: Universidad Iberoamericana.

 



[1] De Certeau, M., (2006) La escritura de la historia, Universidad Iberoamericana: México. Pág.: 67.

[2] De Certeau, M., (2012) La posesión de Loudun, Universidad Iberoamericana: México. Pp.: 21 y 22.

[3] Cf.: Vergara, L., (2009) “El orfebre y el arquitecto. De Certeau, Ricoeur y sus prácticas discursivas”, en Chinchilla, P. (Coord.) Michel de Certeau, un pensador de la diferencia, México: Universidad Iberoamericana.

[4] Cf.: Nietzsche, F. (2003) Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida, Madrid: Biblioteca Nueva. Traducido por Germán Cano.

[5] Ibíd. Pág.: 68.

[6] De Certeau, M., (2006) Op. Cit., pág.: 17.

[7] Ibíd. Pág.: 51.

[8] Ibíd., pág.: 58.

[9] Cf.: Lythgoe, E. (2009) “Hermenéutica e Historia” En Brauer, Daniel (Ed.) La historia desde la teoría. Una guía de campo por el pensamiento filosófico acerca del sentido de la historia y del conocimiento del pasado, Vol. I. Buenos Aires: Prometeo.

[10] De Certeau, M., (2006) Op. Cit., pág.: 19.

[11] Ibíd., pág.: 13.

[12] Freud, S., (1916) “Nosotros y la muerte”, en Revista de psicoanálisis, tomo XXVII, número 4, diciembre de 2010: Buenos Aires. Pp.: 14 y 15.

[13] Ibíd. Pág.: 15.

[14] De Certeau, M., (2006) Op. Cit., pág.: 116.

[15] De Certeau, M., (2012) Op. Cit., pág.: 15.

[16] Freud, S., (1916) Op. Cit., pág.: 16.

[17] De Certeau, M., (2006) Op. Cit., pág.: 118.

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