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Ética y estética en el Arte contemporáneo.

 

 

Antonio Javier Fernández.

 

 Ilustrador, diseñador y crítico de arte

 

  

 

1. ¿Crisis también en el arte?

En esta época de crisis global y capitalismo salvaje, tampoco el arte se escapa de la deriva a la que la autocomplacencia, la falta de valores y la egolatría exacerbada conducen a nuestra sociedad. La paulatina desaparición de las limitaciones ético-morales y formales de las creaciones artísticas, gracias a los derechos conquistados por la sociedad civil y a la madurez de las clases medias emergentes en los últimos siglos (bastante reciente en términos históricos), hacían vaticinar que el arte, en todas sus expresiones, se encaminaría hacía una época dorada sin precedentes. Era el momento, la hora de la “utopía creativa”. Hasta mediados del Novecientos, tras la irrupción de los “ismos”, dejó su impronta, con tendencias cada vez más alejadas del academicismo (algunas de los cuales supusieron significativos avances culturales con autores de la talla de Picasso, Dalí, Miró, Bacon, Pollock, Kandisky, Warhol, etc), parecían cumplirse estas expectativas; el arte caminaba de la mano de un mundo cambiante, que se convulsionaba por las guerras y que desembocó en el actual status quo. El enquistamiento de nuestro modo de vida, ha provocado desde entonces una degeneración de cuanto se nutre de él, como el arte.

 

2. Pero…¿esto es arte?

El que un artista trascienda o no depende, a veces, de razones totalmente ajenas a su obra. Los cuadros de Van Goch no son mejores ahora que cuelgan en los museos más prestigiosos que cuando fueron despreciados en su época; simplemente la sociedad no estaba preparada aún para aceptar una estética tal. Hay un innegable desfase entre lo que se crea, sobre todo si innova a nivel formal y conceptual, y lo que se consume: los cánones no son inamovibles. En eso se escudan muchos artistas a día de hoy: la gente no sabe apreciar su arte. Siempre es más fácil aludir al mal gusto de los demás que al propio…

 

Lejos de verse una evolución positiva en las creaciones contemporáneas, los ideales estéticos que se presuponen a una pieza artística se diluyen; la armonía y la belleza, bien por incapacidad del creador o por deseo expreso, son obviadas e incluso despreciadas y pervertidas, para admiración de una nueva sub-élite cultural que encuentra en la trasgresión y la originalidad las piedras angulares del arte de hoy (apoyados a veces por la endogamia de críticos y gurús del arte). Se desdeñan pinturas, esculturas, piezas musicales “ortodoxas” cuando en la mayoría de casos, quienes lo hacen carecen de la formación o el talento necesario siquiera para imitarlos, y se refugian en su supuesta “libertad creativa”; siempre y cuando, claro, quien consuma este fast-food artístico no indague y se percate de que muchos de los proyectos artísticos que se pueden ver en una galería de arte contemporáneo son “influencia” (por no decir calco) de otras que pueden encontrarse en Internet y realizadas en otra parte del mundo, y/o se limitan a sacarle buen partido a software musical o gráfico. Las posibilidades técnicas que la informática, la reprografía, la fotografía y el video digital y otros prodigios modernos abren al panorama artístico, tampoco han de ser estigmatizadas; eso sí, tampoco la técnica (o la tecnología en este caso) puede ser el único argumento a exponer. Por mucho que las adornen con verborrea y actitudes y vestimentas extravagantes, o nos las intenten vender con sofisticadas técnicas comerciales, son las obras las que hablan por sí mismas.

   

           

3. ¿Todos podemos ser artistas?

Nos sorprendería saber cuan pocos artistas viven de su arte, en realidad. De hecho, la mayoría ni lo pretende. La barrera entre artista e intrusista es cada vez más endeble: es la “democratización” del  arte, pero siempre a costa de un “principio elitista” mal vista en la “rebelión de las masas”. Al igual que del resto de productos de consumo, existe una oferta ingente de productos indistinguibles (excepto los posicionados, claro está, mediante el uso de publicidad), y existe igualmente una oferta creciente de obras artísticas de usar y tirar, que se crean rápido, se consumen rápido, y pasan al olvido más absoluto para ser reemplazadas por otras de no mejores expectativas. Algunos de estos autodenominados artistas tienen como más elevada ambición poder exponer en una cafetería o un centro público de su localidad, quizás para huir de la sensación de angustia vital que le produce su trabajo “real”, para parecer más interesante a ojos de alguna pretendida, o cualquier otro motivo más bien poco relacionado con el arte..

 

Estas obras no tienen por lo general salida comercial, puesto que los consumidores del arte de nuestros días prefieren exhibir en casa o invertir su dinero en nombres consagrados o en piezas que “entienden”, generalmente de autores más clásicos, o de corte más artesanal que artístico. Seguramente algunos tacharán a estas personas de conservadoras, estrechas de miras, y de suponer un lastre a la evolución de las artes. De igual manera se podría acusar entonces a los creadores de hoy de no ser capaces de motivar al público a consumir su arte, más allá de su círculo de amigos y personas afines. Es cierto que no todos gustan del arte, y son muchos menos lo que se pueden considerar como entendidos, pues como en cualquier ámbito de la vida que merezca la pena y goce de cierta complejidad, hay que esforzarse e investigar para llegar a apreciarlo. Pero si para poder encontrar una obra actual de calidad, que las hay, es necesario escarbar entre la “basura estética”, y encima soportar su promoción mediática, se hace comprensible que sean pocos los que se aventuren a financiar el arte contemporáneo, más allá de prebendas por promoción política. En este punto no habría que olvidar mencionar a los grandes mecenas de la actualidad: las fundaciones culturales de entidades bancarias (obligadas a devolver dinero a la sociedad en forma de obra cultural a fondo perdido) y de las administraciones públicas, entre otros, quienes mediante becas, concursos y Bienales artísticas alimentan un la estética y la ética de un arte en constante mutación conceptual.

 

4. Las nuevas motivaciones

Si el arte es reflejo de la sociedad que la engendra, por mucho que en algunas expresiones artísticas se intente erradicar cualquier vinculo con la realidad o el bagaje cultural, que decir entonces de una sociedad que acoge sin pudor y legitima las esculturas confeccionadas con cadáveres de Von Hagens, las aberrantes fotografías de Joel-Peter Witkin, otras en las que el propio autor se automutila como las de David Nebreda, obras concebidas exclusivamente para atacar estamentos otrora intocables como las ofensivas fotos de índole “religiosa” de JAM Montoya, artistas multidisciplinares por llamarlo de alguna manera como Leo Bassi, etc (recuerdo una instalación especialmente “brillante” en la que convivían elementos como una Barbie en una paellera, y una compresa ensangrentada de la autora).

 

 Estas “nuevas motivaciones” nos advierten de las claves para promocionar en el “mundo del arte contemporáneo”, dónde recurre, cada vez más, a despropósitos efectistas que generan desechos artísticos, eclipsando propuestas más interesantes de otros autores o el respeto a los cánones científicos tradicionalmente aceptados. Si todo está permitido, si dependemos de que alguien nos diga que es lo vanguardista y que no, si la firma del autor es la única distinción entre el trabajo de un aficionado y el de un artista reputado, si todo es arte… puede que nada lo sea.. 

 

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